Las circunstancias laborales juegan un papel determinante frente a la escasez de interrogantes. Foto: PULL

¿Y las preguntas?

Opinión

“La carne cubre el hueso y dentro le ponen un cerebro y a veces un alma”, dijo el borracho y desaliñado Bukowski cuando abrí aquel pequeño y roído libro sin ilustraciones y con extensos espacios en blanco. Las líneas eran cortas y una frase podía prolongarse hasta la página siguiente. Recuerdo escuchar el rumor de mi infantil voz tarareando aquellas palabras del poeta y, sin percatarme de ello, mis dedos propiciaban suaves y ridículos golpecitos contra las amarillentas páginas, sin preocuparme del asecho de los ojos verdes de la bibliotecaria. Qué consuelo.

Leía y no comprendía, pero mi escuálida y debilucha fisonomía proseguía con la microscópica danza, aferrándome bajo los dominios de una agradable hipnosis a aquella música que se desprendía de aquellas breves líneas. Ahora creo saber que se escondía tras esos espacios blanquecinos. En el fondo de un espacio indefinido y desértico, dormitaba la poesía. ¿Cómo puede existir algo bajo el fondo blanco de una papel?

Aquellas pocas palabras bastaron para clavarse en mis oídos y jamás borrar aquellos primeros versos que leí a los diez años. El grosero y bruto vagabundo me había hablado de una cuestión jamás escuchada en un aula: la relación entre vida y arte o, más importante, qué es ser humano. Cada vez tengo más claro que la enseñanza no existe en las aulas. ¿Qué es la enseñanza?

El despido de la filosofía


Son noches crudas y lastimosas para la poesía. Pocos se atreven a vivir en ella. Ya nadie quiere ser poeta con la valentía y entusiasmo de Arthur Rimbaud. Ni tampoco filósofos, pintores, ventrílocuos, malabaristas o actores. Somos pocos los que miramos con admiración y sosiego a estos profetas. Mientras, que a una amplísima franja poblacional se les enseña a arrodillarse frente a los imperios de mercaderes como Steve Jobs, Elon Musk o Amancio Ortega. Hombres estrechamente relacionados con la opulencia material y fieles ingresos en el mercado financiero; pero también con el semblante ojeroso, cansado e infeliz. ¿Qué es la felicidad?

Toda nuestra trayectoria estudiantil se resume en  aceptarnos como discípulos de aquellos trabajos que favorecen a la libertad y desarrollo económico. Y en olvidar a aquellos que pusieron empeño en usar la razón para elevar el arte de vivir. Por ejemplo: Platón, Lao-Tse, Buda, Shakespeare, Nietzsche, Maitre Eckhart… Maestros que yacen enterrados en los cementerios a las afueras de las instituciones educativas y que se interesaron por los fenómenos que concernían directamente a las relaciones del ser humano para consigo mismo y con el resto de la naturaleza. Pero, en la actualidad, se prohíbe mirar hacia adentro, confrontarse con el pensamiento de uno mismo o del resto. Me dicen que no hay tiempo. ¿Qué es el tiempo?

Interrogantes para revolver el estómago


¿Quién fabrica este reloj que ya no late al ritmo de un corazón? ¿Por qué el ciudadano contemporáneo desea fervorosamente viajar, marcharse de su lugar de trabajo y ser protagonista de una experiencia novelesca? ¿Por qué ascienden los medios de evasión? ¿Por qué las redes huelen a hostilidad, disconformidad, odio  y sentimientos de inferioridad? ¿Por qué repetimos una y otra vez la misma acción a diario? ¿Por qué el despertador a esa hora? ¿Por qué lo obedecemos? ¿Por qué salimos a la calle con sueño, frío y, en ocasiones, miedo? ¿Hay miedo, a qué? ¿Existe el miedo a la libertad? ¿Qué es la libertad? ¿Qué es vivir? ¿Hace falta aprender algo para vivir? ¿A caso no es aprender a morir? ¿Hay diferencia? ¿Por qué preguntar? ¿Por qué vivir? ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene escribir este listado de preguntas? ¿Servirá para vivir o para provocar una punzante jaqueca al lector? ¿Dará dinero?…

El trabajo conforma la principal y, en ocasiones, la única tarea del ser humano. A parte de negar la insolencia de preguntar, sus consecuencias ya las expresó Nietzsche y dice así: “El trabajo constituye la mejor policía, pues frena a todo el mundo y sirve para impedir el desarrollo de la razón, de los apetitos y de las ansias de independencia. Y es que el trabajo desgasta la fuerza nerviosa en proporciones extraordinarias y quita esa fuerza a la reflexión, a la meditación, a los sueños, a los cuidados, al amor, al odio; nos pone siempre ante los ojos un fin nimio, y concede satisfacciones fáciles y regulares… De este modo, una sociedad en la que se trabaja duramente y sin cesar, gozará de la mayor seguridad, y ésta es la seguridad a la que hoy se adora como divinidad suprema”. ¿A quién reza el trabajador?

¿Adiós?


También, cabe mencionar, en relación con lo anterior, la introducción de la filosofía del éxito mercantilista en nuestra existencia como la única forma de participar y pertenecer al sistema social de manera plausible. Colando en nuestros corazones ese vago y artificioso afán de alcanzar el reconocimiento social y así consagrarse como alguien. Son los intereses económicos los que demandan un tipo de carácter que posteriormente, atraviesa de forma inadvertida, colegios, universidades, medios de comunicación o Internet para ofertar cómo debe ser un ciudadano y así recibir el apremio del resto. Moldear el carácter acorde a la circunstancia y no determinarla. Habría que detectar, como dice Chomsky, por donde bullen secretamente los intereses del poder. ¿Soy yo el que escribe estas palabras?

Y para concluir, quiero recordar que a cambio de rendirnos a esta consensuada ficción, a cambio de ser alguien, a cambio del trabajo, a cambio de nunca haber mirado hacia dentro, a cambio de nunca haber preguntado…, solo queda la carne y el hueso. Y los sabuesos mordisquean, entre babas y ladridos, las pieles de un cuerpo sin alma y sin cerebro.

Quizás tengas prisa. Ya no haré más preguntas. Te dejo.

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