El tiempo derrochado se va y no regresa jamás. Foto: PULL

Nos vendieron gato por liebre

Opinión

Las nuevas generaciones se han convertido en prisioneras de la caverna de Platón. Atados a un mundo intoxicado por las nuevas necesidades que fomentan cada día las redes sociales. Esa actitud imperiosa de mostrar una apariencia física perfecta, una vida alejada de problemas terrenales y repleta de satisfacciones positivas son tendencias número uno en el ranking de las consecuencias de las plataformas, las cuales se han convertido en la peor arma de doble filo capaz de destrozar nuestra salud mental. 

La adolesccencia se ve sometida a la sobreestimulación constante. El sistema nervioso se adentra en un estrés continuado que masifica trastornos como el TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad), la depresión, la ansiedad, la conducta alimentaria… Su frecuencia radica en las personas con edades comprendidas entre 16 y 26 años, según un informe elaborado por UNICEF a partir de las opiniones de cincuenta mil  jóvenes.

«Las nuevas generaciones se han convertido en prisioneras de la caverna de Platón»

Caemos en el fallo tonto de compararnos con quienes se exponen al mundo virtual como un ser especial con una vida perfecta. Percibimos que para encajar tenemos que seguir las tendencias, cumplir con roles homogéneos y llenar vacíos emocionales de conceptos y actitudes desiertas de lógica. Estos diablos disfrazados de ángeles cuentan con algoritmos que están en constantes cambios y que, para conseguir nuestra atención, realizan estudios sociales muy precisos que analizan cómo nos comportamos y nuestros gustos para embaucarnos en sus artimañas.

Tal y como citó el experto en redes sociales Godfried Bogaard, «en el pasado, eras lo que tenías. Ahora eres lo que compartes». Debemos tener cuidado con lo que compartimos sobre nuestra vida privada y lo que permitimos que se exponga. Deberíamos minimizar el tiempo que pasamos inmersos en las redes sociales para cuidar nuestra salud mental.

Comencemos a disfrutar del exterior, de la familia, amistades o simplemente de leer un libro. El tiempo derrochado se va y no regresa jamás.

  

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