Más allá del amor y el desamor

Opinión

La música es una de las expresiones artísticas que más ha destacado a lo largo de la historia de la humanidad. Fue una de los primeras formas de comunicación. Con ella, se pueden manifestar estados de ánimo o cualquier tema que nos guste o nos irrite. Asimismo, ofrece un amplio abanico que nos permite mostrar al mundo parte de nosotros mismos. Ahí se encuentra su verdadero encanto, pero parece ser que se ha encasillado en un monotema constante: el amor y el desamor, en unos sonidos similares, convirtiéndose en un producto etiquetado que se ha quedado estancado.

La globalización ha construido un patrón rígido que no da pie a la innovación. Solo basta con revisar la última lista de Los 40 Principales, u observar la playlist de las canciones más escuchadas de Spotify. Si hacemos un análisis detallado, se observa que la mayoría de pelotazos del momento son prácticamente iguales. Las letras nos transportan a un inquietante y profundo océano de romances y mal de amores, enlatado en los mismos estilos: el pop, el reguetón o el trap.

El sector discográfico podría llegar a ser un arma potencial de protesta social

La comercialidad está acabando por completo con la diversidad temática. El sector discográfico podría llegar a ser un arma potencial de protesta social, pero no es aprovechado de forma adecuada. No nos damos cuenta de que puede ser una gran herramienta de concienciación, con la que cabe la posibilidad de sentar las bases de una educación, sobre todo en el seno de la población más joven. Son innumerables los valores que se podrían trasmitir. La música también puede ser un instrumento para explotar la libertad de expresión, con el fin de edificar puentes y luchar contra las diversas injusticias que nos afectan.

Declarar nuestro amor u odio a la gente que nos rodea, de vez en cuando, está bien, pero en bucle cansa y a largo plazo se convierte en más de lo mismo. Cantantes como Pablo Alborán llevan toda su discografía contando las mismas historias. ¿Por qué no usamos también la magia de la música para manifestarnos en desacuerdo con las lacras del machismo, la homofobia, el racismo, la pobreza o la guerra? Es verdad que se hace, pero siempre de manera muy aislada.

Brotes verdes

Afortunadamente, en los últimos meses, han nacido brotes verdes de forma excepcional. Un claro ejemplo lo pudimos ver durante la pasada edición del talent show Operación Triunfo. El programa estrella de Televisión Española, que volvió a emitirse con gran acogida, transmitió sin duda muchas lecciones morales. El caso más relevante fue el de la canción “Lo Malo”, un tema feminista, interpretado por Aitana y Ana Guerra, y que se convirtió en candidata a representar a España en el festival de Eurovisión.

Por otra parte, algunos artistas, a los que yo personalmente llamo valientes por no seguir al resto de la manada, apuestan por reivindicar grandes mensajes que pueden ayudar a construir un planeta mucho mejor. Es el caso de la albaceteña Rozalén, quien en su último disco Cuando el Río Suena incluyó canciones como Girasoles, que habla sobre una sociedad idealizada o La Puerta Violeta, con el que lanza un espléndido mensaje en contra de la violencia de género.

Un soplo de aire fresco, rebeldía, iniciativa y originalidad es justo lo que se necesita para romper los esquemas impuestos. Se han regido unas pautas muy estereotipadas, que quizá no sean del todo correctas. Se debe apostar por una mayor pluralidad. No todo es blanco o negro, no todo es amor o desamor, existe un universo más allá de todo eso.

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