Hoy en día, cuando viajo en transporte público, si levanto la vista y miro a mi alrededor, todo lo que puedo ver son cabezas bajas que observan sus teléfonos. Personas inexpresivas, pérdidas en un intento de saciar el hambre de la información. Es sorprendente pararte a pensar y preguntarte a ti mismo cuando fue la última vez que escuchaste el silencio.
Es muy fácil entrar en este mundo de chutes de dopamina y contenido relevante para la vida. No trato de decir que todo lo que hay en TikTok es perjudicial o contiene algún tipo de efecto secundario, al revés, es la manera en la que se sirve este contenido la que lo vuelve irrelevante a escasos minutos, o incluso segundos después de consumirlo. El cambio de tono, aun con los complejos algoritmos que tratan hacer que te mantengas el máximo tiempo usando la app, es inaudito. Puedo estar viendo un truco de magia y justo después a una persona contándome la historia de la península de Crimea.
Y, si, esto no es algo que solo afecte a TikTok, es tan bueno el modelo que ha implementado, que otras redes como Instagram con sus reels y YouTube con sus shorts han creado opciones para todo tipo de personas en todo tipo de situaciones.
El verdadero problema es que, sin darse cuenta, esta app tan inofensiva comienza a alterar hábitos tanto psicológicamente como físicamente. Depresión, insomnio, mala higiene del sueño, bajo rendimiento académico, dificultades de aprendizaje e insatisfacción corporal son algunas de las consecuencias de la adicción a la app de Tiktok. Está en todas partes, en la guagua, en el tranvía, en la hora del descanso, en el baño y antes de dormir. El móvil es la plataforma más accesible dentro de las tecnologías disponibles hoy en día. TikTok va rellenando esos huecos sin estímulos entre eventos de nuestro día a día, y los convierte en lúdicos ratitos donde nos entretenemos.
«Nos lo ponen muy fácil para caer en este vicio y no salir»
Pero el ser humano no ha evolucionado para recibir constantes estímulos. Esto altera nuestro sistema de recompensas, por así decirlo, donde creamos una necesidad de estar recibiendo constantes estímulos a coste de levantar la mano y pulsar un botón. Es el principio en el que se basan las adicciones. Sobre todo cuando la gran mayoría de los usuarios de esta app no se han terminado de desarrollar completamente, poniendo en peligro su capacidad de autorregulación en un futuro.
Nada en exceso es bueno, está claro que estamos ante un problema de autorregulación terrible, además, nos lo ponen muy fácil para caer en este vicio y no salir. Cada vez es más accesible, y peor aún, más personalizado. Los algoritmos son más complejos y nos conocen más y esto puede que de pequeña manera beneficie al individuo, pero al fin y al cabo cuanto más tiempo pasas en estas apps ganan los desarrolladores y no los consumidores. No es un plan malévolo ni mucho menos, es un hito conseguir que lanzar contenido al internet sea tan fácil, pero trae sus consecuencias.