La Calle Castillo es un lugar en donde visitantes y solicitantes de limosna se encuentran. Foto: A. Falcón

La paradoja del paraíso canario

Solidaridad

Las Islas Canarias. Un paraíso cálido con paisajes deslumbrantes que asombran a cualquiera que tenga la oportunidad de pisarlas. Se trata de la tercera comunidad autónoma más visitada de España, cerca de catorce millones de turistas en 2022, sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Esas playas majestuosas y esas montañas repletas de vegetación también esconden una realidad de lo más peliaguda, el territorio nacional con más personas en riesgo de pobreza y exclusión social. Según el informe Arope publicado ese mismo año, el 36,2 % de la población canaria se encuentra en esta situación.

«Los problemas principales de Canarias son el acceso a una vivienda digna y la alta tasa de desempleo y puestos de trabajo precarios», es lo que declara José Luis Cámara, encargado del departamento de prensa de Cáritas Diocesana de Tenerife. Asimismo, explica que la pobreza se ha cronificado, es decir, cada vez es más complicado que las familias logren salir de esa situación. «La cifra de personas en vulnerabilidad se ha visto favorecida tras la pandemia del Covid-19», añade.

Como Cáritas, son muchas las organizaciones que se dedican a luchar contra los efectos de la pobreza en el Archipiélago. La gran mayoría se centran en cubrir las necesidades básicas, esto es, facilitar ropa, medicinas, alimentos, etc. Cámara subraya la importancia del desempeño de estas entidades: «La colaboración es imprescindible para ayudar a las familias». Los bancos de alimentos y comedores sociales son algunos de los organismos que proporcionan ayuda para satisfacer la falta de sustento. «Pueden recibir lo que, probablemente, es su única comida del día», comenta Arcadina Dámaso, Gobernanta del Comedor Social de San Pedro-La Isleta en Las Palmas de Gran Canaria. Además de encargarse del almuerzo, también han habilitado un servicio de ducha y lavandería del que pueden hacer uso tres veces en semana.

No se debe caer en el error de pensar que lo único que ofrecen es un plato de comida. «Los comedores no son solo sitios a los que se viene a comer, también somos un punto de referencia para estas personas», expresa Dámaso. Insiste en que quienes acuden, normalmente, no cuentan con otro familiar o ser querido que los acompañe en su día a día. «Terminas siendo una persona en la que confían y creas ese vínculo», matiza. Además, recalca que lo importante no es darles una bolsa de comida, sino interactuar y acompañarles.

Las bolsas de comida siendo entregadas en el Comedor Social San Pedro – La Isleta. Foto: A. Falcón.

«Nos encontramos con gente que trabaja, pero no puede permitirse comer»


La pobreza genera un estigma en la sociedad, lo que hace que tengamos una idea preconcebida de las personas que se encuentran en una situación de vulnerabilidad. «Antes veíamos que quienes más solicitaban ayuda en Cáritas eran hombres», manifiesta Cámara. Una tendencia que también corroboran desde el Comedor Social de San Pedro-La Isleta. Arcadina Dámaso aclara que poco a poco ha visto como cada vez más mujeres aparecían por el comedor. También subraya que el caso de ellas es más complicado, ya que, si han sido madres, son las que suelen tener menores a cargo. «Aún así, ellos ocupan la mayoría de los recursos», agrega. Según los datos recogidos por la institución en el año 2023, de media atendían a 134 varones mensualmente, frente a catorce mujeres.

Sin embargo, el género no ha sido la única variación del perfil en los últimos años. «Cuando llegué me sorprendió la cantidad de jóvenes que pasan por aquí», es el testimonio de Isabel Lecuona, voluntaria en la organización de La Isleta. Jorge Cruz tiene veinticuatro años y es uno de los chicos más jóvenes que acude al comedor. «Perdí mi puesto de trabajo hace siete meses y no he podido volver a entrar en el mercado laboral», cuenta. Cruz detalla que no tiene familiares en la isla a los que pedir ayuda. Actualmente vive en la calle y consigue algo de dinero gracias a la limosna.

Gran parte de las personas usuarias pertenecen al sector de desplazados sociales, pero no es la única realidad a la que se enfrentan en el comedor. «Nos encontramos con gente que, pese a tener un puesto de trabajo, no puede permitirse comer», adelanta Dámaso. Este es el caso de Ángela Díaz, una mujer de cuarenta y cinco años que lleva cuatro meses haciendo uso del servicio. «Gano 480 euros al mes y la pensión en la que vivo cuesta 320 euros, no me da para mucho más», admite.

Las personas que necesitan la colaboración de la organización lo hacen por distintos motivos, pero hay algo que tienen en común, agradecen la labor de quienes les atienden. «Sin su ayuda no tendría nada que echarme a la boca», comenta Miguel Ángel González usuario del comedor. Algo parecido piensa su compañero Bernardo que comenta estar muy agradecido con lo que le ofrecen aquí. «Además, en el comedor he hecho amigos con los que me lo paso bien», expone.

Unas exigencias no cumplidas


Este tipo de organizaciones consiguen su financiación gracias diferentes subvenciones que suelen ser insuficientes para la cantidad de gastos que generan este tipo de iniciativas. «No damos abasto», enfatiza Dámaso. Con el aumento de la cifra de asistentes y el encarecimiento de los productos cada vez es más complicado costear el servicio. «Creo que es necesario que el Estado asuma y dote de recursos», considera Lecuona.

Los comedores sociales son una parte fundamental de la lucha contra la pobreza y exclusión social, mas no son la solución ante el conflicto. «Se trata de un problema estructural de la vivienda y el empleo que no se solucionará por dar una comida diaria, pero al menos mejoramos la calidad de vida de estas personas», dice Lecuona. Desde estas organizaciones exigen un cambio en el modelo que permita que estas personas puedan salir de la situación de exclusión social en la que se encuentran.

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