Uno de los sellos de identidad de la cultura canaria es su artesanía. La herencia aborigen fusionada con influencias posteriores a la conquista dan lugar a lo que hoy denominamos artesanía canaria. Las piezas y la forma de hacerlas reflejan cómo era la vida de los antiguos habitantes de las islas. En un mundo globalizado donde las culturas se mezclan prácticamente hasta no diferenciarse contar con un legado histórico como la artesanía hace única la cultura canaria.
En el Museo de Historia Casa del Capitán en San Miguel de Abona se trabaja por mantener el legado aborigen a través de la conservación y exposición de piezas de alfarería. Además, en el Museo se encuentra la sede de la Asociación Socio-Cultural Tenique que a través de talleres y clases tiene la misión de mantener y fomentar los oficios tradicionales. La labor de la asociación acerca a la gente, principalmente a través de la alfarería, la forma tradicional de hacer artesanía.
Es el caso de Noelia Hernández, una graduada en Estudios Ingleses que se dedica al sector escolar. Hernández vio en casa de su abuela una pieza de alfarería canaria y le intrigó, tras preguntar le dijeron que la había hecho su primo de forma artesanal. «Desde ahí me puse a investigar y di con la Asociación», comenta. Tras organizarse y conseguir encajar los horarios de su trabajo con los de las clases comenzó su camino como aprendiz de artesana.

«Las clases son una vía de escape a la rutina», confiesa Hernández. Ir una vez a la semana a aprender algo que le gusta le sirve para desconectar del estrés de su día a día. «En mi trabajo trato con mucha gente y muchos cambios y el momento en el que estoy elaborando una pieza no pienso en nada más», cuenta. Aunque no pretende dedicarse a la alfarería de manera profesional quiere seguir yendo a clases para aprender y «crear bonitos recuerdos».
Uno de los profesores y artesanos miembros de Tenique es José Manuel González. Tras una vida dedicada a la Seguridad Social, ahora ocupa su tiempo en la alfarería. Desde que se jubiló probó la fotografía, la pintura, pero no encontró su verdadera pasión hasta que visitó la Casa del Capitán un día cualquiera. A raíz de su visita y de una charla con la persona que lleva el Museo, convirtió algo que había estado presente en su día a día en el pasatiempo perfecto.
«En mi casa siempre hubo piezas de alfarería canaria y traté de conservarlas y cuidarlas lo mejor que pude», narra González. En 2019 se sacó el carnet de artesano y desde ahí participa en exposiciones, ferias de artesanía o proyectos como MidaLab, el primer Laboratorio Creativo de Artesanía, Diseño e Innovación impulsado por el Cabildo de Tenerife. Este año forma parte de una campaña organizada por MidaLab donde elaboró una pieza que opta a participar en los Premios Nacionales de Alfarería 2025.

En esta contienda está involucrado también el artesano David Marrero. Su historia con la artesanía canaria es única y temprana. «Viví mucho con mi abuela y mi bisabuela y me contaban que conocían gente que hacía cosas de barro», cuenta Marrero. «Empecé como a los ocho años a recoger barro para ir haciendo mis primeras piezas», añade. Con el paso de los años siguió con el barro aunque como hobbie hasta que conoció a unos arqueólogos que participaban en una excavación en Candelaria. «Ellos me hablaron de que en esa zona había cerámica aborigen», matiza.
A los trece años se empezó a interesar de verdad por la cerámica y a raíz del libro ‘La alfarería popular de El Cercado’ de Sara Cabrera descubrió que había gente todavía en Canarias que se dedicaba a la alfarería. Buscó los números de teléfono de esa gente, la mayoría mujeres artesanas, y se fue a vivir con ellas a La Gomera cuando tenía catorce años. «Me quedé con ellas en su casa unos meses para aprender», explica el artesano. Una de sus maestras fue la célebre doña Rufina González, una de las loceras más emblemáticas de Canarias.
«Es una tradición que hay que conservar pero no en las condiciones del pasado»
Cuando regresó a Tenerife investigó la cerámica de Candelaria que aunque prácticamente estaba extinta había gente mayor que conocía la forma de hacerla. Después de una vida dedicada al estudio, la elaboración y la enseñanza Marrero afirma que tratar de salvar la artesanía como era antiguamente es un error. «Es una tradición que hay que preservar pero no es conservable tal cual se hacía en el pasado», sentencia. Marrero explica que las condiciones en las que se elaboraban las piezas antiguamente no son sostenibles y que la profesión debe adaptarse a los tiempos actuales.

En el Centro Alfarero ‘Casa Las Miquelas’, con vistas a la Basílica de la Virgen de Candelaria, los artesanos de Tenique siguiendo las indicaciones de Marrero terminan las piezas que presentarán a concurso. Solo queda quemar las piezas y darle los últimos retoques previos a presentarlas. Entre intercambios se plantea una especie de debate sobre qué es lo tradicional y qué no ya que tienen que lijar las piezas. Aunque no se llega a un punto común se llega a la conclusión que introdujo Marrero, «es imposible e inviable preservar la artesanía tal cual era en el pasado».
A pesar de pertenecer a generaciones diferentes y tener distintos enfoques y experiencia comparten un objetivo común, abrir escuelas de alfarería e inculcar la cultura y los valores a las nuevas generaciones. «Cada vez hay más gente joven interesada», expone González. De la misma manera, Marrero sentencia que le gustaría poder enseñar a las nuevas generaciones una técnica y oficios que son propios del pasado.










