Las estructuras de las prisiones varían alrededor del mundo, pero todas representan la limitación de la libertad. Foto: PULL

Ética entre barrotes

Opinión

Cuando alguien comete un delito se le juzga considerando unas leyes, las cuales, aunque se desconozcan, no eximen de su cumplimiento. El procedimiento judicial asegura la defensa de cualquiera, independientemente de su nivel adquisitivo o clase social. Una vez finaliza el juicio, si la persona juzgada resulta culpable se la traslada a una prisión. Y para ella comienza una nueva vida. El concepto de cárcel se basa en la privación de libertad para delincuentes y criminales pero, ¿se debe entender esto como un castigo?

La lógica detrás de la acción de encerrar a personas adultas en un edificio responde a la intención de tener un control sobre ellas, con el objetivo de evitar que sean libres para deambular por las calles y volver a cometer el delito que le ha llevado a estar entre rejas. Sin embargo, tras cualquier sistema penitenciario, se encuentra el fin de lograr la reinserción en la sociedad  de aquellas personas que habitan las prisiones, una vez cumplan su condena.

Aunque compartan una idea general, cada país desarrolla sus métodos tomando diferentes caminos. Mientras en que en 27 estados de los Estados Unidos es legal la pena de muerte, en otros países como Noruega existen prisiones donde las personas condenadas tienen la libertad para cocinar sus propios menús, practicar tenis o tener acceso a una pequeña playa privada. El sistema penitenciario noruego se basa en el principio de normalidad, que afirma que para lograr una reinserción, la vida en la cárcel debe ser lo más similar a la vida cotidiana. Allí, delincuentes viven un proceso de rehabilitación progresivo: pasan de cumplir su pena en un penal de máxima seguridad a trasladarse gradualmente  a otros centros con mayores libertades.

¿Qué efectos tiene en la sociedad este sistema? Los datos extraídos del Servicio de Prisiones de Noruega y de la Oficina Central de Estadísticas de Noruega muestran que este país cuenta con un promedio de ocho meses de sentencia, siendo uno de los más cortos a nivel internacional. Además, cuenta con una de las tasas de encarcelamiento más bajas, al tiempo que la tasa de reincidencia criminal, que debería ser referente a la hora de analizar la efectividad de un sistema penitenciario, es de un veinte por ciento, la menor en todo el Mundo.

«La tasa de reincidencia en España es del 31 %, es decir, uno de cada tres delincuentes vuelve a delinquir»

Para entender un poco mejor estos datos, sería útil compararlos con un contexto que resulte más cercano. Según el INE, en España la tasa de encarcelamiento es de 125,2 reclusos por cada cien mil habitantes, dato que se encuentra cerca de doblar al del país escandinavo. La tasa de reincidencia, por su parte, es del 31 %, es decir, uno de cada tres delincuentes vuelve a delinquir. Esto da a entender que si el objetivo del sistema penitenciario español fuera reinsertar en la sociedad a los criminales condenados, no se estaría cumpliendo.

Es evidente que, en España, los datos muestran una realidad alejada de cumplir los principios del sistema penitenciario. Además, mientras Gobierno y Oposición debaten el ya mediáticamente instaurado concepto de prisión permanente revisable, queda por hacer un análisis de nuestros penales desde una perspectiva ética. En otros países de la Unión Europea ya han abandonado el enfoque punitivo con el que en este país aún se mira a quienes habitan las cárceles, con sed de venganza, y no con el fin de mejorar esta nación.