Daniel Doña, director y coreógrafo de la obra, junto a su equipo de artistas. Foto: G. P.

‘Entre hilos y huesos’ transforma la tragedia en un canto de libertad

Cultura / Ocio

El tic tac del reloj, las continuas lágrimas que caían del cielo, el murmullo de las personas y la melodía de fondo acontecieron los minutos previos a la apertura de las puertas del Teatro Pérez Galdós a las 20.00 horas el pasado viernes, 22 de marzo. Las luces y las conversaciones en distintos idiomas cesaron cuando los focos se encendieron. El escenario sintió los pasos firmes de quienes pusieron rostro a la obra Entre hilos y huesos. Un proyecto original de Daniel Doña ganador del Premio Lorca 2023 al Mejor Espectáculo de Danza Flamenca.

Las cortinas se abrieron de par en par. Cinco artistas aparecieron con máscaras de hierro, vestimenta de color grisácea y zapatos propios del baile flamenco. Alzaron los brazos al son de la música que tocaba el violinista. La melodía acompañó al dolor y la resignación de un pasado oscuro para quienes soñaban con ser artistas en la España franquista. La persona central agitó con énfasis las manos, hacia delante, como señal de un último intento de lucha.  Comenzó a sonar una canción andaluza que relataba la situación de una calle de Madrid cubierta de guardias civiles que secuestraban a quienes eran de la república. El cantante afirmó querer «una ciudad libre de miedo».

Las luces bailaban al compás de los pasos temblorosos y el denso humo blanco. Se quitaron las máscaras, se unieron y al cantaor se le sumó la voz de una mujer que sostuvo las manos del colectivo artista y citó «un canto a la vida». La luz pasó a ser amarilla. Dos chicas se unieron en un efímero beso que reflejó la dura represión que sufrió el pueblo español. Sus cuerpos acariciaron lentamente la superficie del escenario y descansaron en él. La obra mantuvo unos segundos de pausa.

El público aplaudió la delicia sutil de la interpretación que marcó un antes y un después con el relato de una voz que aconteció una muerte producida «a las 05.32 de la mañana». En un extremo del plató, dos mujeres se separaban en un tierno abrazo. En el otro, una pareja de varones se mantenían unidos por el baile andaluz de antaño. De nuevo se plasmaba el intento fallido de amar lo imposible: la libertad en una España dominada por la dictadura. «Niña republicana sale al balcón porque si tú no sales voy a morir», exclamó una dulce voz femenina durante unos instantes.

El cantaor cuenta la historia de quienes eran republicanos y sufrían el castigo de la España censurada. Foto: G.P.

«No sé cuál es mi destino. Yo soy un hombre de izquierda y tiembla mi camino»


La tercera parte estuvo marcada por el discurso del cantaor mientras le observaban desde unas sillas blancas de madera. Relataba «no sé cuál es mi destino. Yo soy un hombre de izquierda y tiembla mi camino». Al tiempo, una mujer gritó «¡la República quemaba, queremos una España libre sin armas!». Una bailarina se acercó a un espejo vertical de los cuatro que aparecieron en el escenario, sostenidos por el resto, y sus pasos volvieron a ser firmes.

La lucha continuaba y el baile así lo clarificó. La melodía que provenía de una guitarra española cesó con los disparos que anticiparon las luces rojas que, de repente, cubrió a todo el público. Unos largos segundos en silencio por quienes murieron en el frente de la Guerra Civil Española (1936-1939). «Diez mil veces que morimos y diez mil veces que lo haremos», aseveró la cantante.

Una voz de fondo comenzó a marcar variados capítulos. Entre ellos destacaron el capítulo dos, en el que una voz en off sentenció al público con una frase que dijo «condenados a la muerte». Llegó el año 1941 y un susurro afirmó «tristes hombres que mueren en la guerra». Y en el capítulo cinco se hizo alusión a quienes fallecían por distintas enfermedades (tuberculosis o tifus) que azotaron a la España sucumbida por las consecuencias de la posguerra.

«A las 05.32 horas de la mañana», se volvió a repetir mientras el sonido de una alarma de guerra invadía el salón. Una tormenta de disparos terminó con una melodía triste que acompañó a los cuerpos tendidos en el suelo. Pero volvieron a la vida y bailaron con una melodía que aumentaba su intensidad y hacía que el corazón fuera a mil por hora. El claqué de los zapatos fue más fuertes, al igual que las palmas de quienes cantaban, situados en el interior del escenario.

La desnudez de una mujer, en señal de liberación, puso final a la obra. Foto: G. P.

Los setenta y cinco minutos se hacían cada vez más cortos, una sensación inquietante porque mi ser no quería que el fin llegase. La obra atrapó al público. Miles de sensaciones recorrían la piel de quienes tuvimos el placer de contemplarlos. La suma de la danza flamenca, las canciones andaluzas, las expresiones de dolor y alegría, y la guitarra española nos transportaron a una época que jamás olvidará la memoria histórica.

«Una sensación de tristeza e impotencia al sentirse incomprendida volvió a provocar las lágrimas del público»


Una de las dos bailarinas se movía al estilo flamenco mientras trataba que uno de los hombres, frente a ella, entendiera sus palabras codificadas en contundentes pisadas. Pero no se inmutó. Una sensación de tristeza e impotencia al sentirse incomprendida volvió a provocar las lágrimas del público. A esta pareja se le sumaron tres artistas que recorrían en círculo mientras las panderetas, colgadas en las espaldas, resonaban al caminar. Los silencios de los pasos eran cortos, la música era intermitente, el balanceo de las manos mientras se tocaban el pecho, también. Esto fue interrumpido por unos giros y el incremento del sonido proveniente de la guitarra española.

El final fue sellado por una voz antigua que informaba sobre la presencia del dictador, Francisco Franco, en Madrid. El humo volvió a aparecer en los extremos del escenario. Las pisadas, esta vez, las protagonizó la canción que citó que «la guerra pasará». La melodía fue disminuyendo poco a poco para dar paso al cantante, quien agradeció al público por su presencia y manifestó la discordia de que «España se jodió mucho tiempo antes. La jodimos entre unos y otros». Las luces rojas volvieron a ocupar el lugar, pero esta vez para ponerle punto y final a la obra y a la España que sufrió el desgarrador dolor de una dura represión.

Toda la audiencia creyó que el cierre era ese hasta que la desnudez de una mujer, en señal de liberación, les sorprendió. Ahora sí, el telón cayó y el público se puso en pie a vitorear el espectáculo Entre hilos y huesos.

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