Campo de refugiados de la población saharaui. Foto: María G.

El exilio saharaui (III)

Opinión

Fue en una de las asignaturas del Grado de Historia, Historia Contemporánea, impartida por el profesor Domingo Garí-Montllor Hayek, y con sus diversas publicaciones sobre el Sáhara Occidental como, por ejemplo, Estados Unidos en la guerra del Sáhara Occidental o su artículo Canarias en la geopolítica del franquismo durante las independencias africanas en 1960, donde conocí el conflicto del Sáhara Occidental y Marruecos con más detenimiento. Además, pudimos desarrollar desde la Universidad de La Laguna una entrevista a Hamdi Manso, que fue el representante del Frente Polisario en Canarias.

El conflicto del Sáhara lleva prolongándose demasiados años, desde 1975, cuando España abandonó con prisa y dejó a su suerte como potencia administradora al Sáhara Occidental, sin tomar responsabilidad política en su proceso de autodeterminación y desentendiéndose de la que fue su provincia. La abandonó para que Marruecos y Mauritania se disputasen vilmente sus territorios, aunque esta última decidió desmarcarse del conflicto. Fue Marruecos quien empezó su ocupación en el territorio saharaui con la Marcha Verde en 1975 hasta día de hoy.

La ocupación solo podía significar una cosa: dolor y exilio para el pueblo saharaui. Es agotador ver cómo el proceso de autodeterminación no llega, cómo España se desentiende y cómo hay países que no logran escapar del yugo de la colonización. El Sáhara es un país disputado por sus riquezas: los grandes caladeros de pesca que también han sido arrebatados por Marruecos y España, el fosfato, el gas, el petróleo, incluso, hasta su propia arena. Sus recursos han sido expoliados y sus derechos aniquilados completamente.

Esta situación de conflicto con Marruecos fue la responsable del exilio de la población saharaui, del éxodo masivo por parte de su población, de los ancianos y ancianas, de las mujeres, de los niños y las niñas que han sido privados de su infancia. Es aquí cuando aparece el protagonista de mi historia: un buen hombre que me abrió las puertas de su casa, de su trabajo y de su país para enseñarme su tierra, pero, sobre todo, para contarme su historia. Tuve la suerte de coincidir en mi último viaje al Sáhara con Salama Lehbib Hafed.

«La resistencia es una palabra que el pueblo saharaui conoce a la perfección»

La vida de Salama es realmente un ejemplo de lucha y, sobre todo, de resistencia, una palabra que el pueblo saharaui conoce a la perfección. Se fue a Cuba en 1989, con tan solo catorce años. Estudió derecho y decidió volver en 2008 para dedicarse íntegramente a su país. Es coordinador Técnico de Proyecto de Protección para MDLP y ACNUR, proyectos que consisten en la implementación del protocolo de actuación sobre la violencia de género en el sistema de acogida de protección internacional. Es, también, el encargado del Plan Nacional de Juventud y dirige Training Entrepreneurship & Consultancy Center TECC. Él me cuenta de primera mano quién es y por qué volvió. Todos estos proyectos se enfocan en la protección y los cuidados de los derechos de infancia y de las mujeres que, además, se encuentran en extrema vulnerabilidad.

Foto: María G.

Salama fue de esos chicos que vivió en los campamentos de refugiados de Tinduf. Sabía que si quería crecer académicamente y formarse, no podría hacerlo en el lugar donde les arrebataron todo. Donde arrinconaron a un pueblo en el desierto y lo condenaron al exilio. En ese proceso migratorio tan complejo se fue a Cuba, donde cientos de jóvenes saharauis decidieron llevar a cabo su formación. Recomiendo leer el artículo La literatura saharaui contemporánea y su desarrollo en el contexto migratorio español, de Carmen Gómez Martín, en el que explica las dificultades que tuvieron que pasar los saharauis cuando retornaron a su tierra, aunque no todos lo hicieron, ya que otras personas terminaron en países como Francia, España o Argelia debido a las relaciones y los lazos políticos y económicos que los unen a ellos. ¿Quién querría volver al desierto sin un futuro y, sobre todo, sin un presente en el que poder prosperar? Salama lo hizo.

No quiero detenerme en esto, ya que hay diversos artículos sobre el flujo migratorio y el éxodo de jóvenes saharauis. Yo quiero detenerme en lo humano, en sus razones para volver, en su implicación en las instituciones y en el cambio y la ilusión que ostenta él. La ilusión de ver un Sáhara Libre, el motivo por el que volvió. El motivo por el que muchos vuelven.

«Hablamos de países en conflicto. De hambre y miseria»

Aunque no me detendré en los flujos migratorios que llevaron a cabo los saharauis, si lo haré, como ya dije, en lo humano, en las decisiones que nos envuelven y que nos empujan para irnos a otro lugar y, también, por las que decidimos volver. Entender la huida creo que es un factor clave, humanitario, de derechos humanos. En la crisis migratoria que sufrió Canarias pude ver como la gran mayoría que decidía viajar a Canarias como lugar de tránsito lo hacía por necesidad. No hablamos de privilegios. No hablamos de lujos. Hablamos de países en conflicto, de hambre, de miseria y de expolio.

En los campamentos de Canarias no solo había saharauis, sino diversas nacionalidades: marroquíes, senegaleses, gambianos, etc. Reducir África a un par de países es absurdo, pero es un error en el que cae la visión eurocentrista. No podemos obviar, eso sí, que la costa más cercana pasa ahora mismo por guerras civiles, políticas o religiosas, por la escasez de medios para conseguir recursos esenciales como el agua, la explotación laboral para la obtención de recursos y el saqueo y expolio de estos mismos que llevan a cabo otros países. Estos son, sin duda, los motivos por los que la población africana decide formar parte de esta huida, de esta ruta migratoria.

En el caso de Salama y de muchos saharauis, se exiliaron al ver la falta de oportunidades que tendrían en el desierto, en los campamentos de refugiados, ese único lugar en el que les permitieron estar y formar un hogar. Intento acercarme a su infancia, ahondar en sus recuerdos, en la vida que tenía y la que tuvo después.

En la entrevista, Salama empieza contándonos sobre su trabajo. Como ya he dicho antes, tiene muchos proyectos en sus manos. Trabaja en Rabuni, que es la capital administrativa en los campamentos de refugiados de la provincia de Tinduf, y vive en el campamento de refugiados. Trabaja en el Ministerio Saharaui de Juventud y de Deporte, ayuda en temas de finanzas, presupuesto y temas de cooperación a nivel ministerial, pero principalmente su trabajo se centra en las ONGS, trabaja con una ONG española, XXX, que está presente desde 1993. Atiende a la población civil refugiada. Lleva temas de medioambiente en la gestión de residuos y asiste a servicios de justicia.

Oración grabada en una de las paredes del campo de refugiados. Foto: María G.

Una vez que sabemos a qué se dedica Salama, le pregunto algo que me conmueve, y que a su vez, me inquieta: ¿Cómo se vive la infancia, cómo vive la infancia un niño saharaui que tiene que irse a Cuba? Salama responde con contundencia, habla de la falta de servicios escolares, del derecho a la enseñanza y que gracias a las relaciones que el Frente Polisario había consolidado en base a los movimientos de solidaridad con estados amigos como Argelia, Cuba o Libia.

«Tengo la sensación de que él no tiene derecho a la queja»

Después de terminar el quinto Grado de Primaria, se fue a Cuba. Confiesa que no recuerda muy bien lo que vivían. En su caso, fue complicado separarse de la familia. A pesar de eso, le pregunto si esto causó algún tipo de trauma para él, un trauma consciente, a lo que me responde que no. No había lugar para el trauma o para el drama porque los habían entrenado para eso. Para la separación. Para marcharse. Salama es generoso en sus palabras y en sus actos. Habla realmente de quienes vivieron el trauma, y el primer dolor, habla de que cinco o diez años antes muchas familias habían sido exiliadas bajo bombardeos, violencia y represión. Después de eso, tengo la sensación de que él no tiene derecho a la queja.

El sistema educativo en Cuba le permitió sobrevivir. Él mismo retoma la palabra trauma en la entrevista. Habla en consecuencia, también con la firmeza y con la dureza asumiendo el papel ya no del niño, sino del hombre que tuvo que volver, eso sí puede resultar un verdadero trauma, ver que las cosas siguen en el mismo lugar como las dejaste. Dice que hay algo que siempre te hace volver, aunque no todos lo hacen. Es la vida y la familia que dejaste atrás. Es la nostalgia que lo invadía. Es no renunciar a tu origen. Insiste también en los motivos de migración que hay detrás del pueblo saharaui y en la necesidad.

Otra de las preguntas que le planteo a Salama es que, después de haberse ido y formarse, vuelve para trabajar. Me cuenta que hay muchas cosas que hacer allí, quizás demasiadas, sobre todo, intentar cubrir las necesidades más básicas de las personas, aunque dice que la gente cuando se encuentra esto termina emigrando también, ya que acabas poniendo una balanza y a veces las necesidades materiales, las más básicas, pesan pero, a pesar de esto, él se quedó.

Se queja de la situación, las cosas no cambian, las infraestructuras no cambian. Se queja de la falta de interés por la causa y de la frustración que esto les genera porque parece que da igual lo que trabajes. No ves los resultados de tu trabajo, sobre todo porque no hay medios para realizarlos. Hay una frase de la entrevista que recuerdo con mucha ternura a la par que dolor: «Siempre intenté recordar el rostro de mi madre».

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