La Agrupación de Teatro de Filología de la Universidad de La Laguna presentó el pasado viernes, 23 de mayo, El amor de Fedra. La propuesta, dirigida por Delia Tabares, tomó como punto de partida la obra de la dramaturga británica Sarah Kane, quien reinterpretó el mito clásico de Fedra y su hijastro Hipólito desde una mirada cruda, contemporánea e inquietante. Una hora en la que la audiencia se sorprendió y se repugnó. Noventa minutos en los que, quienes asistieron, reflexionaron sobre la pasión y la locura.
Desde las 19.30 horas, cuando se abrieron las puertas del Paraninfo, el público entró en un espacio que rompía con la forma tradicional del teatro. Allí estaba Hipólito, descendiente de la realeza, acostado en un sillón bebiendo cerveza. Destacaba su aspecto desaliñado y su alrededor repleto de basura. Frente a sus ojos, una pantalla enorme que absorbía. En ella, se mostraba una sucesión interminable de videos cortos, desde tragedias mundiales, bailes con canciones de moda o el inicio de la serie infantil La casa de Mickey Mouse. Apático a cualquier noticia el scroll no cesaba. En un principio, el ritmo acelerado y caótico generó risa, al cabo de treinta minutos causó incomodidad y agotamiento.
«Te odio porque te odias a ti misma»
La aparición de Fedra en escena inauguró el verdadero conflicto de la narrativa. Ya no se trataba solo de la decadencia de un personaje, sino de un deseo que traspasaba cualquier límite. El intento de ocultar la atracción que sentía por su hijastro Hipólito duró apenas unos minutos. Su propia hija, Estrofa, lo señaló con crudeza: «No te engañes, se nota a la legua». Fedra, resignada y sorprendida, confesó, aunque convencida de que no era personal y que el príncipe causaba el mismo efecto en todas las personas, como un deseo universal. En todo momento, hay una constante batalla por mantener las apariencias y ocultar lo inadmisible para no manchar el honor de la familia ni poner en riesgo la corona.
El drama se intensificó cuando Fedra entró en la habitación de Hipólito. Allí se desarrolló un intercambio cargado de tensión. Preguntas en tono provocador y respuestas cortantes que desataban un enfrentamiento, un juego de poder en el que se intentaba descubrir quién dominaba a quién. El deseo, el rechazo y la violencia se combinaban en una sinergia inquietante. La madre confesó su amor irracional y destructivo: «Te amo porque sufres». Es una declaración que anhela ser correspondida, pero que también busca justificar el dolor como parte del amor. Lo que podría haber sido un momento de intimidad terminó en gritos y golpes. «Te odio porque te odias a ti misma», le confesó Hipólito antes de exigirle que se marchara.

Esa misma noche, Fedra decidió quitarse la vida, pero antes dejó una acusación falsa contra Hipólito. Aunque no cometió el crimen, no se defendió y se entregó. Aceptó la culpa como si su propia existencia fuera una carga y una fuente de dolor, merecedora de castigo. Estrofa le exigió la verdad, pero él solo respondió: «Crean que así fue, si eso es lo que quieren». Apareció la figura del cura, quien lo invitó a la confesión y emprender el camino de la redención, pero lo rechazó: “Es mi destino, estoy condenado”.
A partir de ese momento, la violencia se desató. El pueblo tomó la palabra y emitió su veredicto: «Yo también soy madre», «no hay justicia», «debe morir». Buscaban castigo desde la rabia. Hipólito fue asesinado por la multitud, que actuaba bajo las órdenes de su padre, Teseo. Estrofa intentó impedirlo, pero también acabó muriendo. Al contemplar el horror de sus propias acciones, el rey se quitó la vida. La tragedia no dejó a nadie a salvo.

La función cerró con risas y la sentencia de Hipólito: «Ojalá más momentos como este». Un final que descolocó al público, generó incomodidad y no ofreció consuelo. Una risa amarga, nacida de la desesperación, como si lo ocurrido fuese tan absurdo que solo quedara reír. La obra no busca respuestas, sino que deja más preguntas abiertas. De este modo, tal como lo concibió Sarah Kane, la representación del amor se distancia del ideal romántico y revela una crítica a las relaciones humanas contemporáneas, en las que predomina lo superficial y la falta de comunicación.