Privilegiados

Opinión

Silencio. Bomba. Caos. Muerte. Estas cuatro palabras son el día a día de muchos países en guerra, como Siria, Afganistán, Yemen y el Congo. El  penúltimo, uno de los países más pobres del Mundo, y el último, con conflicto desde 1996. Estas guerras no solo provocan caos, que ya es bastante, sino crisis sanitarias, pérdida de población y refugiados, muchos refugiados. 22,5 millones de personas han tenido que marcharse de su país. 65,6 se ven forzadas a realizar ese acto, según datos de ACNUR, Agencia de la ONU para los refugiados. A muchos de ellos los estamos viendo este verano en barcos como el Aquarius o el Open Arms. Embarcaciones que son rechazadas de los países occidentales más cercanos a donde se encuentran arriesgando aún más sus vida.

En 2017, en Siria, murieron más de dos niños al día. Pasan los años y no se ven síntomas de mejora. En 2016 hubo muchas muertes, se creía que era la peor cifra, pero 2017 arrasó con números más altos y más pérdidas, según Unicef. El conflicto es la primera causa de muerte en los jóvenes. Pero algunos escapan de este horror, aunque no con mucha suerte. Mutilaciones, impactos psicológicos… son otros desenlaces para los más pequeños. Se alejan con ello de una vida normal y se acercan a la sombra de la educación y la sanidad que no les puede atender, porque es inexistente. Entre estas cifras, me surge la duda de porqué mi vida vale más que la de un niño sirio.

El horror que no vemos


Pero, ¿cuántas personas mueren en Siria en total? Un recuento hecho por Amnistía Internacional cuenta más de 400 000 muertos en este país en los siete años que lleva la Guerra. Es una batalla entre los grupos rebeldes y el régimen de Basar Al Asad (aunque también se suman otros), pero quienes pasan factura son los civiles, las personas que no tienen culpa de nada. Un conflicto lleno de responsables, quienes están manchados con la sangre de inocentes.

Alarmante también es que se recluten a niños para las filas del conflicto por parte de los grupos rebeldes como el ISIS. Les roban la infancia, los adoctrinan, los manipulan, y muchas veces los obligan a convertirse en suicidas, detonando una batalla de explosivos para matar a quien pase por delante. Además, se secuestran niñas, mujeres, para utilizarlas como esclavas sexuales con el fin de “satisfacer las necesidades” de los terroristas. Se las pasan de unos a otras, pagando lo que creen que merecen, claro. Por las vírgenes se destina mucho más dinero.

Hoy en día siguen pasando actos como estos, sí. Pero nosotros no hacemos nada, giramos la cabeza como si esto no fuera con nosotros. La vida es una, como dice el refrán, muchos ya la han perdido y quién sabe si en lugar de estar echados en el sillón viendo la televisión podríamos estar debatiéndonos entre la vida y la muerte en una zona de conflicto. Por desgracia no todos tienen la suerte que tenemos nosotros, los privilegiados.

Foto: Goran Tomasevic

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