Josep Roy fue decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona y escultor. Lleva más de treinta años trabajando y amando la escultura. La semana pasada convivió con el alumnado de Bellas Artes y Periodismo de la Universidad de La Laguna en el III Campus de Escultura en Lanzarote, organizado por este Centro académico y la Fundación Curbelo Santana. Además, impartió la conferencia La escultura y la ironía.
¿Qué le hizo comenzar en la escultura y cómo fueron los inicios? «Un cierto convencimiento. Cuando estudié en los años setenta las universidades daban los títulos de profesor de Dibujo. Entonces yo tuve la oportunidad de sacarme una primera licenciatura. En 1978hice una licenciatura de Bellas Artes. Y en 1987 hice el doctorado sobre escultura pública en Barcelona. Mi puntal creativo era a partir de la escultura y la tridimensión. Apoyado con el dibujo y con el color, con los cromatismos».
Dentro de lo personal, ¿le resultó complicado a su entorno que quería dedicarse a algo que no existía en ese momento? «No, no resultó difícil. Realmente había una tradición más clasicista del concepto, porque la escultura era más estatuaria. La escultura sirve para conmemorar, entonces era el monumento y todos esos elementos figurativos. Tenía una Función ornamental que no estaba mal vista».
Ha comentado que la ironía roza la malicia en algunas ocasiones. ¿Qué obra destacaría como la más maliciosa y por qué? «El Dedo de Mauricio Cattelan. Es un dedo haciendo el corte de manga. Está frente a la bolsa de Milán. Es reivindicativo, desafiante y provocador. Tiene un sentido político, antidinero, antiliberalismo».
«En el arte no hay límites»
¿Qué consejo le daría al alumnado que va a dar sus primeros pasos en el mundo laboral? «Muy sencillo, trabajo, trabajo, y trabajo. Pero trabajo convencido. No es una forma de ser, es una forma de vivir, una filosofía. Aparte de la aptitud y de la pasión tienen que saber que van a trabajar duro. No hay límites, se trabaja por la noche, por la mañana y por la tarde. Con unas técnicas o con otras. Pero no es trabajar para producir más, sino para ir evolucionando sobre la forma. Porque en arte todo está inventado. No se trata de copiar ni de imitar sino de reinterpretar».
En la ponencia que impartió en el Campus de Escultura se refirió a algunas esculturas como una burla amable. ¿Suele ver este tipo de obras en su día a día? «Son cosas chocantes. Las mayores atrocidades desde el punto de vista objetual suelen pues estar puestas en las rotondas. Es un lugar periférico, residual, que tiene una función: dirigir el tráfico. Pero en muchos lados deciden decorarlas ahí. Que en Valencia pongan una naranja tiene lógica, pero hay ocasiones que usan cosas graciosas o incluso raras. No tiene sentido que estén ahí».
¿Qué aportó al alumnado del tercer Campus de Escultura? «Lo primero, la experiencia. Lo más importante, esta experiencia compartida. Es decir, compartida con el grupo. Cuesta mucho porque el artista tiende siempre a crear individualmente. Pero en este caso, el compartir el día a día, las comidas y hacer un proyecto conjunto es muy enriquecedor.