María de la Asunción Urdangarín, conocida por sus seres queridos como Maruja, cumplió el verano pasado cien años. A lo largo de su vida ha vivido en dos países, sufrido una Guerra Civil, dos posguerras y un régimen dictatorial. Ha tenido tres hijas y cinco hijos que ahora viven en distintos rincones del Mundo, ha perdido a gente querida y ha visto nacer descendientes de descendientes de sus descendientes, leído miles de libros y sigue viajando. Mantiene un espíritu joven y una memoria intacta con la que cuenta historias de su pasado como si fueran sucesos del día de ayer. Con detalles exactos como nombres de calles y días del mes en que ocurrieron, sus anécdotas, aparentemente infinitas, narran la historia de una vida plena y más que vivida.
¿Cómo tiene una actitud tan optimista? ¿Es algo innato o se trabaja? «Va en el carácter de la persona. A mí me educaron en un colegio católico y pienso que si ofendo a Dios, ofendo a las demás personas. He tenido siempre mucho cuidado de no hablar mal de nadie, no soy quién para juzgar. Si me acepto a mí misma, ¿por qué no voy a aceptar al resto? Cada persona es única. Siempre ha habido gente buena, mala y a la que consideran peor de lo que es. Pero hay más bien que mal. Además, no me gusta enfadarme. Como decía mi cuñado, si no tienes razón, no discutas y si tienes razón, ¿para qué vas a discutir? La mayoría de mis amistades han fallecido, pero todavía sigo saliendo con sus hijas a jugar a las cartas cada semana y nunca hemos tenido problemas».
¿Cómo conserva la memoria tan intacta? ¿Puede decir su nombre completo como demostración? «María de la Asunción Urdangarín Cortina Larrañaga Costales Arrizabalaga Menéndez Mendizábal Mollera. Me acuerdo perfectamente. Creo que la memoria en parte es herencia ya que mi padre también la tenía. Pero hay que ejercitarla, muchas veces me pongo a pensar en el pasado. Me pregunto: ¿es posible que me acuerde de esto y de aquello? Pues voy a intentarlo. Además, juego a las cartas, al Rummikub, un juego de conexión de agrupaciones numéricas, y leo mucho».
«Una vez yendo con una amiga por la Ciudad Universitaria vimos a tres personas fusiladas, uno tenía más o menos quince años»
¿Cómo vivió los años de la Guerra Civil? «Iba a cumplir trece años en el momento que empezó. Nos íbamos a ir a Portugal desde junio, pero a mi madre no le habían terminado de coser un vestido, así que nos pilló aquí en Madrid. Fue muy dura. Todo el mundo pensaba que iba a acabar pronto, pero una Guerra Civil es horrible. Salen las envidias, los malos quereres en los vecindarios y el odio, que lleva a más odio. Una vez yendo con una amiga por la Ciudad Universitaria vimos a tres personas fusiladas, uno tenía más o menos quince años. Cambiamos de trayecto, pero al poco vimos a cinco más. En otra ocasión, cuando la zona de la Glorieta de Bilbao estaba siendo bombardeada, mi padre fue herido por metralla en la rodilla. Durante ocho meses tuvo la pierna engangrenada. Muchas noches mi hermana y yo íbamos a la zona de Moncloa tapadas con las capas del colegio, como si fueramos chicos. Esperábamos a un miliciano que podía entrar en la vaquería y nos sacaba un litro de leche para poder cuidar de mi padre enfermo».
¿Qué contaría del final de la Guerra? «Supimos que había acabado porque empezaron a aparecer banderas de la Falange y no de la República. El Gobierno se había ido a Valencia. Yo empecé a ir a una academia para estudiar ya que en ese momento no existían los colegios. El nuestro, que era de monjas, lo transformaron en un hospital militar. Hay que aclarar que los republicanos estaban muy en contra de la religión. Quemaron iglesias y conventos. Una vecina nuestra, muy mayor, al ver aviones militares se santiguó. Los milicianos la vieron y se la llevaron a la checa de la calle Fomento. De allí no salía nadie con vida».
¿Le hubiera gustado de joven vivir una época más feminista? «Yo vivía bien. Hoy la política se preocupa más por la mujer, en aquel entonces te decían que eras de melenas largas e ideas cortas. Y decían cosas como: la esposa atada a la pata de la cama. Bueno, en realidad, no hacías caso. No te metías en política y tratabas de pasarlo lo mejor posible. En la época del franquismo nosotras teníamos que hacer el servicio social, al igual que el hombre el militar. Te mandaban a una escuela del hogar donde te daban clases de costura, cocina, administración de la casa y puericultura. Después te destinaban a algún sitio. A mí, por ejemplo, de bibliotecaria».
«Al poco de estar en la redacción, grupos insurgentes plantaron una bomba y me trasladaron a la dirección técnica»
¿Qué me puede contar del tiempo que trabajó en RTVE en sus inicios, tiempo después de la Guerra Civil? «A mí me pusieron en los diarios hablados, en la calle de Génova, donde hacíamos las caretas para los reporteros. Al poco de estar allí, grupos insurgentes plantaron una bomba en el estudio y me trasladaron a la dirección técnica, en Arganda del Rey. Los directores de esta eran dos hermanos marines y uno de ellos vivía en el Paseo de la Habana, cerca de Pío XII. Al lado de su casa fue donde se abrió el primer estudio de televisión del País».
¿En qué año se mudo a Inglaterra y cómo fue el cambio? «Me casé en 1953 y nos fuimos a Londres. Estuvimos hasta 1980. Era la época de posguerra en Inglaterra por lo que había racionamiento, aunque existían trucos. Por ejemplo, los huevos de gallina estaban racionados, pero los de pata no, así que usábamos esos para hacer las tartas y tortillas. Con respecto a las personas, no nos querían por nuestra nacionalidad. Al pensar en España se acordaban de la división azul, que había ayudado a Alemania. Nos empezaron a aceptar más adelante, cuando España ofrecía vacaciones, vino y ropa barata».
¿Podría hacer un recuento de los sitios en los que ha estado? ¿Qué piensa que le aporta el viajar, por qué le gusta tanto? «He estado en Hong Kong siete veces, en Japón, Tailandia, China, Australia y en casi toda Europa. Me gusta viajar porque me gusta leer y de lo que he leído me entran ganas de conocer mundo. Si leo una novela ambientada en un país, quiero visitarlo. Las últimas veces que fui a Hong Kong, ya mayor, mi hija se quedaba trabajando y yo me iba por ahí a explorar un poco. No me canso de viajar. Mi último viaje fue a Figueras hace un mes».
«Cuando murió mi hijo Bobby me enfadé con Dios»
¿Qué nos puede contar de cuando su marido contrajo demencia senil? ¿Fue duro cuidarle? «A veces su mente estaba completamente lúcida y a veces no reconocía nada. Yo les decía a mi familia que la mente es como un día bueno con nubes. Pasa la nube delante del sol y todo es oscuridad y negrura. Se va y todo es diáfano. En los días malos todo era muy confuso para él. A veces decía: ‘Maruja, vámonos a casa’, y ya estábamos en casa. En el momento en que se rompió la cadera fue tremendo porque no le pudieron poner ninguna prótesis. Hubo un punto en el que tomaba dieciséis comprimidos al día. Todos los días le sacaban sangre para el sintrom. Yo tuve suerte, había bastante ayuda. Un enfermero de La Paz por el día, dos enfermeras que ayudaban a acostarlo por la noche y un chico brasileño a darle de comer. El día que hubo que llevarle al hospital fue la definitiva».
¿Qué nos puede contar de la muerte de su hijo Bobby por leucemia a los 52? «Fue una cosa tan repentina. Yo creo que Dios me ha ayudado siempre que le he necesitado y lo he pedido. Pero cuando murió mi hijo Bobby me enfadé con Dios. Decía: ‘¿Por qué? Teniendo yo los años que tengo y una vida tan plena, ¿por qué ahora? Dame una suerte de conformidad’. Y sí, la tuve. Porque acabé pensando, con la cantidad de cosas que le hicieron, entubándole, medicándole, operándole, se murió. Si hubiera quedado vivo, a lo mejor hubiera quedado hecho una piltrafa. En cambio, vivió una vida fantástica. A lo mejor fue en el momento que tenía que ser. Él era el primero que sufría viendo lo mal que lo pasaba su padre con demencia, y decía: ‘Ay mamá, si yo tuviera una enfermedad así me tiraría por un barranco, esto no es vida’. Así obtuve la conformidad».
A lo largo de la entrevista he notado que incluso preguntándole sobre momentos tristes siempre logra darle la vuelta y verle el lado positivo. ¿Cree que ese puede ser uno de sus secretos de cómo logra mantenerse tan viva? «Creo que sí. Hay que procurar ver el lado bueno de las cosas y de la gente. Siempre he dicho que tengo dos amigas: Sedante y Enervante. Enervante siempre está buscando malmeter y Sedante considera a todas las personas como amigas. Tienes que encontrar el equilibrio, ser capaz de ignorar a la que te chincha, escuchar y guardar como tesoro a la sabia».