El índice democrático de 'The Economist' califica a España como una democracia defectuosa. Foto: PULL

Una partidocracia de manual

Opinión

Efectiva separación de poderes y democracia real, dos expresiones denostadas cuyo auténtico significado jamás conocerá la ciudadanía española. De esta entelequia perpetua surge una beneficiaria única: la clase política, una élite que bascula entre la opulencia y la superioridad moral. El engaño y la burda manipulación son sus bazas más efectivas. Mientras, la gente se enfrenta a sus respectivos coetáneos con tal de defender a su mandatario de turno. La lucha por un régimen justo y equitativo queda poco menos que en el olvido. De hecho, las personas tendemos a vender nuestras vírgenes ideas a un estrato social corrompido por la avaricia y que nunca experimentará la pobreza o, como mínimo, las dificultades para llegar a final de mes.

Todo lo que rodea el panorama político y judicial redunda alrededor de la supuesta sede de la soberanía nacional que, según el artículo 1 de la Constitución: «Reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado». No procede preguntarnos si tal precepto es efectivo, pues nos inundará una profunda decepción.

Sin embargo, a largo plazo nos producirá un beneficio intelectual indecible. Al fin tendremos consciencia del entramado gubernamental que nos somete cual corderos sumisos día tras día. Ojalá se tratara de la particular arenga que se desprende de la exitosa película V de Vendetta, y no de la realidad de una nación crispada por el populismo de sus gobernantes y la obsolescencia de sus pilares institucionales.

«El poder judicial radica en los caprichos del Legislativo y del Ejecutivo»

Incluso la separación de poderes de la que se presume en la Carta Magna es una utopía. Tan solo basta leer los títulos y artículos de la citada Constitución para percibir la descarada mentira que cala en la sociedad desde el 6 de diciembre de 1978. La judicatura, aparente dueña de su destino y actividad, está sujeta al beneplácito de las Cortes Generales.

Es curioso, a la par que perturbador, saber que el Congreso y el Senado configuran a su antojo la composición del Consejo General del Poder Judicial. No se levanten de sus asientos. Aún falta la guinda del pastel desestructurado que representa España. El colmo absoluto se materializa en la naturaleza de la figura del Fiscal General del Estado, que concierne a la propuesta del Gobierno y con la previa valoración de la Comisión correspondiente del Congreso de los Diputados.

En definitiva, la representación del Ministerio Fiscal actúa con imparcialidad y es independiente. Aunque tal premisa se establece en su portal oficial, el propio Pedro Sánchez reconoció en una entrevista, en 2019, que esta depende del Ejecutivo que él mismo preside. ¿Se trata de un desliz o de una verdad subrepticia?

El tallo del carcomido y polvoriento árbol de la partidocracia se mantiene en pie gracias a la acotada capacidad de decisión de la población en edad de votar. Juan Manuel de Prada, reconocido escritor y articulista vasco, aseguró en 2019 que la génesis de este estado de partidos consiste en «la sustitución del mandato imperativo de la ciudadanía por la persona que lidera la formación». Es decir, la marioneta política utiliza los votos de su electorado a su merced, sin que este pueda revocar la confianza que, con anterioridad, confirió al candidato o candidata.

Se da la casualidad de que el cabeza de lista en las elecciones lo determina la presidencia del partido político. De este modo, el electorado no podrá depositar sus esperanzas en un diputado o una diputada en particular, a los que pretende elegir libre y concienzudamente. Al contrario, es la cúspide de la agrupación quien impone su orden sobre la preferencia de las personas votantes.

Quizá no logremos visualizar todavía la malicia inherente a la partidocracia. Aún seguimos renuentes a reflexionar, ser críticos y críticas y cuestionar todo discurso oficialista acerca de la democracia ¿Seremos capaces algún día de deslegitimar a un grupo de inmorales elitistas que nos cuesta cerca de 625 millones de euros al año? Vivimos en un quiero y no puedo, en un despotismo ilustrado remasterizado en el siglo 21: «Todo para el pueblo, pero sin el pueblo».

No solo es la redacción periodística lo que me cautiva. Es también el deseo de conocer y transmitir, de dudar e investigar, de interactuar con la gente. Pero, sobre todo, tengo en mente aprender y sumar mi granito de arena a la sociedad. Por ello y mucho más, ¡adoro el periodismo!

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