Amador es uno de los pocos españoles que ha logrado ascender a la cima más alta de cada continente. Foto: B. M.

Juan Diego Amador, el único canario en coronar la cima del Everest

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El alpinismo de alta montaña va cobrando poco a poco un mayor interés dentro de la sociedad y cada día son más, y más heterogéneas, las personas que buscan ascender a conocidas cumbres como el Everest. Las principales consecuencias ya se hicieron notables el año pasado en las expediciones que se vieron obligadas a esperar numerosas horas para alcanzar la cima y donde coincidieron hasta 200 individuos a la vez. La situación era muy distinta cuando, hace 16 años, Juan Diego Amador se convertía en el único canario hasta la fecha en llegar a la cumbre más elevada del Planeta.

La preparación previa era más exigente por aquel entonces. El alpinista ya contaba a sus espaldas con otros dos ochomiles: el Cho-Oyu, de 8201 metros, en Nepal, y el Gasherbrum II, de 8035 metros, en Pakistán. 53 fueron los días que pasó su expedición en el campo base para aclimatar el cuerpo y correr el menor peligro posible en su ascensión al Everest. «En esa espera no puedes subir más de 500 o 600 metros de altitud con respecto al día anterior porque ya te expones a una hipoxia, una falta de oxígeno accesible, y a un mal de altura que es lo que queremos evitar», aclara el canario acerca de la travesía.

Cuando alcanzó la cima vivió el sentimiento de una tarea cumplida. Tuvo la oportunidad de llamar a su familia, hablar con ellos y darles la noticia. En La Laguna eran las dos y cuarto de la mañana pero sus padres no dormían porque sabían que era su día de cumbre. «Fue una llamada muy emotiva, en la que todos lloramos y nos emocionamos debido a que lo habíamos conseguido, estábamos allí arriba», comenta.

«En la propia bajada ya empiezas a soñar con un nuevo reto. Es una adicción»


El alpinista habla de que «es curioso porque en la propia bajada ya empiezas a soñar con un nuevo reto. Es una adicción». Pero la hazaña ha cambiado notablemente en los últimos años con la popularización del deporte. El lugar está bastante más concurrido debido a que se ha multiplicado el número de interesados en ir al Everest. El problema llega a causa de que la mayoría no son profesionales de la disciplina y afrontan la subida solo como un reto más.

En el mundo del alpinismo este tipo de acumulaciones implican un riesgo físico al que se exponen quienes tratan de subir y no están preparados. «Muchas de esas 300 personas que ves colgadas de una cuerda en el Everest intentando una cumbre no son deportistas en sí sino gente que va a vivir una experiencia turística de altura», explica el montañero.

La polémica también ocurre en las propias Islas y Amador incide en que «ahora hay muchísima concurrencia en rincones a los que yo iba antes y eran inhóspitos». Como consecuencia menciona que es muy complicado a día de hoy disfrutar de una aventura íntima o en solitario.

El tinerfeño sigue entrenando y organizando excursiones como guía. Foto: B. M.

El alpinista ya estaba acostumbrado desde los cuatro años a ir al monte a caminar con su familia. A los 14 ya organizaba senderismo en las islas con sus amigos y a los 17 pasaba los veranos en los Pirineos. Pero su gran salto al arriesgado oficio llegó a partir de los veinte años, época en la que empezó a salir a los Alpes a escalar, coqueteando por primera vez con la alta montaña.

Su camino no fue fácil y se tuvo que enfrentar a serias dificultades al venir de Canarias. El tinerfeño señala que «vivimos en unas islas en las que tradicionalmente no se practica esta disciplina así que había pocos casos anteriores de personas que hubieran realizado ascensiones o intentos en el Himalaya». Este hecho dificultó su labor de fidelizar a patrocinadores que creyeran en que podía alcanzar logros importantes y que el alpinismo pudiera obtener una repercusión mediática.

Una experiencia complicada de su trayectoria ocurrió en el año 2003, en la ascensión al Gasherbrum II, uno de los 14 ochomiles del planeta. A 6600 metros de altura, mientras dormía con tres compañeros en una tienda de campaña, les cayó encima un bloque de hielo del tamaño de una lavadora. Uno de los miembros del grupo recibió un impacto que le fracturó la cadera, lo que hizo necesario un rescate a esa altitud. «Temimos fundamentalmente por la vida de nuestro compañero», subraya Amador.

Otro de sus momentos más arduos tuvo lugar en 2008 en el hielo patagónico, una plataforma de 75 kilómetros entre Chile y Argentina. Su intención era ascender al Cerro San Valentín, una cima de 4080 metros ubicada a la mitad de la planicie, descender con los trineos por el lado chileno y salir de ahí en piragua hacia el Pacífico.

La expedición se truncó en el instante en el que el clima cambió de manera drástica. Los aventureros tuvieron que refugiarse en una cueva de hielo, donde uno de los acompañantes entró en hipotermia y perdieron la comunicación con el mundo exterior. Los montañeros estuvieron confinados en ella durante una semana, casi sin comer ni beber, hasta que un helicóptero pudo rescatarles y trasladarles a un hospital, con suerte sin secuelas crónicas. «Sí que hubo un momento en el que dudamos y nos preguntamos entre nosotros si considerábamos que íbamos a salir con vida», recuerda el canario.

La parte buena, a su vez, es doblemente satisfactoria. El tinerfeño conquistó en el año 2017 una cima virgen de 6025 metros en el Himalaya indio, abriendo una nueva ruta y coronándola como Pico Islas Canarias. Aquí pudo poner en práctica sus conocimientos de geógrafo, que le facilitaron toda la labor de investigación.

Para alcanzar una mayor difusión mediática acompaña sus proyectos con piezas audiovisuales que pretenden acercar la aventura al público. Jorge Rojas, director de documentales, es el que le acompaña en la labor. El cineasta cuenta que «la montaña siempre me había gustado y uní la parte en la que yo trabajo, que son los audiovisuales, con el alpinismo».

Jorge Rojas, Alberto Peláez y Juan Diego Amador en su ascensión al monte Elbrus, de 5642 metros, en Rusia. Foto: J. D. A.

Juntos trataron de darle la vuelta al formato habitual de los documentales en su aventura en la India y buscaron contar algo diferente al día a día de la ascensión. Rojas destaca que el documental «es una mezcla de ficción y de realidad sobre la expedición que hizo Diego con David Pérez». Narra la historia de un periodista aburrido de su trabajo que a raíz de varias entrevistas con el montañero vuelve a recuperar su pasión.

Desde el comienzo Amador contó con el apoyo de su familia, que fue la que le enseñó a dar sus primeros pasos en el senderismo y la que le facilitó todo el proceso de su formación. Confiesa que «nunca ha habido un reproche, un ‘no te vayas’, un ‘mira que estamos sufriendo’ y sé que sufren mucho en la soledad». Es por ello que les considera una parte más de su equipo.

«Yo asumo los riesgos porque me compensan, sino lo hicieran no estaría ahí ya que no me considero un suicida»


«Yo asumo los riesgos porque me compensan, sino lo hicieran no estaría ahí ya que no me considero un suicida», sostiene. Desde fuera quizás exista el prejuicio de que los deportistas de alto riesgo son un poco kamikazes o no le dan valor a la vida. Pero el alpinista piensa que «lo que nos gusta es vivirla intensamente y nos arrimamos al filo de lo imposible a veces, donde la vida puede incluso jugar peligro, porque ahí la saboreamos al máximo».

En el día a día los ciudadanos no percibimos de forma tan cercana lo que nos separa de la vida y la muerte, que en el caso de los montañeros se reduce a un simple traspiés. «Yo todo el tiempo digo que perder una uña en una expedición es hacer el tonto pues no hay ninguna actividad por la que valga la pena malgastar una mínima integridad de tu condición física», sentencia.

La montaña más alta de basura


Las largas filas para alcanzar la cima del Everest no son los únicos efectos de la masificación a la que se ha visto expuesto el pico en la última década. El Gobierno nepalí recoge cada año toneladas de basura acumulada en el campo base del que muchos denominan como el vertedero más alto del Planeta.

El mundo de la alta montaña es muy frágil, hay una baja cantidad de oxígeno y a las plantas les cuesta permanecer vivas. «Son ambientes que deben ser poco transitados porque su capacidad de regeneración es muy lenta y lo que vemos es todo lo contrario, es hacinamiento y destrucción», asegura Juan Diego Amador. El tinerfeño, después de su subida a la cumbre en el año 2004, ha vuelto al campo base en otras cuatro ocasiones como guía.

Este deterioro no solo es notable en las pilas de basura que recogen cada temporada las instituciones nepalíes y las ONG medioambientales. Salta a la vista en la retirada del hielo que ha dejado al descubierto los residuos generados. Según el montañero esto es un síntoma claro de cómo el cambio climático está afectando al lugar, pues afirma que «la nevada de un año a otro puede variar pero los hielos perpetuos no».