En los últimos años, las herramientas de inteligencia artificial han dejado de ser algo exclusivo de laboratorios tecnológicos o empresas punteras para convertirse en parte cotidiana de la vida académica del estudiantado en todo el mundo. Aplicaciones como Chatgpt, Grammarlycopilot o plataformas especializadas en redacción, traducción o resolución de ejercicios, han pasado de ser recursos ocasionales a convertirse en aliados permanentes de quienes cursan estudios universitarios, de Bachillerato o incluso Secundaria.
Estas inteligencias artificiales funcionan como asistentes invisibles, siempre disponibles, que pueden redactar un ensayo completo, corregir un texto con precisión gramatical, traducir fragmentos complejos o incluso desarrollar código informático en cuestión de segundos. Lo que antes requería horas de lectura, búsqueda de fuentes o construcción de argumentos, ahora puede resolverse con una simple indicación escrita en un cuadro de texto.
Este acceso inmediato a información y soluciones ha transformado radicalmente los hábitos de estudio. La mayoría de estudiantes ya no inician un trabajo buscando entre libros, apuntes o fuentes académicas, sino redactando una consulta a una IA, que les responde con un texto claro, bien estructurado y listo para entregar o modificar mínimamente. La rapidez, la comodidad y la eficacia de estas herramientas resultan, sin duda, atractivas. Sin embargo, esa eficiencia está moldeando una nueva relación con el conocimiento, en la que el proceso de aprender —explorar, equivocarse, reflexionar, corregir y comprender— queda reducido a un resultado final inmediato.
Y esta transformación no está exenta de consecuencias. Aunque es innegable que las IA han abierto nuevas posibilidades para el aprendizaje, también están generando nuevas formas de evadir el esfuerzo académico. El alumnado confiesa utilizarlas no como apoyo, sino como sustituto directo del trabajo intelectual. Así, tareas que deberían fomentar el pensamiento crítico, la creatividad o el análisis personal, se convierten en productos impersonales generados por un algoritmo.

Nos encontramos, por tanto, ante una paradoja educativa: la inteligencia artificial ofrece una ayuda sin precedentes, pero al mismo tiempo puede estar debilitando habilidades esenciales como la comprensión profunda, la argumentación propia o la capacidad de resolver problemas sin atajos. ¿Estamos presenciando una evolución positiva del aprendizaje? ¿O asistimos al comienzo de una peligrosa dependencia que empobrece la formación real del alumnado?
Según el informe Educación y Futuro Digital 2024, elaborado a partir de encuestas en 15 universidades españolas, el 73 % de los estudiantes ha usado inteligencia artificial para realizar trabajos académicos, y un 42 % admite haberla utilizado en exámenes tipo test, prácticas o entregas evaluables. Más de la mitad declara que, sin la IA, no habría llegado a cumplir con los plazos o no habría comprendido bien los contenidos.
«Cada vez hay más casos donde el aprendizaje se sustituye por copiar y pegar»
Estos datos, que reflejan una adopción generalizada, despiertan preocupación entre los expertos en pedagogía. La doctora Victoria Díaz, experta en psicología juvenil, explica que «las herramientas de IA pueden ser muy útiles si se usan como apoyo, pero estamos viendo cada vez más casos donde el alumnado sustituyen el proceso de aprender por un simple copiar-pegar sofisticado. Eso afecta a su pensamiento crítico y a su capacidad para resolver problemas con autonomía».
Además, esta homogeneización limita el desarrollo de la identidad intelectual del estudiante. La universidad debería ser un espacio para descubrir la propia voz, no para ocultarla detrás de un algoritmo. Si la juventud no aprende a construir sus ideas con sus propias palabras, ¿cómo va a defenderlas en un debate, una entrevista o un futuro trabajo profesional?
Una de las consecuencias más preocupantes de este fenómeno es la erosión de las habilidades fundamentales. Un estudio internacional de The Education Advisory Board (2023) detectó que el alumnado con mayor dependencia de la IA obtienen peores resultados en pruebas orales, presentaciones, debates y actividades prácticas, es decir, en aquellas en las que no basta con tener la respuesta escrita, sino que se requiere comprensión, argumentación y expresión propia.
«El problema no es que usen IA para aprender mejor, sino que cada vez más la usan para evitar pensar», advierte Samuel Rodríguez, pedagogo especializado en Adolescencia y Tecnología. Además, «el uso responsable de estas herramientas implica un criterio claro, pero hay estudiantes que aún no han desarrollado esa madurez. Les resulta más fácil dejar que una máquina lo haga todo y eso les pasa factura a medio plazo».
«La IA tiende a homogenizar las respuestas del estudiantado»
Rodríguez destaca además el riesgo de despersonalización. «La IA tienda a homogeneizar las respuestas del estudiantado. Si todos los trabajos se parecen, si los textos pierden estilo propio, se pierde también la voz individual del estudiante. Y eso en educación es gravísimo», señala. En un entorno educativo, cada estudiantado solo debe demostrar que conoce una materia, sino también desarrollar su estilo propio de pensamiento, de expresión y de argumentación. Cuando las respuestas están generadas por una inteligencia artificial, esa huella personal desaparece. El texto puede estar bien escrito, pero no dice nada sobre quién lo firma.
Además, esta homogeneización limita el desarrollo de la identidad intelectual del estudiante. La universidad debería ser un espacio para descubrir la propia voz, no para ocultarla detrás de un algoritmo. Si la juventud no aprende a construir sus ideas con sus propias palabras, ¿cómo va a defenderlas en un debate, una entrevista o un futuro trabajo profesional?











