Las comunidades con más librerías son Cataluña, Madrid y Andalucía. Foto: C. González

El renacer de las librerías independientes: cercanía y resistencia

Cultura / Ocio

En una época en la que los algoritmos de Amazon deciden qué leemos, las entregas en 24 horas son la norma y las grandes superficies dominan la distribución editorial, un fenómeno silencioso y profundamente humano está teniendo lugar en barrios, pueblos y ciudades: las librerías independientes están volviendo a florecer. Lejos de tratarse de una moda pasajera, este fenómeno refleja un cambio en la forma en que muchas personas entienden la lectura, el comercio local y la experiencia cultural.

Un sector que no solo resiste: crece


En los últimos cinco años, el número de librerías en España no solo se ha estabilizado, sino que ha empezado a crecer. Según el Observatorio de la Librería, impulsado por CEGAL (Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros), existen más de 3200 librerías independientes en todo el país. Solo en 2023 se abrieron 45 nuevas librerías, frente a 41 que cerraron. Este pequeño pero significativo saldo positivo confirma que algo está cambiando.

La evolución del sector es aún más clara si se observan los datos económicos. Desde 2017, el número de librerías en España ha aumentado, pasando de 2977 a más de 3300 en 2023. En 2024, el sector del libro batió su récord histórico, con una facturación de 1212 millones de euros y 77 millones de ejemplares vendidos. Lo más llamativo es que las librerías físicas -y especialmente las independientes- experimentaron un incremento del 9 % en sus ventas respecto al año anterior. Este crecimiento, aunque discreto, ha consolidado un ecosistema más diverso y culturalmente activo.

«No es solo que la gente compre más libros, sino que busca comprarlos en lugares donde pueda conversar sobre ellos», explica Matías Silva, dueño de la Librería Masilva, especializada en literatura independiente. «Aquí elegimos lo que vendemos, no lo decide una máquina ni una multinacional», asevera.

Un artículo de Xataka apunta que esta tendencia responde, en parte, al cansancio de quienes consumen con las dinámicas impersonales del comercio electrónico. Según el reportaje, muchas personas han comenzado a valorar la experiencia física, el trato humano y el ambiente cálido que solo una librería tradicional puede ofrecer.

Librería Nobel, ubicada en La Laguna. Foto: C. González

Perfiles e intenciones 


Las librerías independientes ya no son lugares exclusivamente frecuentados por intelectuales. Cada vez acude más gente diversa: padres que buscan álbumes ilustrados para sus descendientes, adolescentes que descubren el manga, gente de mediana edad en busca de una buena recomendación, o las personas del entorno que valoran el comercio local.

Pilar González, propietaria de la Librería La Educación, lo resume así: «Tenemos clientes que leen de manera habitual, pero también hay individuos que vienen por cuentos infantiles, libros de texto o simplemente porque saben que aquí les atendemos con calma».

Este trato personal es el gran valor diferencial. Mientras las grandes cadenas estandarizan la experiencia, la librería de barrio ofrece algo cada vez más escaso: tiempo, criterio, conversación. «La atención personalizada es lo único con lo que puedes competir», añade González .

En la Librería Lemus, situada junto a una Universidad, Francisco González atiende a un perfil distinto: estudiantes, jóvenes investigadores y lectoras frecuentes. «Vienen por libros de clase, pero se quedan a curiosear. Aquí recomendamos, orientamos, conversamos. Eso no lo hace una plataforma digital», explica.

Matías Silva, dueño de la Librería Masilva, afirma que «suelen tener un perfil cultural medio-alto», pero también destaca la importancia del vecindario: «Viene mucha gente de la zona, madres, abuelas. Es un público muy variado».

Más allá del libro: sostenibilidad y cultura


El auge de las librerías independientes también tiene que ver con una mayor conciencia social y ecológica. Según un informe de Peón Negro Editores, estos espacios no solo venden libros, sino que tejen redes comunitarias, dinamizan barrios y reducen la huella de carbono frente al transporte masivo de plataformas online.

«Comprar en una librería es un acto político», sostiene Ana Martín, de 25 años, que asiste cada semana a un club de lectura en su barrio. «No quiero que el único lugar donde se vendan libros sea un supermercado. En mi librería me conocen, saben lo que me gusta y me recomiendan cosas que no encontraría en Amazon», sostiene. Por su parte, Carlos Luis, padre de dos hijos, destaca la sección infantil de su librería habitual: «Es un espacio donde mis hijos eligen sus libros, tocan, curiosean… no lo cambio por una compra online«.

A esta dimensión humana se suma una creciente profesionalización. Muchas librerías han incorporado sistemas de venta online propios, redes sociales, podcasts, boletines personalizados e incluso cafeterías. Iniciativas como Sentim les Llibreries en la Comunidad Valenciana han reforzado la idea de que las librerías son más que comercios: son espacios culturales, educativos y afectivos.

Matías Silva en su librería Masilva. Foto: C. González

No todo es idílico: desafíos reales


A pesar del impulso, el sector sigue enfrentando desafíos estructurales. El caso de la histórica Librería 80 Mundos en Alicante, obligada a cerrar por la presión del turismo y la subida del alquiler, refleja una amenaza latente: la gentrificación y la especulación inmobiliaria.

Tampoco se puede ignorar la saturación del mercado editorial. En 2024 se publicaron más de 87 000 títulos, una cifra récord que plantea dudas: ¿tienen todos esos libros un espacio real en las estanterías? ¿Pueden las pequeñas librerías asumir esa avalancha? Rubén Hernández, editor de Errata Naturae, ha alertado sobre el riesgo de la sobreproducción y el desperdicio.

Comunidad frente a algoritmo


Y, sin embargo, en medio de todas esas amenazas, el sector independiente florece. Lo hace sin prometer cifras descomunales ni crecimientos exponenciales, pero sí apostando por lo esencial: la calidad del libro, el diálogo con quienes leen, la defensa de la cultura como bien común.

«Llevo 17 años con la librería y he vivido muchos altibajos», cuenta Matías Silva. «Pero te aseguro que ahora mismo hay más interés, más conversación, más vida que hace diez años. Quizás sea por las redes sociales, quizás porque el algoritmo nos ha saturado. Pero lo que está claro es que la gente quiere volver a leer», asegura.

Y a veces, basta eso: una recomendación acertada, una conversación sobre un libro olvidado, una librera que te sonríe cuando entras.

¿Hay un auge de las librerías independientes? Sí, pero no en el sentido clásico de cifras de ventas desbordadas. Es un auge cultural, comunitario y simbólico. Estas librerías están recuperando su espacio como refugios contra la prisa, antídotos contra la uniformidad y laboratorios de conversación. Son más necesarias que nunca porque ofrecen lo que el algoritmo no puede: humanidad.

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