Marta Macho Stadler, profesora de Geometría y Topología en la Universidad del País Vasco, es una feminista confesa que defiende la existencia de muchos tipos de feminismo y diversas formas de vivirlos. Su voz es firme, serena y habla con la tranquilidad que confiere la experiencia. Lleva más de treinta años en el aula y otros tantos dedicándose a la divulgación. Sabe que, a lo largo de la historia, los nombres de muchas mujeres han sido borrados de los libros y sepultados tras figuras masculinas.
Por ello, es consciente de la necesidad de visibilizar el papel de las mujeres en la Ciencia y especialmente en su ámbito, las Matemáticas. Sostiene en la mano, con cariño, una copia del libro Mujeres matemáticas. Trece matemáticas, trece espejos. Su pequeño homenaje a aquellas que, por los tiempos que les tocó vivir, fueron poco reconocidas a pesar de haber contribuido al avance y la enseñanza de esta disciplina. Orgullosa, muestra sus páginas y sonríe con la satisfacción que produce ver materializado el furto de su esfuerzo.
«Por desgracia, vivimos en una sociedad patriarcal»
«Las mujeres tenemos pocos referentes femeninos en todos los ámbitos de poder, porque los que han mandado siempre han sido los hombres», explica Macho, para añadir que «cuando hay un teorema con nombre propio, nadie piensa que detrás esté una mujer. Un ejemplo de ello es el teorema de Cauchy–Kowalevski, donde Kowalevski se corresponde con una mujer. O los anillos Noetherianos, de Emmy Noether. La gente escucha Noether y piensa que tras el apellido hay un hombre. ¿Por qué? Porque se ha interiorizado que la gente que hace cosas importantes son los hombres».
Las trece mujeres matemáticas que agrupa en el libro son muy distintas entre sí. La vida de cada una transcurrió en épocas y espacios diferentes. Todas tuvieron que vivir realidades socioculturales dispares, pero el denominador común entre ellas es que tuvieron que enfrentarse a ser una minoría en el ambiente masculinizado de las matemáticas de su tiempo.
«Por desgracia, vivimos en una sociedad patriarcal, en la que los referentes son masculinos. Esto sucede en ciencia, en general, y en matemáticas en particular». Este es el principal motivo por el que Macho impulsó la creación de este libro, donde cada capítulo busca ser un espejo en el que niñas y niños puedan verse reflejados. Lo tiene muy claro: «Cuando una niña se encuentra en Primaria o Secundaria utiliza libros de texto que casi nunca contienen personajes femeninos. Y, si hay alguno, es un personaje secundario encasillado en roles de género».
Marta Macho apuesta por romper estereotipos y visibilizar a las mujeres que trabajan en las áreas de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (conocidas como STEM por sus siglas en inglés). «Si nunca hay una mujer como ejemplo de persona que descubre o inventa algo, serán pocas las que tomen estos caminos profesionales», lamenta.
La importancia de la divulgación
«Gran parte del trabajo que hago en este momento es intentar dar a conocer a tantas y tantas mujeres que han hecho ciencia en un segundo plano. Porque las mujeres siempre somos las del segundo plano», resalta la profesora, también editora del blog Mujeres con ciencia, un espacio dedicado a reivindicar todos esos nombres olvidados y a incentivar a las niñas hacia carreras científicas.
En el libro Mujeres Matemáticas cada capítulo se dedica a una mujer distinta: Caroline Herschel, Sophie Germain, Ada Lovelace, Florence Nightingale, Sofia Kovalévskaya, Emmy Noether, Gertrude Blanch, Rózsa Péter, Emma Castelnuovo, Katherine Johnson, María Josefa Wonenburger Planells, Graciela Salicrup López y Maryam Mirzakhani. «A lo largo de la historia de la ciencia, ha habido muchas mujeres a las que hemos olvidado por no ser las responsables de equipos o por estar a la zaga de maridos, de padres, de hermanos, incluso de hijos», añade.
Además, dice que los hombres, entre ellos, hacen gala de un corporativismo masculino terrible y que poseen una autoridad que las mujeres no tienen. En esta línea, subraya que para alcanzarla «es necesario que seamos muchas y que seamos visibles. Y la visibilidad pasa por los medios de comunicación de masas. Porque estos llegan al conjunto de la sociedad, que al final influye en los niños y las niñas. Las personas necesitan ver más mujeres científicas opinadoras», destaca.
«Se aprende fallando, trabajando»
Macho considera que gran parte del problema que tiene la ciencia, tanto para las mujeres como para el público en general, es que los científicos han mantenido un estatus muy distante. Se le ve, afirma, «como entes etéreos, separados de la sociedad y aislados en sus laboratorios. Sabemos que están ahí, pero existe una barrera entre ellos y el resto del mundo». Por eso, «la divulgación científica es tan necesaria. Se piensa que la ciencia es algo de genios, de personas que tienen ideas brillantes. Pero no es así. La ciencia es un trabajo de transpiración, de hincar codos. De hecho, las ideas geniales son muy pocas. La ciencia es un esfuerzo colectivo, que cada vez implica equipos más grandes, porque tiende hacia una mayor interdisciplinaridad».
Por otra parte, la docente de la Universidad del País Vasco tiene claro que si se quiere investigar te tienen que gustar las matemáticas y que aunque salgan muchas cosas mal y te frustres y desesperes hay que seguir intentándolo. «Esto sucede en cualquier disciplina del conocimiento. Se aprende fallando, trabajando», sentencia.
«Ellos no aguantan lo que ellas»
Las TIC han llegado para revolucionar la divulgación, pero en las nuevas plataformas sigue presente el mismo problema vetusto: «Me consta que las mujeres youtubers lo tienen mucho más difícil que los hombres. Hay muchos insultos y comentarios sexistas. Ellas se encuentran con gente que solo se fija en su apariencia física y con mensajes muy duros. Ellos no aguantan lo mismo, porque, de nuevo, son los que tienen la autoridad».
Como en cualquier otro ámbito, en divulgación hay lugares más arriesgados que otros. Por lo general, apunta, «las mujeres se sienten más observadas. A veces la gente hace unas preguntas que requieren de mucha experiencia para poder salir airosa. De hecho, hay veces que es necesario responder con toda sinceridad: No lo sé. No por ello tenemos menos autoridad. Nadie puede saberlo todo».