Requiem y amén

Cultura / Ocio

Se hizo el silencio en la sala sinfónica del Auditorio tinerfeño. Decenas de músicos y cantantes se disponían a mostrar una obra de arte al público que había llenado al completo las butacas. Michele Mariotti, el director musical, sonrió y levantó su batuta: ya no había marcha atrás. Los violonchelos iniciaron la función, seguidos de violines, violas, oboes… El coro entonó la primera frase: Dale el descanso eterno, Señor.

El compositor italiano, Giuseppe Verdi, comienza así su plegaria a Dios para que garantice la salvación de su amigo recientemente fallecido Alessandro Manzoni. Aprovecha, también, para suplicar por su mujer y sus hijos.

Este requiem fue compuesto cuando el autor ya estaba retirado tras el éxito de su ópera Aida. Cuando parecía que no habría más creaciones en su carrera musical, el compositor sorprende al mundo con esta Messa de Requiem que se estrenó en la iglesia de San Marco de Milán en 1874.

Silencios, miedo, furia y una ovación final


Contiene siete movimientos llenos de mensajes religiosos y oraciones, donde el músico muestra la fuerte emoción que le genera la pérdida de sus seres queridos. En el Adán Martín tembló el suelo con el Dies irae. Los solistas y el coro juntaron sus voces para transmitir el miedo y la furia de cada una de las palabras que Verdi dejó plasmada en esta misa.

A lo largo de la hora y media de actuación, se produjeron algunos silencios que darían paso a las notas más complicadas y emocionantes de la velada. Sin embargo, los espectadores no pudieron evitar aplaudir en esas ocasiones que se requería de una concentración absoluta.

Una vez finalizada la creación de Verdi y el último acorde desapareció del ambiente, todas las personas presentes se pusieron en pie y regalaron infinidad de vítores a los artistas. El director, desde su posición central, clausuró el evento con el mismo esbozo de sonrisa del inicio.

Conviértete en una cita célebre. Vive en la sonrisa de las palabras. Aférrate a la magia del periodismo.

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