Alfombra de arena volcánica Corpus Christi La Orotava 2024. Foto: Victoria H.

El arte de mirar lo cercano

Cultura / Ocio

La Orotava siempre ha estado ahí: elegante, majestuosa, antigua. Muchos pasan por sus calles sin detenerse a mirar lo que otros cruzan mares para admirar. Porque cuando un lugar forma parte de tu día a día, se vuelve paisaje de fondo. Sin embargo, algo está cambiando. Cada vez más personas redescubren la Villa desde otra mirada: más pausada, más curiosa, más artística. Y no hace falta ir muy lejos. Basta caminar como si fueras turista. O mejor aún: como si fueras artista.

Campanario de la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán. Foto: Victoria H.

La Orotava no necesita decorado. Su casco histórico conserva una armonía única: balcones de madera tallada, calles empedradas, patios coloniales llenos de luz, iglesias barrocas que se alzan con la misma dignidad de hace siglos.

Desde la Casa de los Balcones —una joya del sigo XVII— hasta la Iglesia de la Concepcion, cuya cúpula recuerda a la de Florencia, la Villa despliega una estética que asombra a quienes llegan por primera vez. Pero no siempre a quienes viven aquí. «A mí me encanta el casco antiguo y, sobre todo, me gusta ver la cúpula de la Iglesia de la Concepción. Y más cuando está el cielo azul y bajas por la calle León. Es impresionante», cuenta Mili González, vecina de La Orotava.

Iglesia de La Concepción. Foto: Victoria H.

Sin embargo, redescubrir no es volver, sino ver con otros ojos. Y para eso no hay que irse. Hay que quedarse… Y mirar. «Muchos de los vecinos no son conscientes de la maravilla arquitectónica que son los Jardines Victoria, de toda la simbología que esconden. Es uno de los sitios mágicos del centro», comenta Aimar Linares, guía turístico del pueblo.

Uno de los mayores tesoros artísticos de La Orotava es efímero: las alfombras de flores y arenas volcánicas que cubren las calles y la plaza del ayuntamiento cada Corpus Christi. Declaradas Bien de Interés Cultural, estas obras monumentales —que se hacen y deshacen en cuestión de horas— atraen visitantes de todo el mundo.

Niñas haciendo una alfombra de flores. Foto: Victoria H.

¿Y los locales? Muchos las conocen y las frecuentan, pero pocos se detienen a observar los detalles. Formas, colores y olores. Lo que parece una fiesta más, en realidad es arte popular vivo. Una tradición que, como tantas otras, solo necesita un poco de atención para revelarse como lo que es: extraordinaria.

La Orotava no es solo arquitectura. Es también paisaje. Desde el casco antiguo, la vista se abre al valle y, más arriba, al Parque Nacional del Teide. En pocos kilómetros, el municipio sube desde el nivel del mar hasta casi 4.000 metros de altitud. Es uno de los lugares con mayor desnivel de España. Y cada metro ofrece una nueva postal.

Vista al Teide nevado desde la calle Escultor Estévez. Foto: Victoria H.

Subir a pie por las callejuelas, detenerse en los miradores o perderse entre dragos, jazmines y palmeras en la Hijuela del Botánico es una forma de recolectar con la belleza natural del entorno. Ya lo dijo Pedro Paricio hace una semana en una entrevista para este mismo medio: «La travesía cuando vas subiendo al Teide, que pasas de absolutamente verde, al mar de nubes, a sol. Toda la zona de Chasna y Barroso, totalmente cruzando la niebla y arriba absolutamente despejado, entrando en un paisaje lunar, desértico. Es increíble».

No hace falta un billete de avión para hacer turismo. Hace falta disposición. Cerrar el móvil y abrir los sentidos. Escuchar el agua en las fuentes. Observar la textura de una reja antigua. Ver cómo la luz cae sobre una fachada rojiza a las cinco de la tarde en invierno. Notar cómo la brisa mueve las campanas.

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