Me apuesto lo que sea a que nada más despertar lo primero que consultas es el teléfono móvil. Ya sea para frenar la molesta melodía de la alarma, para echarle un vistazo rápido a las novedades que nos ofrece Twitter o para dejar caer algún like por Instagram como quien no quiere la cosa. En resumidas cuentas, cualquier excusa es buena para posar nuestro dedo en esa tentadora pantalla que parece iluminar nuestra alma con tan solo encenderse.
Lo realmente preocupante de este asunto no es cómo empleamos las tecnologías y sus incontables usos (porque tiene muchos), sino cómo somos capaces de frecuentar una herramienta tan potente como la tecnología sin habernos vuelto expertos en una buena gestión de la misma. Cometemos el gran error de considerarnos especialistas en la materia, no obstante, la mayoría solo somos capaces de manejar las nociones más básicas de este sistema tan extremadamente complejo y volátil.
¿Por qué hemos dejado de prestar atención a lo que tenemos en frente? Parece que hasta que no nos meten el susto en el cuerpo no aprendemos. Es importante comprender que la tecnología no es mala por sí misma, sin embargo, no podemos decir lo mismo sobre el poder infinito que le estamos confiando. Para darnos cuenta podemos remontarnos a la aparición de los periódicos, la radio y la televisión. Estos medios surgieron como una novedad, pero como todo, con el paso del tiempo se fueron tipificando. Esto repercutió en una notable reducción de sus precios iniciales, convirtiéndolos así en objetos mucho más asequibles y comerciales. Fue a partir de ese instante cuando la familia pasó de escuchar la radio unida en el salón a comprar una televisión para cada habitación de la casa. Así surgieron los primeros efectos de la tecnología que dejaban entrever cómo la dinámica entre las personas y su entorno se iba alterando, perpetuándose paulatinamente al aislamiento por propia voluntad.
Una alteración inadvertida
Ahora no solo hay televisiones, existen otros instrumentos como las tablets, plays o los smartphones que colaboran en el distanciamiento con los más cercanos para fomentar la comunicación con personas más lejanas a través de Internet. Es sencillo, nos hemos convertido en seres conectados a las pantallas y tenemos que aceptarlo. Evidencia de ello son los nuevos términos que emergen con la intención de describir nuestras nuevas actitudes mediante el lenguaje. El neologismo phubbing, formado a partir de las palabras phone (teléfono) y snubbing (repulsar), hace referencia al acto de ignorar a las personas que se encuentran presentes por prestar más atención a un aparato electrónico. Preocupante lo mires por donde lo mires.
Un reciente estudio realizado por la Universidad de Kent en Ohio apunta que los individuos capaces de ignorar su teléfono son más felices y padecen un menor grado de ansiedad con respecto a las que se encuentran constantemente conectadas. Tiene su lógica, socializamos todo nuestro contenido y pasamos a ser dependientes emocional y socialmente de las redes, llegando incluso a supeditar nuestra felicidad y autoestima en torno al número de me gustas que conseguimos tras postear una de nuestras instantáneas.
Las tecnologías están apagando nuestra luz y nuestra creatividad. Sal a la calle sin miedo a quedarte sin batería, vive un concierto, conversa con las personas que tienes a tu lado, disfruta de los momentos que te regala la vida y que ahora, por culpa de una pantalla, te estás perdiendo. Coge aliento. Respira. Todo lo que tienes que ver está justo al frente de tus ojos.