Intérpretes al finalizar la función. Foto: A.Rodríguez

‘Las incómodas entrañas de Hécuba’: la violencia y la resistencia femenina

Cultura / Ocio

El grupo CreaAcciones de la Facultad de Humanidades protagonizó una oleada de emociones en el Paraninfo de la Universidad de La Laguna el pasado viernes, 4 de abril, en la presentación del espectáculo llamado Las incómodas entrañas de Hécuba. La pieza dirigida por Rafael Pestano y María Luz González no brindó paz ni refugio a la audiencia, sino que la sumergió por completo en el sufrimiento desgarrador de una figura mitológica que, más allá del mito, aparece como el espejo y el clamor de muchas. 

En torno a las 19.30 horas la gente colapsaba la puerta del teatro entre risas y nerviosismo hasta que pudieron entrar minutos más tarde. En silencio las personas empezaban a buscar sus asientos y una vez que todo el auditorio estuvo sentado la función comenzó a las 20.00 horas con la primera estación. Esta estaba destacada por el ajedrez en una mesa mientras los personajes lanzaban preguntas al aire cómo: «¿Qué es el ajedrez sin una guerra?» o «¿Es el ajedrez una guerra?». Se convirtió en la primera alusión a la guerra de Troya y en sí a su reina, Hécuba. Tras algunas bromas nombraron cómo «la guerra se hace en casa, en cocinas, en camas hasta en las redes sociales» e hicieron mención a la violencia que muchas personas sufren cada día. 

«Me analizan con una expresión llena de deseo y vacía de alma»


A medida que avanzaba la función el silencio se hacía más tenso porque se empezaba a entender el verdadero significado de lo que estaba ocurriendo y de lo que manifiestan con la obra. Sólo soy una mujer en India, interpretada por Guacimara García, creó un nudo en la garganta a quienes observaban porque mostraba la cruda realidad de muchas mujeres de ese país en las que se las ve solo con una mirada de lujuria y sin alma. «Me han acariciado los pechos y no un amante sino extraños en un autobús», recitaba mientras sus ojos se desplazaban al público y cerraba los puños continuamente por la frustración que sentía.

Los aplausos se hacían presentes cada vez que se terminaba una de las escenas por la gran interpretaciones que se hacían y porque las historias llegaban hasta el corazón por lo que había detrás de ellas. Por ejemplo, la de una mujer que estaba embarazada, pero no recordaba nada por culpa de una explosión y el humo que le cubre al menos treinta años. «¿He perdido mi alianza?» o «¿Soy una mujer perdida?», balbuceaba con una expresión ausente.

La sexta estación de la obra. Foto: A. Rodríguez

El  noveno fragmento se convirtió en el rostro de «una mujer anciana maya, guatemalteca», declaraba la intérprete Fátima Zahara Mouaoui. Además, denunciaba toda la violencia, la esclavitud y los abusos que habían a mediados del siglo XX hacia el sector femenino y cómo esto era «un plan organizado» del Gobierno que las querían exterminar. 

Las bocas se abrían de sorpresa cuando Fátima Zahara Mouaoui en su papel comentaba: «Me empujaron para violentarme y pude soltarme gracias a la ayuda de mi hija de cinco años» que estaba presente en ese mismo instante. Parecía que, al encenderse nuevamente las luces, quienes estaban presentes tendrían un respiro de toda la crueldad que los rodeaba, pero no fue así.

«Tan solo soy una mujer de ochenta años»


Sofia Idea Cestari dio vida a la historia de una señora del Congo. Con su voz y con ayuda de su bastón se mantenía de pie mientras contaba cómo «cuatro hombres armados entraron a mi casa y  abusaron de mí». Ella mostraba su desconcierto en la situación y no entendía cómo pudo ocurrir cuando los cascos de la ONU estaban cerca. «Tengo tan solo ochenta años, ¿esta es realmente mi antigua aldea?», decía con confusión en su rostro.

En la última etapa del drama, todas las actrices se colocaron en línea mientras una voz robótica se escuchaba detrás de ellas. «Cada una de estas mujeres son o se llamarán Hécuba», expresaba. Y añadía como no muchas veces se les escucha y son silenciadas. Finalmente, se hizo una pausa que el público rompió con unos estruendosos aplausos mientras las lágrimas hacían acto de presencia.

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