La Hoguera se encendió el pasado domingo, 27 de abril, en el Teatro Victoria de Santa Cruz de Tenerife. Eran las 19.30 de la tarde cuando las luces se atenuaron y, frente al público, tres jóvenes se prepararon para comenzar la actuación. La obra, realizada por Alberto Escartí y Xavier Giménez, es una representación que muestra la soledad a la que empujan los hábitos de una sociedad masculina fragmentada. De este modo, los setenta y cinco minutos de duración están conformados por un conjunto de mensajes y escenas que impactan.
Al entrar a la pequeña sala del Teatro santacrucero, lo primero que se vio fue una mesita digna de cualquier casa, una cafetera, un fuego de gas, vasos con cucharillas, incluso una jarra de leche. Sentados alrededor de la mesa estaban los dos actores y el tocaor, Carlos Hermoso. Con una sonrisa en sus caras, de forma inesperada, comenzaron a interactuar con el público. El diálogo inicial fue informal, conversaron de su estancia en Tenerife mientras que el café se hacía al fuego. Una vez preparado, ofrecieron compartir con ellos la bebida.
El principio continuó con sorpresas, pues cuando se terminó el café, Hermoso cogió la guitarra y Giménez puso voz a la canción Bien, de C. Tangana. A continuación, recogieron la mesa y el espacio quedó cubierto con una lona blanca. Todo lo que había era una silla al final de la sala, una canasta de baloncesto montada por los intérpretes y un bolso deportivo. La parte trasera de la canasta, que miraba al público, se convirtió en una pizarrilla donde se plasmaban las palabras desde un proyector. Los artistas, mientras tanto, realizaron un calentamiento que generó algunas risas entre los presentes.
Los mensajes que se podían leer en el tablero eran variados. Todos transmitían ideas similares: vivimos en una sociedad en la que aguantar el dolor es símbolo de victoria, recurrimos a hacer amigos por miedo a la soledad y muchas veces los hombres se guardan lo que sienten en vez de compartirlo. De la bolsa deportiva salió humo, se encendió en ella el fuego y, cuando los protagonistas la abrieron, sacaron un balón. El tocaor lo sostuvo y después de un baile de zapatazos en solitario, lo soltó dando un bote. El partido había comenzado.
«Volaban tenis, calcetines, camisetas. Voló todo tanto que los actores terminaron completamente desnudos»
Al principio todo iba bien, el público, tras el desconcierto inicial por lo que parecía un juego de amigos, se integró del todo. Xavier y Alberto danzaban por la cancha improvisada, alentaban al público y se reían entre ellos. Era un juego de lo más deportivo, se chocaban las manos, admitían las faltas que cometían sobre el otro… Hasta que la agresividad comenzó a notarse. Los golpes violentos aparecieron y la sala se achicó, aplaudió por compromiso, no por sentimiento. La sala pasó de la diversión al impacto en segundos.
Volaban tenis, calcetines, camisetas. Voló todo tanto que los actores terminaron completamente desnudos frente al público. La violencia era cada vez mayor, ambos estaban ya agotados, pero ninguno daba su brazo a torcer. Los dos querían ganar el partido, pasara lo que pasara. Llegaron a estar en el suelo, sudando, gimiendo de dolor. Al levantarse, tras dar muchos tumbos y con la guardia alta, uno de ellos abrazó al otro. Los amigos se fundieron en un abrazo que conmovió. Se oía de fondo la guitarra y los mensajes volvieron a verse.
«Al menos tres de los cuatro participantes se ha sentido solo alguna vez. Al menos tres de los cuatro participantes se han sentido atraídos por hombres alguna vez. Los tres se definen como heterosexuales. Al menos dos de los cuatro participantes lleva el nombre de su padre. Al menos dos de los cuatro sufrieron abusos en la infancia». Apareció un largo repertorio de frases que generaron nuevamente esa sensación de desconcierto. No por su significado literal, sino por lo que implicaban. Porque después de ver la obra, la problemática del constructo irreal de la masculinidad pesaba más de lo normal.
Al final, una reflexión explícita en el texto se hizo presente en el lugar. La cultura de masas no solo afecta a las formas de organizar la vida, sino también de entenderla. Si nadie sentencia el pensamiento erróneo de que el que más dolor aguanta es el más fuerte, estamos contribuyendo a hacer más grande el problema. Si nadie sentencia el pensamiento erróneo de que eres menos hombre por compartir lo que te preocupa, el problema seguro aumentará.
Es fácil adoptar el papel de víctima de la sociedad en la que vivimos, pero hemos de ser verdugos, llevar a la hoguera esos pensamientos equívocos. El teatro estalló en aplausos y La Hoguera, eventualmente, finalizó.