Las edades de Lulú fue un caudal de éxito que le llegó de golpe a una jovencísima Almudena Grandes. Ahora, casi 30 años después, la autora no tiene más que palabras de agradecimiento para la obra que le brindó la vida que siempre había soñado. “A veces sentía que yo ya no era dueña de aquella criatura”, confiesa la columnista sobre el crecimiento desaforado de su impacto comercial. “Llegó un momento en el que estaba muy aturdida, no paraba de ir a platós de televisión y escribía todos los artículos que me pedían”. Sin embargo, como no podía ser de otra manera, hubo algo que la salvó: la propia literatura.
Con estas reflexiones sobre la novela que escribió con apenas 28 años, Grandes se confirma como una de las escritoras más sensibles e inteligentes de nuestro país. El hombre con el que lleva casi 25 años casada, el poeta Luis García Montero, la acompañó en una velada de Black Friday que nada tuvo que ver con la necrofagia de un mercantilismo impulsivo y naif. En su lugar, ambos se consagraron a la tarea de hilar una conversación profunda y reflexiva que mantuvo en vilo a dos salas rebosantes de público en la Fundación Cultural de CajaCanarias.
Esta breve retrospectiva de Grandes era, en realidad, su forma de responder al interrogante que Pilar García Padilla, moderadora del debate, había dibujado sobre la intimidad nada más empezar la entrevista. “¿Quiero ser famosa o escritora?”fue el dilema que se planteó Grandes. Su marido aclaró en pocas palabras aquel conflicto moral: “Lo bueno de tus novelas es que están escritas con total honestidad. No piensas en el lector como un comprador, sino en alguien con quien te gustaría dialogar”. El tema que se había puesto sobre la palestra, sin embargo, no era tan fácil de liquidar.
La intimidad de unas naranjas y el vértigo de una guerra
Corría el año 1977. Grandes, vestida con el último traje que Zara había puesto de moda, acompañaba a su madre en el mercado. Mientras se acercaba a mirar los productos de un puesto contiguo, ella hacía cola en una frutería. Una voz de hombre le llegó al oído desde la nuca: “¿Compramos naranjas de zumo?”. La habían confundido con otra chica que llevaba el mismo puñetero vestido rojo de Zara. Esta historia autobiográfica, que Grandes recoge en su relato Receta de verano, fue el primer encontronazo de la autora con la privacidad. “No podía dejar de pensar que la intimidad residía en la forma en la que aquel joven le susurraba a su novia”, explica la autora. Hoy en día, la concepción del pudor sexual de cualquier adolescente de 17 años dista mucho de la mirada inocente de la madrileña.
Precisamente sobre el pudor reflexiona Luis García Montero, quien también ejerce como director del Instituto Cervantes desde agosto de este mismo año. “Las redes sociales nos empujan hacia un proceso de trivialización”, expone García. Él, como poeta, está acostumbrado a hacer de las intimidades la materia prima sobre la que versan sus poemas. “La intimidad, al igual que la poesía, requiere de un extenso monólogo interior”. Según su visión, la historia no solo pasa por los grandes acontecimientos políticos, sino también por las individualidades. “Dignificar la historia significa respetar la frontera entre lo privado y lo público”, asevera.
Preocupado también por la sociedad del espectáculo y la telebasura, que calificó como un estercolero, manifiesta: “Declarar una guerra es tan abismal como decir ‘te quiero’”; aunque las consecuencias son distintas, la sensación de vértigo es la misma. Ambos estuvieron de acuerdo en argüir que, por su condición de personaje público, deben cuidar la imagen que proyectan al mundo y que esa máscara ha de concordar lo máximo posible con su rostro verdadero, pero bajo ninguna circunstancia podría trascender a la transparencia total. “La subjetividad es una reacción contra la servidumbre religiosa, se crea a partir del secreto”, argumenta García. La única forma de aprender a defender ese derecho es a través de la educación.
La España que pudo haber sido
No obstante, la España de los 80 era muy diferente. Los últimos coletazos de la adolescencia de Almudena Grandes coincidieron con los primeros años de juventud de un país aturdido por la dictadura franquista. “Mi generación estaba programada para cultivar el exceso sin el peso de la culpa”, relata la novelista; “Salíamos de una época en la que Estado e Iglesia eran lo mismo y lo que se consideraba pecado era también un delito”. Fue precisamente la esencia de ese país frenético y desmadrado de la que bebió su ópera prima.
Aunque la década de la Movida fue muy libertaria, la mujer no logró liberarse de todas sus cadenas. Pese a que todo parecía nuevo y flamante, resultó ser un espejismo, pura efervescencia. “Nuestras madres nos educaron para vivir en un país que ya no existía cuando nos convertimos en adultos”, explica la madrileña. En ese período de transición, las jóvenes estaban perdidas: ya no se sentían identificadas con la generación de sus madres, pero tampoco con el feminismo duro anglosajón o con aquellas francesas que quemaban sus sujetadores en la universidad. “El nacionalcatolicismo hizo mella en nosotras. Al final tuvimos que aprender a trompicones”, matiza sobre aquella época revolucionaria.
Del amor en tiempos de egos revueltos
“Uno no puede amar a alguien al que no admira”, sentencia la novelista. Para ella, es fundamental la armonía de las poéticas, de la metaliteratura. Para él, la complicidad solo se da cuando la admiración es mutua y prevalece sobre la envidia por el éxito ajeno. Por suerte para ambos, el objetivo que persiguen sus literaturas es el mismo: mantener un diálogo con la sociedad.
En lugar de frecuentar corrientes más experimentales, cada uno ha cultivado desde su propio género el gusto por escritores del calibre de Antonio Machado o Benito Pérez Galdós. “Afortunadamente”, añade Grandes, “nuestros ritmos de trabajo, nuestros editores e incluso nuestros lectores son diferentes, pero compartimos la ebullición de la creación, los períodos de soledad, las crisis…”. Ahí reside la complementariedad de los dos literatos. Luego confiesa: “Cuando discutimos, lo hacemos por las mismas cuestiones que una pareja normal, pero nunca por la literatura”.
¿Novelista, poeta o literato?
“Solo hay tres formas de vivir de la escritura: ser novelista de reconocido prestigio, ser poeta y escribir novelas o casarte con Almudena Grandes”, bromea García Montero. El malagueño reúne, en realidad, un poco de los tres perfiles. Aunque se presenta como poeta, también es catedrático de Filología e imparte clases en la Universidad de Málaga. Por otra parte, ha realizado pequeñas incursiones en la novela y en el ensayo. Con todo, no logra vivir solo de sus poemas.
El caso de su compañera es muy distinto: ella se dedica de pleno a su vocación, que también es su trabajo. Invierte unas cinco horas todos los días en el proceso creativo y es muy disciplinada. Lo que nunca deja de hacer es de pensar. “Los escritores somos como un caldero con tapa”, comenta. También tiene muy presente a sus lectores: “Ellos son el único premio que no se puede amañar, son la mayor riqueza de un escritor”.
La metodología de García, sin embargo, es más flexible: escribe mucho en los trenes y en sus viajes. Bajo su punto de vista, escribir una novela se parece mucho a redactar una tesis doctoral o un ensayo académico. “Los novelistas somos el verdadero proletariado de la escritura, ustedes, los poetas, ni siquiera llenan la línea”, interrumpe Grandes, provocando la risa del público. Su marido, no obstante, no comparte ese gusto por la actitud prusiana de los novelistas. En su lugar, reivindica la dimensión social de la literatura para realizarse como persona y como vínculo con el mundo. Por eso también defiende a los lectores: “Todos los que nos dedicamos a la escritura lo hacemos porque antes hemos sido grandes consumidores de libros; despreciarlos es traicionar nuestro propio pasado”.
La literatura como compromiso para con la sociedad
La crisis de 2008 es uno de los hitos recientes más trascendentales para la historia de España. La sacudida fue tal que ni siquiera los escritores estuvieron blindados. En palabras de Almudena Grandes, la crisis fue en realidad una guerra entre los especuladores financieros y la soberanía de las democracias. En medio de ese caos, los líderes políticos europeos se pasaron al bando enemigo en vez de combatir por los derechos ciudadanos.
Este tipo de respuestas dejan entrever el fuerte compromiso social de la pareja de autores con el pueblo español. Luis García Montero, sin ir más lejos, entró a militar en el Partido Comunista Español un año después de la muerte del dictador Francisco Franco. Una década más tarde, participó en la fundación de Izquierda Unida. Hoy, aunque asegura que no se siente identificado con ninguna sigla política, mantiene intactos sus ideales. Sus investigaciones, de hecho, se centran en recuperar la memoria histórica a través del estudio de literatos exiliados, como Lorca o Alberti. Le preocupan, sin embargo, la execración de las instituciones parlamentarias y el sectarismo político de personajes como Trump o Salvini.
Su pareja, sin embargo, se muestra mucho más optimista que él y confiesa que le inquieta el nihilismo de la desolación. “El compromiso social es inherente a la literatura porque escribir es mirar al mundo”, asegura. La autora considera que, aunque la música haya dejado de sonar, el baile debe continuar para las nuevas generaciones. Mientras que en la actualidad se reivindica el individualismo más rancio y trivial, ella aboga por cavar nuevas trincheras.
Media vida juntos
Antes de empezar su relación sentimental, Almudena Grandes y Luis García Montero coincidieron en una mesa redonda sobre la utilidad de la literatura. Grandes, que acababa de publicar el libertario y erótico Las edades de Lulú era la más inexperta de la plantilla. Mientras que los demás defendían a capa y espada argumentos sólidos, ella pensaba que la literatura no servía para nada. En aquel momento, el que más tarde se convertiría en su pareja le replicó que aquel libro le había servido unas cuatro o cinco veces durante su lectura. Casi treinta años después y en un tono mucho más serio, Almudena Grandes conviene: “La literatura es útil en la medida en que se dirige al corazón de la personas”. A ella le cambió la vida. A mí, también.