A propósito de las novatadas en la Universidad

Opinión

Alfonso Boullón Sabín, antiguo alumno de la ULL, máster en Ciencias de la Comunicación y profesor de Artes Plásticas y Diseño en la Escuela de Arte y Superior de Diseño Fernando Estévez, nos remite una carta en apoyo a Ángeles Jiménez, la médico que denunció en su blog la realización de novatadas al inicio de este curso académico en un acto de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad de La Laguna y que ha recibido duras críticas en las redes sociales por parte de alumnado de cursos superiores. El texto, íntegro, es el siguiente:

Querida Ángeles, no tengo el placer de conocerte pero me gustaría transmitirte mi más sincero agradecimiento por tu denuncia. Querría compartir contigo ciertas reflexiones que empezaron siendo un comentario en tu Facebook y han acabado siendo carta.

No puedo ocultar que, leyendo las intervenciones que he leído, siento cierto desasosiego. Se me revuelve el estómago al ver las descalificaciones e insultos («individualista, ignorante, orgullosa», aburrida en busca de notoriedad) que aún, encima, te propinan quienes ahora vienen a tu muro de Facebook especialmente sensibilizados no tanto por cómo se puedan sentir verdaderamente los afectados de sus novatadas –ellos ya tienen un veredicto sobre eso–, sino por cómo pueda verse dañada su imagen profesional de cara a la sociedad.

Simplemente con que traten de la misma manera a esos a los que tienen la desfachatez de llamar novatos como te tratan a ti en sus comentarios, ya es para no poder estar tranquilo. El problema es de fondo, no de formas. Por definición, las novatadas no buscan dar un recibimiento empático y acogedor, basado en la solidaridad, la ternura o el respeto, a quien las recibe.

Visto lo visto, no espero que el alumnado de los últimos cursos de Medicina de la ULL tenga la capacidad de idear un sistema mejor para dar la bienvenida al alumnado de nuevo ingreso. Pero estoy casi seguro de que alguien con la suficiente inteligencia y capacidad de ponerse en la piel del otro sería capaz de desarrollar un método mejor que uno consistente en «pringar con salsas, huevos o harina caducado que pueda uno tener por casa» a los recién llegados.

Si tan entrañable resulta el método ¿por qué no se usa esa fórmula en otras celebraciones? El día del acto de graduación, por ejemplo. ¡Si sería muy divertido! ¿Por qué será que quienes defienden estas prácticas no se suelen untar con esos ingredientes a un juez, a un policía o a sus respectivos padres, abuelas o sobrinos, si tan graciosa y confraternal resulta la fórmula?

Porque lleva implícita una falta de respeto.

Las novatadas buscan identificar al novato y dejarle bien clara cuál es su nueva identidad a partir de ese momento en la institución a la que llega. Si quisieran constituir un acto de bienvenida, se llamarían de otra forma.

«Una delirante pirámide de autoridad adolescente»


Son un rito iniciático mediante el cual se recuerda a la persona que las sufre que ahora está en el escalafón más bajo de una delirante pirámide de autoridad adolescente. Son un ejercicio de demarcación de poder, y por eso nunca se practican en igualdad.

Independientemente de la valía personal, ética, académica o intelectual de cada cual, ahora el postadolescente que lleva un par de años cursando los estudios en la institución tiene un estatus distinto al del que acaba de llegar. Defender semejante sandez sería verdaderamente complicado, por irracional. De forma que resulta necesario desplegar toda una demostración de poder en la que esa jerarquía quede clara de una forma lo suficientemente contundente como para ser respetada. Y por eso recurre a la humillación y a la degradación.

La buena noticia para el humillado, en ese delirio circular sin fin, es que algún día él podrá optar a esa posición de poder. De hecho, está garantizada, es automática. Solo tiene que ser capaz de cursar los estudios en los que se ha matriculado y pasar a cursos posteriores (ni siquiera nadie va a tener en cuenta si tarda el triple en sacarse la carrera).

Los veteranos (como todavía muchos tristemente se hacen llamar) que salen a defender que esto se siga realizando, ni siquiera parecen ser capaces de comprender que es totalmente irrelevante su versión de los hechos desde su posición de poder. Que la que importa en un acto de humillación, por muy protocolizado que esté, es el del humillado (y no voy a poner de ejemplo otros casos de abuso que me vienen a la cabeza). Es el humillado el que –con suerte– tiene que decidir sobre si participa o no en estas reglas de juego social que se le plantean, y el que tiene que gestionar sus emociones una vez participa en ellas.

«Solo hay que ver los espeluznantes términos con los que se expresan algunos veteranos en su Facebook»


Uno podría pensar que este ritual, hoy por hoy, ya no alberga esa carga de autoridad más propia de regímenes autocráticos de antaño. Pero, por si pudiera quedar el más mínimo atisbo de esperanza, solo hay que ver los espeluznantes términos (de un paternalismo condescendiente que bien podría estar sacado de una película de don Vito Corleone) con los que se expresan algunos veteranos en su Facebook. Cito textualmente: «Tus compañeros de clase se convierten en hermanos, los de un curso superior tus padrinos y los de cuatro cursos por encima, tus protectores». Ay, la familia.

Me imagino que quien no quiera respetar esa estructura social quizás se arriesgue a no estar cubierto por esa protección.

Creo que si uno se tiene que defender de posibles injusticias o problemas que puedan surgir en el ámbito universitario, o en cualquier otro ámbito, debiera aprender a hacerlo asociándose con sus iguales, no dependiendo del cariño paternal de sus superiores.

Un dieciochoañero que abandona su institución educativa de origen, dejando atrás todas sus certezas sociales, para dirigirse a la universidad –ese lugar en el que te convertirás en una persona adulta y preparada para la vida, del que tanto te han hablado– se encuentra en el periodo más inseguro y vulnerable de su existencia como individuo autónomo. Sospecha, probablemente no sin razón, que de allí surgirán amistades y amores que quizás le marquen la vida. No debería errar el tiro.

Someterlo, nada más poner un pié en su nueva institución, a la presión de tener que elegir si comulga o no con un sistema de integración tan perverso, es simplemente mezquino y vil. Ni siquiera sabe a ciencia cierta cuáles pueden ser las posibles consecuencias de negarse. ¿Dónde están escritas esas reglas? ¿En la mente de un veterano y honorable numerario que lleva 15 años cursando la carrera?

«Plantear un ‘nadie te obligó’ sería ya un ejercicio descarado de cinismo»


Totalmente indecente es atribuir a quien acaba decidiendo participar parte de responsabilidad o culpa por su «elección voluntaria». Plantear un «nadie te obligó» sería ya un ejercicio descarado de cinismo. Es peculiar que quienes hablan de lo que han podido sentir esas personas sean, en su nombre, los veteranos, que se arrogan su representación para decir que todo fue genial para todo el mundo, así, como muchas mayúsculas.  En qué cabeza cabe que si algún novato se ha sentido verdaderamente vejado, humillado o arrepentido va a tener el valor de denunciar su situación, o a ponerse a rebatir en las redes argumentos pronovatadas de forma que pueda darse un debate justo. Simplemente viendo las publicaciones que te han dedicado a ti, yo, muy probablemente, si tuviera dieciocho años y estuviese en juego mi aceptación social, no me atrevería.

Hay quien defiende todo esto porque es una tradición. Si una tradición consiste en conservar una doctrina o costumbre por transmisión de padres a hijos, y las novatadas, de forma acreditada, en el pasado han tenido con frecuencia carácter vejatorio, constituyendo abusos injustificables, por pura coherencia conservacionista, estas deberían seguir siendo así ahora, si de lo que precisamente se trata es de preservar las costumbres. No se puede defender una tradición sin defender sus características. Cualquier puede buscar el Google «novatadas habituales» para acercarse a su ancestral idiosincrasia.

Ingenuo de mí, pensaba que la Universidad  consistía en un instrumento de conocimiento y progreso, en repensar el mundo para convertirlo paulatinamente en un lugar mejor.

Espero, especialmente, que esa sea la máxima que impere en Medicina, y no, por el contrario,  el respeto a la tradición. Porque la trepidación y la sangría eran verdaderamente muy tradicionales.

«¿No existe alternativa para mostrar respeto al recién llegado?»


¿Por qué, sin embargo, cuando de lo que se trata es de acoger de buena forma al prójimo, ahí, amigo, lo importante es respetar la tradición? ¿No hay lugar para la innovación en este caso? ¿No existe alternativa para mostrar respeto al recién llegado sin recurrir a algo que conduce a pringar con salsas, huevos o harina caducada que pueda uno tener por casa? Desde luego que yo no quiero –espero no tener ninguna represalia por negarme a ello– acabar en manos de un profesional de la medicina que justifique algo así.

No en manos de alguien que ha desarrollado semejante escala de valores durante su formación para la vida.

No se trata de si hubo más o menos risas en el bochornoso acto que ocurrió en la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad de La Laguna, de si la harina utilizada era apta para celiacos –han llegado a afirmar que se separó a los alumnos alérgicos–, de si quien critica la existencia a día de hoy de novatadas estuvo o no allí, o de si la persona que sí las presenció y las denunció adecuadamente dice cosas con las que quienes las llevaron a cabo no están de acuerdo. Se trata de que quien participó en su organización no ha entendido nada de lo que significa la dignidad humana.

No se puede humillar desde el respeto.

No es el dedo. Es la Luna.

Yo hoy me voy a dormir más triste y decepcionado con el mundo de lo que me fui ayer.

Pero también esperanzado al pensar que en este Planeta habita gente como tú.

Mucho ánimo.

Cuenta con todo mi apoyo y colaboración en esta causa.

 

 

 

 

 

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