Todo me parece bonito

Opinión

Es una debilidad tremenda lo de no llorar decía Pau Donés, supone, más bien, un acto enorme de valentía que refleja la humildad, y que nada tiene que ver con la vergüenza. Sinceramente, todavía no comprendo la burbuja colosal que abarca este asunto. Ya decía García Márquez que aproveches que eres joven para sufrir todo lo que puedas, que esas cosas no duran toda la vida. De la misma manera que un suplicio no dura mil años, los seres humanos tampoco. Pero tenemos una capacidad autómata de olvidarnos de esta sentencia que todos conocemos con antelación. Seguimos postergando lo esencial, los pequeños gestos de los que tanto se habla, y tan poco se practica de forma duradera, sostenible y real.

Quizá estemos desorientados por el afán de conseguir algo más, de llegar más lejos, de ser competentes a toda costa, de cuidar una imagen, marcar una revolución, poseer un nombre y una lista sinfín de necesidades inexistentes con las que todos nos pudiésemos sentir identificados.

Es una paradoja el empecinamiento que le otorgamos a los elementos externos, porque para que se desplacen a un segundo plano solo bastaría con resultar agraviados por alguna perdida, por algún acontecimiento que, como resultado de que nos duela tanto, nos conduzca irremediablemente al círculo sin retorno de agradecimiento por lo que teníamos y tenemos, pero ya sabemos que esa gratitud no prevalecería asiduamente.

Tras ver el documental Eso que tú me das podría escribir sobre la importancia de la vida y de lo fugaz que se jacta de ser, pero probablemente eso ya lo saben. Entonces podría mencionarles la sensación de fortuna que deberíamos de tener todas las mañanas por el simple hecho de poder respirar, pero eso ya lo han leído en demasiados libros. Con lo cual, solo me queda reproducir una lista infinita de placeres infravalorados, al tiempo que son meramente esenciales.

Pau Donés y Jordi Évole, en el documental ‘Eso que tú me das’. Foto: PULL

«La vida son cuatro días y tres pasaron ya»

No le quedaba más tiempo y lo sabía, pero también sabía que lo único importante era que, hoy, sí podía, al igual que tú puedes, estar presente para leer esto. «Ya volveré, ya volveremos (…)». Querer mirando a los ojos como enseñan los hijos, subirte a un escenario por última vez siendo un icono musical, escuchar tu propia canción sonando en la radio, recordar tus raíces y morderte los labios. Pedir perdón, hallar instantes para retribuir. Por todo, por todos, a la vida, en general, por todo eso que nos dio y nos da.

Me resultó imposible no sentir una nostalgia profunda y un llamado de atención contundente. A veces es difícil recordar la última vez que te detuviste a pensar, con serenidad, sobre pequeñeces en las que alberga un valor incalculable. Cancelar una reunión para visitar a un familiar, romper el orgullo por una amistad, despojar el envenenamiento que produce el odio, intentar con muchas ganas, confiar desde el alma, y emprender la labor que sea con buena intención.

En un documental honesto, ante todo, preciso y sin maquillaje, se muestra a una persona que anima a vivir plenamente con ojos desgastados, pero llenos de vida al mismo tiempo. Con una mirada llena de fortaleza por aquellas cosas pequeñas que cantaba Serrat. Sorprende su visión con talante arriesgado y modesto que expone dos semanas antes de su muerte. A mí me recordó a esos miedos que pulverizan el corazón por un instante cuando te sitúas en una postura similar, cuando te das cuenta de que «la vida son cuatro días y tres pasaron ya», como el mismo compositor afirmaba.

Sorprende su mensaje final sin ánimos comerciales, porque ya se iba, se despedía… Es una conversación sincera con el periodista Jordi Évole que no se puede malinterpretar, solo procurar mediante un texto que algunos lo recuerden como él quería; por el arte del que puede confeccionar letras bonitas y sinceras, sin comprometer su profesión con un único propósito de vender discos, o de elaborar canciones vacías solo para convencer.

Quizá algo similar a lo que sucede con los periódicos poseedores de líneas editoriales que terminan por mermar sus ideales. Y finalmente, por recordar lo que nos dijo alegremente: «Joder, si alguien quiere hacer algún tributo que, por favor, lo haga bien».