Palabras muertas

Opinión

Recuerdo aquella época en la que los granos tenían conquistado cada centímetro de mi rostro. Recuerdo también que todas las mañanas me despertaba con la esperanza ingenua e infantil de que por arte de magia ya no estuviesen allí. Sí, que algo los hubiese hecho desaparecer. No importaba el cómo, no haría preguntas, no investigaría el milagro. Solamente sonreiría y recuperaría un poco de autoestima. Por supuesto  el milagro nunca ocurrió, fue la ciencia y un costoso tratamiento lo que derribó los muros de mis colonialistas y los desterró para siempre.

Imagino que todos hemos pasado por una época similar, algunos más que otros. Aunque siempre hay un 2 % de población que nace de pie y que nunca recibe la visita de esos enormes extraterrestres encarnados. Pero bueno, la lotería siempre toca, aunque nunca sea a uno.

Por aquel entonces mi remedio contra esos malvados bultos que se habían empeñado en maltratarme la piel era el maquillaje. Pero claro, ahora es cuando me doy cuenta de que el maquillaje nunca tuvo capacidad alguna para ser solución. Tres kilos de base en la cara no eliminan, reducen siquiera, el volumen de los cráteres supurantes. Ocurre lo mismo en el ámbito lingüístico, y aquí es a donde quiero llegar, a analizar un fenómeno mezquino, una epidemia que se oculta, que encubre su naturaleza espuria entre la contaminación, entre el paro y los desahucios, entre los fondos buitres,  entre el despido libre y la desidia a los servicios públicos. Sí, hablo del eufemismo, de ese lenguaje políticamente correcto que desvirtúa y adorna verdades. Sí, hablo del eufemismo, y no puedo evitar que me hierva la sangre.

«Lo que antaño se reivindicaba como embargo ahora se disfraza de activo adjudicado»


Estamos asistiendo a uno de los escenarios más ridículos, negros y miserables creados por el ser humano: la usurpación del lenguaje a la población y el fusilamiento de sus derechos inviolables a recibir información decodificable. Y así, lo que antaño se reivindicaba como embargo ahora se disfraza de activo adjudicado. Lo que no hace mucho se consideraba crisis ha bajado de rango, ya no es tan preocupante, ahora sólo es una desaceleración. Tampoco importan los pobres, que ya sólo son desfavorecidos, aunque cada día tengan menos que llevarse a la boca. Ni tampoco las pérdidas, rebautizadas por gracia del Gobierno en crecimientos negativos. Oye, que al fin y al cabo, hablamos de crecimiento ¿no? Bueno y para qué preocuparnos por la ruina, si sólo es falta de liquidez, o por esas situaciones que afectan más a los pobres que a los ricos, si sólo es un impacto asimétrico de la crisis. Desde luego, España, ¡qué alarmista! Porque no estamos en recesión, sino en un período de ajuste económico  y ya no se despide a nadie, se desvincula de la empresa y listo.

Aceptar los eufemismos del poder significa aceptar ideas manipuladas, significa aceptar verdades manoseadas, significa aceptar mentiras, mentiras y sólo mentiras. Pero aquí estamos nosotros, envueltos en cobardía y desgana. ¿Hablaría la historia de revoluciones si individuos dóciles y temerosos como los de ahora hubiesen sido los encargados de liderar el cambio? Preferiría no comprobarlo.

Preferiría no comprobarlo porque asentimos como vegetales a tal descaro y desfachatez. Porque mientras no sea uno el desvinculado, optaremos siempre por cerrar los ojos y olvidar que el Mundo se llena de desfavorecidos que agonizan en hambre o que simplemente mueren por ella. Me pregunto si habrá eufemismo capaz de maquillar esta última verdad.

También me pregunto qué hace la gente cuando lee un artículo como este. Lo ojean y pasan página como si lo anterior hubiese sido un vómito de palabras sueltas y sin sentido; lo leen, suspiran y reflexionan; o simplemente no lo leen o no les interesan las malas noticias. Bastantes tienen ya. La verdad, no lo sé. Mientras tanto continuaremos en un país en donde a las cosas ya no se las llama por su nombre. Continuaremos en un país donde no hay engaño por parte de bancos y cajas, sino falta de visibilidad financiera; donde no hay despidos sin coste para el empresario, sino flexibilidad en los despidos; un país en el que tampoco hay subidas de impuestos, ni recortes en el gasto público, no. Es un país que calma los mercados. Y eso nos basta.

Creo que mi maquillaje disimulaba mejor mis granos, que estas expresiones sus intenciones. Pero bueno, mejor continuar calladitos mientras asaltan el lenguaje y fabrican la información. Sin protestar, sin hablar, sin respirar. Rebuznarán algunos si acaso. Eso sí, bajito.