Aunque no aparecen en el perfil del egresado, son muchas las profesiones ajenas a su campo de estudio a las que se acaban dedicando los periodistas. Foto: PULL

Mamá, quiero ser periodista

Sociedad

Texeneri González trabaja en un guachinche del norte de Tenerife. No siempre quiso ser camarera, claro. En realidad, forma parte de la última promoción de periodistas que se graduaron en la Universidad de La Laguna el pasado año académico. Por veleidades del destino, tuvo la suerte de toparse con un proyecto modesto que le permite ejercer el periodismo que le gusta: Woman in Sport, un medio digital especializado en deporte femenino. Sin embargo, no recibe remuneración alguna por ello.

Pero no es la única; en el punto álgido de la crisis, en 2010, solo el 60 % de los graduados consiguieron trabajo a lo largo de los cuatro años siguientes al término de la carrera. Y lo más preocupante: de ese porcentaje, poco más de la mitad se dedicaban a una tarea adaptada a su nivel formativo. Por eso, es conveniente hacerse la siguiente pregunta: ¿qué ocurre, a día de hoy, con los estudiantes de Periodismo que no logran ejercerlo?

Lo cierto es que los datos más recientes tampoco son mucho más alentadores. Según el último informe anual de Reporteros Sin Fronteras, la figura del periodista autónomo que tanto se pretende alentar desde las propias facultades de Periodismo se sigue viendo afectada por una enorme vulnerabilidad laboral. Por su parte, la Asociación de Prensa de Madrid, en un documento homólogo, ha reconocido que cada vez los índices de paro disminuyen en la Comunidad. Paradójicamente, un 71 % de los profesionales encuestados reconocen que sus condiciones de trabajo se han desmejorado considerablemente.

¿Pero de verdad se estudia el periodismo?


Aunque Laura Martín terminó la carrera en la Universidad de La Laguna, los primeros años los realizó en la Universidad Carlos III de Madrid. El cambio fue significativo, y salió perdiendo. Al llegar, se encontró con unas instalaciones muy limitadas, precarias y poco tecnificadas. Los recursos humanos, por su parte, tampoco eran comparables. Los profesores no estaban lo suficientemente cualificados y había vacantes sin cubrir cuando ya había empezado el curso, una lacra que se sigue repitiendo año tras año.

Xavier Gomes, compañero de promoción de Texeneri González, lo tiene claro: «En segundo decidí que ya era hora de dejar de copiar diapositivas». Cree que lo más útil que aprendió de su paso por la Facultad fue no fiarse de nadie, cuestionarse todo y buscarse la vida en la calle hasta dar con una noticia. Pese a que trabaja esporádicamente realizando reportajes totalmente independientes, debe compaginarlo con otros trabajos. Junto a Martín, es el único en considerar que la comunicación política e institucional se enmarcan bajo el paraguas del periodismo. Aún así, sus deseos son bastante optimistas: «Me gustaría tener un sueldo fijo ejerciendo el periodismo desde la libertad». Irene de León no puede estar más de acuerdo con él.

De León forma parte de la generación de graduados por la Universidad de La Laguna que necesitaban hacer un curso puente para estudiar lo que querían, en su caso, Periodismo. Aprovechando las circunstancias, también terminó la carrera de Derecho. Al principio, pudo trabajar en los informativos autonómicos, pero la falta de estabilidad económica y la censura ideológica descompensaron la balanza hacia su otra inquietud. En la actualidad, se dedica en exclusiva al derecho, pero admite que de vez en cuando echa de menos la adrenalina de la inmediatez y el periodismo de investigación. Y, aunque estuvo un tiempo llevando la comunicación de una empresa vinícola, es consciente de que el periodismo se debe a la verdad, mientras que la comunicación, a unos intereses privados.

El periodista-orquesta: intrusismo, precariedad y pluriempleo


Más allá de las altas cuotas de intrusismo ya consabidas, también resulta interesante las incursiones de periodistas en áreas ajenas a su campo de estudios, como la mercadotecnia, la publicidad, las redes sociales o la comunicación en general. Laura Martín es, precisamente, una de esas periodistas que no se dedican al periodismo. En la actualidad, es miembro del gabinete de prensa de un partido político, pero el sueldo no le da para tanto y se ve obligada a pluriemplearse. Así, combina la gestión de la comunicación de tres empresas privadas con un trabajo a media jornada en una tienda para asegurar la estabilidad que, como periodista autónoma, no logra alcanzar.

Pese al arduo camino que ha recorrido, Gabriel Redinciuc se muestra bastante optimista. En cuanto terminó la carrera en la ULL, se puso a buscar trabajo. Como no obtenía nada adecuado a su nivel de estudios, aceptó una oferta de una empresa energética como captador de socios, pero resultó ser una estafa y no cobró nada por ello. Hoy en día, saca tiempo para estudiar su máster a distancia en Comunicación y Nuevas Narrativas a la par que forma parte del departamento de comunicación y marketing de una farmacia, un empleo modesto que consiguió gracias a las becas de inserción laboral que ofrece la Fundación de la Universidad de La Laguna. No obstante, a lo que realmente quiere dedicarse es al periodismo escrito y, aunque llega a comprenderlo, tiene ciertos reparos respecto a la figura del periodista multimedia (ese que edita vídeos, saca fotos y redacta noticias ocupando tres puestos de trabajo y cobrando el sueldo de uno).

Ambos son el claro ejemplo de que el paradigma de la profesión ha cambiado: el periodismo ya no es el campo de trabajo de los periodistas. El cierre de El Día TV, Radio El Día y el diario La Opinión de Tenerife confirma que los periodistas no son los dueños del periodismo y que, en su lugar, son los empresarios quienes dominan la producción de contenidos informativos, poniendo en peligro el derecho constitucional de la libertad de prensa y el del derecho a la información. Quizás la innovación que más podría agradecerse es volver a hacer periodismo sin matices en su concepción. En este punto, sin embargo, se genera un estado obnubilador de lucidez.

Nuevo periodismo vs. nuevas tecnologías


Tanto es así que, al preguntar por el concepto de nuevo periodismo, todos los participantes de este reportaje, a excepción de Redinciuc, divagan sobre un puñado de anglicismos. Fact-checking, fake news, high-tech, social media… Que, al final, es lo que ha hecho el periodismo toda la vida: tratar de subirse a la ola de nuevas tecnologías que van surgiendo y que le permiten reinventarse. Aunque provenientes de generaciones y entornos distintos, prácticamente ninguno de los entrevistados fue capaz de recordar que el nuevo periodismo es, en realidad, la corriente de periodismo literario que allá por los años sesenta del siglo XX abanderó un tal Truman Capote (junto a Tom Wolfe) en Estados Unidos. Lo que es más, aún hoy se conservan escuelas que enseñan esta práctica, incluida, además, en el plan de estudios de la Universidad de La Laguna.

No tienen la culpa, claro. Profesores universitarios que se dicen fanáticos del mercado informativo desconocen la innovación clásica que implica este género y emplean el término con imprecisión, deduciendo de oídas el verdadero significado que entraña. Son estos mismos quienes defienden el intrusismo, apoyan el cierre de medios o afirman que los periodistas no trabajan por pereza. Pero como apuntan algunas de los cinco recién graduados, quienes contamos historias tenemos siempre la esperanza de que acaben con un final feliz. No me queda otra opción, por tanto, que parafrasear a dos de los grandes: los cínicos no están hechos para el oficio más bonito del mundo. Kapuscinski  y Gabriel García Márquez fueron, por cierto, dos novoperiodistas soberbios.

Con todo, Periodismo sigue estando entre las carreras favoritas de los estudiantes a nivel nacional. Algunos se decantan por el consejo de profesores de Secundaria en quienes confían y muchos la escogen por pura pasión a la escritura. En cualquier caso, todas las reflexiones desembocan en la misma palabra: vocación. Hay quienes la sienten desde pequeños, mientras que otros la descubren a su paso por la facultad. Y es que, al parecer, la costumbre de autodestruirse por amor a la profesión es una práctica generalizada. El motivo da un poco igual. No importa si la llamas cuarto poder, servicio social, literatura o utopía. El caso es que mamá, tu hijo quiere hacer periodismo. Y está dispuesto a morirse de hambre por ello.

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