Actualmente, la mayoría de las adopciones se realizan en China y Vietnam. Foto: Cynthia Acosta

Las adopciones internacionales, una batalla entre China y Rusia

Sociedad

Allá por el 2002, con tres embarazos a sus espaldas, Yolanda Alonso decidió cumplir un sueño. Una idea que empezó a rondar por su cabeza desde muy joven. A penas dejaba atrás la infancia en el momento en el que vio, en la consulta en la que trabajaba, a un matrimonio con un hijo adoptado y decidió que en un futuro ella iba a brindar una familia y un hogar a un niño que lo necesitara. El proceso culminó veinticuatro meses más tarde, en agosto de 2004, cuando, después de numerosos trámites y un desplazamiento a China, tuvo a Aina Bethencourt en brazos. Hace quince años desde que eso ocurrió, pero rememora esos momentos con la misma emoción con la que los vivió.

En cambio, María Guerra decidió adoptar porque no podían tener niños, y para ella el proceso fue mucho más largo y dispendioso. Inició el procedimiento un lustro antes de que le entregaran a su hijo en 2005. A ella le costó dos viajes a Rusia y muchos gastos extra. «Allí influye mucho el dinero, por ir a ver al bebé, que era obligatorio, te cobraban cien euros, y así con todo. Además, habías pagado a la agencia por toda la tramitación y encima tenías que costearte personalmente a un intérprete para que tradujese los documentos al ruso», comenta.

Al matrimonio le resultaba indiferente el origen del infante y China pareció la opción más sencilla. Descartaron lugares como Rusia o India porque los procesos eran más onerosos. Y en España siempre se prevé un reclamo por parte de los progenitores. Por lo tanto, si en el período de dos años que dura la acogida previa aparece algún familiar, el proceso se reinicia. La futura madre no estaba preparada para eso.

María Guerra se decantó por el país de Europa del Este guiada por lo que, por entonces, estaba de moda. Aunque también lo estaba China, un brote de gripe A que obligó a muchos extranjeros a permanecer en el país asiático, impulsó al matrimonio a evitar el riesgo.

Un embarazo diferente


«Todo el proceso fue para mí como un embarazo con más ansiedad. Si estás embarazada y vas al médico sabes si el niño está bien o no, pero en este caso yo no sabía cómo estaba mi hija», comenta Yolanda Alonso, que siempre le contó a Aina Bethencourt que el día que nació vio una estrella fugaz. Las pruebas que efectuaron para aprobar la adopción no fueron difíciles, la madre explica que todas son completamente necesarias.

Se requería tener espacio para el menor y una economía regular y desahogada, y a pesar de que esto último, cuenta, no lo cumplían con la soltura suficiente, el hecho de tener descendencia sana y bien educada facilitó en gran medida el procedimiento. Tanto ella como su marido fueron entrevistados por psicólogos y trabajadores sociales, juntos y por separados, al igual que el resto del conjunto familiar. En el momento en el que todas las pruebas fueron favorables, madre y padre viajaron a Hunan, donde estuvieron quince días hasta que pudieron volver a casa con su hija. A partir de ahí, solo quedó un seguimiento de un año, en el que tenían que llevar a la niña a entrevistas con la trabajadora social, hasta que la adopción fue definitiva.

María Guerra está de acuerdo en que la tramitación no fue difícil, ni se exigían unos requerimientos imposibles, aunque sí fue larga. Ellos tuvieron que ir dos veces a Rusia, una primera para la asignación del menor, la aceptación en el notario y la concordación de fecha de celebración del juicio. Y la segunda vez, para asistir a la cita judicial y poder regresar con su hijo, Rodrigo Pesantes. El seguimiento duró en este caso tres años, durante los cuales un asistente social visitaba la casa cada seis meses, durante el primero, y cada doce en los dos siguientes.

Aina Bethencourt y su madre Yolanda Alonso.  Foto: C.A

Rusia no da en adopción a niños sanos


Los dos menores llegaron en buenas condiciones de salud. Sin embargo, el tamaño y el peso se encontraban en unos rangos inferiores a los considerados saludables. A pesar de ello, Guerra explica que Rusia no entrega niños sanos, sino con enfermedades ficticias. Pesantes tenía un soplo en el corazón según la ficha médica, pero lo llevó al médico y estaba perfectamente. «Yo tenía claro que no iba a recorrer 25 000 kilómetros para traer a un bebé enfermo», comenta, y añade que consiguió el contacto de una pediatra rusa para que le resolviera cualquier duda sobre la salud del pequeño.

Al contrario, Yolanda Alonso hubiera vuelto con su hija independientemente de cualquier enfermedad o deficiencia. Aunque no niega que siempre le preocupó y le preocupa el componente genético desconocido en el ADN de Aina Bethencourt.

Rodrigo asistió a clases de ruso durante un tiempo y su madre, en la actualidad, tiene planeado un viaje para que su hijo conozca su origen y resuelva todas las dudas pertinentes. Pero está esperando a que sea algo mayor.

Aina nunca fue motivada a conocer la cultura y las tradiciones de su país de origen, pero su madre siempre le habló de cómo era el lugar donde nació. Desde hace un año investiga sobre el orfanato y sobre sus primeras vivencias. Sin embargo, ninguno de los dos se ha interesado en conocer información sobre sus padres biológicos.

«El amor se construye»


Entre los temores que surgen alrededor de una adopción, a Yolanda Alonso le asustaba que su familia no la aceptara como al resto de sus hijos, o no poder satisfacer las inquietudes que podría tener la niña a medida que fuera cumpliendo años. En cambio, los temores de María Guerra eran antagónicos. Ella tenía dudas, y lo que le asustaba era no llegar a quererlo. «El amor se construye a medida que vas conociendo al niño, pero no la primera vez que lo ves», explica.

A pesar de los miedos, ambas madres reconocen que la experiencia de adoptar es maravillosa. «Mi hija es un regalo y tuve mucha suerte. Ahora que ya la veo mayor y segura, han desaparecido todos los miedos que tuve y sé que al final no lo he hecho tan mal. Es una de las cosas más bonitas y más importantes que he hecho en la vida», resume Yolanda Alonso. «Yo no concibo la vida sin mi hijo, cuando lo tienes te das cuenta de que es la única persona por la que darías la vida, y volvería a ir a Rusia mil veces a buscar a Rodrigo», concluye María Guerra.