La universidad de la experiencia

Opinión

Hace veinte o treinta años, mis progenitores y los de otros muchos estudiantes universitarios actuales tenían mi edad y no disponían de la posibilidad de acceder a unos estudios universitarios. Este era un privilegio al que pocos podían acceder. Las alternativas se veían reducidas a su prematura introducción en el mundo laboral.

Mi padre, como muchos otros jóvenes de su época, empezó a trabajar a los 16 años y, hoy en día, posee más sabiduría y experiencia vital de la que ni yo ni muchos universitarios podremos adquirir a lo largo de nuestra vida. Quizás, ese sea el privilegio que nos hemos visto obligados a rechazar al entrar en una carrera universitaria. La Universidad te aporta los conocimientos técnicos y científicos que, aunque contribuyen al desarrollo de nuestra cultura general, en su mayoría son el resultado de un almacenamiento de conocimientos que pocas veces podemos poner en práctica. La Universidad enseña saberes o datos que no podríamos aprender en otro lugar, pero pocas veces nos prepara para aplicar estos aprendizajes a la vida real.

En contra de lo expuesto por Ana Torres Menárguez, en su artículo “Universitarios de segunda clase”, dudo que ser estudiante universitario dentro de una familia cuyos padres carecen de estudios sea un impedimento o dificultad para sus hijos, sino más bien un empuje a favor del progreso académico. Probablemente, mi juicio se vea nublado por la experiencia personal, pero aquellos padres que no tuvieron acceso a la Universidad han podido entrar de forma directa y más fácil a un mundo laboral donde no abundaban los títulos universitarios, y donde la experiencia no se les exigía previamente, sino que se adquiría con el trabajo.

Estos padres y madres de familia que han sufrido las durezas de una vida carente de facilidades, son los mismos que veinte años más tarde luchan porque sus hijos dispongan de una mejor cultura y educación. Inconformistas con las durezas que un día ellos mismos vivieron, empujan a sus sucesores a una formación académica superior.

A la hora de buscar culpables ante la dificultad a la que se enfrentan los titulados y graduados universitarios para acceder al mercado de trabajo repleto de currículos rebosantes de títulos, parece evidente que las carencias se encuentran dentro del sistema educativo. Por todo esto, parece necesaria una reestructuración de los planes de estudio. Ahora, más que nunca, urge la formación práctica del estudiante.