En las alturas

Opinión

Decía Henry Ford, el fundador de la compañía de coches, que cuando todo pareciera gris, recordáramos que «los aviones despegan con el aire en contra, no a favor». Ciertamente, el inventor norteamericano tenía razón. Los aviones siguen volando. Puede que reten a la naturaleza, pero no a la globalización, cuyos efectos son innegables hasta en el plano lingüístico.

¿Cómo podríamos comunicarnos si la comunidad mundial no utilizara un idioma único: el inglés? Y si de dominación estamos hablando, no podemos olvidar que esta lengua germánica controla, incluso, las cabinas de las aeronaves.

La tripulación nos recibe con amplias sonrisas y palabras amables desde que tomamos asiento y guardamos nuestros bolsos de mano. “Buenos días, señores clientes. Les damos la bienvenida a bordo. Este vuelo, con destino a… (los estudiantes y profesores de la ULL que no son de Tenerife colocarán el nombre de sus islas ) durará aproximadamente… (tiempo estipulado del vuelo, con frecuencia inexacto y erróneo)».

Inmediatamente, la azafata cambia el papel en el que tiene escrito estas líneas, por uno en inglés.

Hasta en el aire


La globalización tiene sus efectos hasta en el aire. ¡Qué bárbaro! Pero esto no es lo que me ha alarmado. Desde hace un tiempo, me he sentido casi insultado por los discursos que pronuncian los trabajadores de las alturas. Reconozco que mi sensibilidad lingüística ante ciertos fenómenos, como la correcta pronunciación o la necesidad de conocer los contextos adecuados para el uso de las palabras, me han convertido en un cliente (y sí, destaco la palabra cliente, pues al parecer hemos dejado de ser pasajeros) demasiado exigente con los mensajes que nos dedican.

Me pregunto dónde y cómo se han educado las azafatas que pronuncian welcome (bienvenidos) como si se tratase del willkommen alemán. Algunos, además, pronuncian el thank you very much como zán kuú béri múch, convirtiendo la delicada expresión de agradecimiento en un sinsentido que, más que inglés, parece chino. Veo que la macrolengua sinotibetana comienza a reclamar su protagonismo.

Pero no hace falta escucharlos hablar en otro idioma para comprobar que nuestra propia lengua es también apaleada. Y no exagero. De hecho, tengo un ejemplo llamativo: “Cuando el avión haiga llegado al aeropuerto, deberá pedir información a nuestros compañeros de tierra”, respondía la azafata a una señora que estaba sentada a mi lado en mi último vuelo a La Palma. Al parecer, el “haiga” continúa siendo la forma culta de la forma verbal “haya”. ¡Lo anoto! También debería apuntar que “la agua no está fría”. De esta forma, recordaré que no suelen llevar hielo a bordo. Sí, aunque me la sirvieran congelada, no debería olvidar que se trata de un sustantivo que comienza por a tónica, y de ahí que el artículo «la» tome la forma «el».

Es soberbia la actitud que muchos hablantes adoptamos ante la lengua y mucho más estremecedor es que no sintamos la mínima preocupación por la calidad de los mensajes. ¿Cómo pretendemos dominar otro idioma si ignoramos el materno? No es cuestión de externalizar la culpa. Tampoco podemos culpar a los productos informativos de los periodistas. Tendríamos que asumir también nuestra parte de responsabilidad como usuarios de la lengua. Y como usuarios, o buenos clientes, deberíamos conocer los principales recursos de los que disponemos: desde los diccionarios hasta la Fundeu. Hagamos caso a Humberto Hernández, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas, Sociales y de la Comunicación de la ULL y miembro de la Academia Canaria de la Lengua, y preguntemos hasta la saciedad.

De esta forma, bebamos toda “la agua fría” que queramos y seamos bienvenidos o welcome (mejor dicho, willkommen) cuando “haigamos” llegado a nuestro aeropuerto de destino. No nos olvidemos de consultar algunos recursos para el buen empleo de la lengua. Espero que la globalización nos lo permita.

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