El show del yo

Sociedad

La sociedad occidental se ha caracterizado por ser una de las más materialistas. Las pantallas se han convertido en aquel lago donde Narciso se ahogó al enamorarse de su propio rostro. Lejos de vivir la libertad que se proclama, las cadenas han cambiado de forma para convertirse en pequeños artefactos que ofrecen recompensas por lo que se muestra y no por lo que es. La pandemia parece incentivar a una esfera unipersonal en la que prima la fugacidad y la nula, por no decir escasa, comunicación humana. En toda esta atmósfera de aislamiento los dispositivos electrónicos resultan ser la única opción para conectar, pero ¿a qué precio?

Narciso, hijo del dios Boecio del río Cefiso y de Liriope, una ninfa acuática, llegó a ser un joven apuesto que despertaba admiración. Pero este, sumergido en sí mismo, ignoraba los encantos ajenos. Un día de verano mientras descansaba junto a un lago de superficie traslucida, vio proyectada su imagen, con la que quedó fascinado. Se acercó al agua y se enamoró de lo que veía; al punto que dejó de querer existir por el padecimiento de no poder conseguir a su flamante amor, pues a medida que se acercaba, más desaparecía. Obsesionado, murió con el corazón roto. En el reino de los muertos perseguía con desespero su propio retrato.

Cerámica grecolatina que refleja una de las tantas representaciones que perduran de Narciso. Foto: Jessel S.

Este mito, escrito por Ovidio, ha sido versionado a miles de idiomas y a varias culturas. Lo cierto es que, pese a ser redactado mucho antes de que el pensamiento moderno se forjara, es curioso el parecido que recobra cada año en una colectividad drogada con el somnífero del yo. El patrón de Narciso se fomenta continuamente en los medios de comunicación. Las inmensas compañías publicitarias hacen que la población crea en el paradigma de un nuevo tipo de felicidad basada en el hedonismo, en las cámaras que, como espejos, cumplen la función del lago que se traga la esencia de cada persona para siempre.

«Las personas han nacido para contemplar la belleza, pero esta debe ser correlativa a la ética»


Tik Tok, Instagram, Facebook y los numerosos espacios digitales que utilizan la figura y el aspecto físico como símbolo de portada se han apoderado de la mentalidad actual. Se camina por las calles como quien anda en una mala película de zombis en la que los ojos ávidos, rodeados de círculos negros, recorren las páginas blancas y cegadoras, como cazadores de me gusta, en una ardua persecución de aprobación social. Un reciente estudio de la Clínica Universitaria de Hamburgo , Alemania, prueba que existen una gran cantidad de regiones cerebrales que se activan al recibir un me gusta, con lo que la dopamina se dispara y da una sensación de placer que se vuelve adictiva.

La Covid-19 empeoró este trastorno cuando la soledad acechó por los rincones de las casas vacías. Desde el inicio de las influyentes civilizaciones, como la griega o la egipcia, el ser humano se acostumbró a la compañía y a pertenecer a los distintos grupos sociales. Para sustituir esta insuficiencia, la descarga de aplicaciones fue masiva, en una búsqueda de acompañamiento cibernético.

La sociedad está interconectada gracias a las redes sociales. Foto: Jessel S.

Como se observa en los estudios llevados a cabo por la Universidad Pontificia Comillas, la relación entre la dependencia a estas plataformas y el nacimiento de una alteración narcisista es estrecha. Se llega a considerarlas como un caldo de cultivo que origina expectativas, especialmente en la juventud. Definen lo que debe ser mirado como bello, popular y que tras una serie de retribuciones se activa un sistema de estímulo-respuesta condicionante, induciendo a que las personas se conviertan más egocéntricas y se focalicen en lo corporal.

El neurólogo Omar Expósito Valdés aclara las dudas ante una patología más seria de lo que se cree: «Es tan severo que compromete la habilidad de una persona para vivir una vida feliz o buena, manifestándose en la configuración de un egoísmo y desconsideración hacia los sentimientos impropios. La rama humanista estima que el narcisismo patológico corresponde con la autoestima baja».

Una persona que no se siente segura de sí misma recurre a los demás para sentirse aprobada, y de ese deseo de encajar también nace la adoración propia. Los seres humanos son tan radicales que, sin término medio, se balancean por la carencia del amor propio a una vanidad predominante. El especialista continúa bajo este hilo conductor, «el narcisismo según la vista psicológica y colectiva, posee un significado psicogenético o psicoevolutivo como un escalón necesario y ubicuo del desarrollo del temperamento. Se da el caso de tener rasgos narcisistas (un narcisismo sano por decirlo de algún modo), que balancea la percepción personal de las propias necesidades», sentencia.

«Se creen superiores pero no son nadie sin la devoción»


Un grado muy elevado de narcisismo está considerado como un problema patológico: trastorno de personalidad narcisista. A partir de 1980 constituye parte del Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales, publicación oficial de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría. Muchos informes destacan las dificultades para el tratamiento de este desorden por su insuficiente afluencia en los consultorios, ya que es reducido el número de asistencia voluntaria.

Narciso provocó innumerables pasiones en mortales y dioses, a los cuales no responde por su ineptitud para amar. Si se viaja al presente, ¿Cómo traspasamos el mito a la realidad? Ernesto Rodríguez Abad es docente de la ULL, escritor y narrador oral. Afirma cómo  ha evolucionado una perturbación cuyos registros han estado plasmados en el universo de la literatura universal. «El mito de Narciso, así como otros tantos mitos de la antigüedad, explica los comportamientos y las emociones más primitivos. Este mito expone la incapacidad de amar. Un ejemplo de ello sería Don Juan, el mito español por excelencia. En el siglo XX, Paul Valéry despierta otra vez mi interés con Narciso habla. Este refleja ese sufrimiento eterno ante la inutilidad de amar el reflejo de lo irreal».

La sociedad de la celeridad


Al preguntarle si la comunidad de hoy por hoy es una fábrica creadora de narcisistas, subraya que «la sociedad es más que egocéntrica».  La define en concepto de la era de la inmediatez. Todo es superficial y rápido, y se carece de reflexión y de análisis. «Todo es un refracción de lo que hacemos o lo que queremos ser. Las letras necesitan comprometerse con la realidad en la que viven y creo importante reflejar esta etapa superflua y sin capacidad de introspección en el alma», subraya.

Para cerrar, Ernesto Rodríguez, hace mención del filósofo Zigmunt Bauman y su libro Vida Líquida, en la que confirma que, tal vez, lo líquido es el agua, es el espejo en el que mira Narciso. Pretende ser una reverberación de las cosas, pero no tiene anclajes en la realidad. Al final del día somos más virtual que real.

Unas miradas apuntan a un dominio total de las máquinas en un futuro no tan lejano. Foto: Jessel S.

Más que palabras en un papel o resultados científicos, solo basta con caminar por los pasillos y ver un mundo repleto de caras sonrientes que se vuelven serias en lo que los flashes se apagan. Estudiantes que afirman pasarlo genial, pero en el momento en que el video deja de grabar se transforman en personas tímidas e introvertidas. Es quizás el lente de la cámara un objeto que origine otra versión en las personas, que saque el lado divertido. Si se les pregunta en relación con su consumo se ofenderán y asegurarán con una certeza determinada no tener adicción alguna a las nuevas tecnologías, pero incluso responden mirando sus móviles.

Carolina Estella Gonzales, estudiante de Periodismo de la ULL, confiesa tratar de reducir su tiempo con el móvil, pero tras repetidos intentos fallidos se da por vencida con Twitter, que la atrapó por completo. «Intentaba no conectarme, pero sin darme cuenta las horas pasaban y yo seguía conectada. He intentado de todo. Me descargué una aplicación que restringe mi uso, pero a veces rompo las reglas y me doy quince minutos más», declara.

El efecto narcotizante de las redes es comparable al de muchas drogas. Foto: Jessel S.

Miguel Mandujano Estrada es Profesor de Filosofía Moral en la ULL. Ante el afán de satisfacer, de ser personalistas, argumenta sobre el narcicismo del siguiente modo: «No creo que las sociedades individualistas sean algo de los últimos años. En verdad, la civilización moderna en su conjunto se asienta en la conquista de la emancipación individual. Los grandes medios se han encargado de crear un modelo ideal y la necesidad de exhibirlo. Y en este sentido, la apariencia creada replica a una finalidad muy clara: se vende como cualquier otro producto del mercado».

«En el fondo, las redes sociales son solo un intermediario de los intereses comerciales que hay detrás de ellas»


Los medios de comunicación y las redes sociales ejercen una especial influencia, más que en tiempos pasados. Ahora, los prototipos físicos redefinen quiénes somos y todo gira en torno a lo que se aspira a ser; el educador asevera que las redes son intercesores de los objetivos mercantiles que hay. Saben qué vender y como hacerlo. El gran volumen de interrelación en los medios y la falta de educación en su uso ha provocado que se llegue a desarrollar una sujeción enfermiza. Una nueva manera de adicción equiparable a otras igual de perjudiciales.

Se busca la inmortalidad a través del autorretrato, evitar en lo más posible envejecer. Foto: Jessel S.

El narcisismo ha sido alimentado por la cultura de lo externo, por el avance de la tecnología, que hoy permite obtener una representación muy rápida y por los medios que facilitan compartirlo a un amplio público con una destreza inmediata. Es difícil saber si seríamos menos narcisistas si no se hubieran dado estas condiciones, posiblemente sucedería por causas diferentes. Esto no significa que se tenga que renunciar a estas herramientas, sino hacer un uso correcto y recordar que la integridad no depende de un algoritmo o de un simple me gusta.

La escritora británica Mary Ann Evans, que escribía bajo el seudónimo de George Eliot en una época en la que a las mujeres solo se les permitía ser buenas esposas, a raíz de su rebeldía y su pasión por la lectura, redactó la mejor definición para una persona narcisista: «Era como un gallo que creía que el sol había salido para oírle cantar».

 

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