La política no debe decidir lo que siente cada persona. Foto: PULL

El orgullo de ser

Opinión

Como seres humanos tenemos derechos y libertades. Tenemos el poder de elegir la clase de persona que queremos ser. Sabemos, con certeza, que podemos expresar nuestros gustos para amar, para buscar nuestra identidad, para, en definitiva, conseguir la felicidad. Si al leer estas líneas has pensado que hay una brecha entre el concepto de sociedad que narro y el que realmente nos rodea es que hay un problema y debemos solucionarlo.

¿Cómo puede ser que, durante tantísimos años, haya parecido una aberración el amor? Porque sí, no permito réplicas a mi pregunta retórica. Nunca deberíamos haber permitido poner en tela de juicio algo tan propio como el amor, como el gusto. ¿Cómo puede un pensamiento político decir qué clase de persona soy en base a lo que siento o a quién me siento? ¿Por qué permitimos que la ceniza de aquellas dictaduras, que se creyeron dichosas para acabar con la vida de las personas solamente por cómo se sentían, lleguen a nuestros días?

Tengo argumentos de sobra para corroborar todo lo dicho, aunque, si se me permite, no voy a manchar este texto plagado de color hablando de algo que ha terminado siendo tan lúgubre como el deporte. No nos hace falta un estadio apagado para saber que el fútbol y su movimiento de masas han terminado por convertirse en víctimas del capitalismo feroz que lucha por mover millones de euros en jugadores (uso el masculino genérico porque el femenino parece no interesar tanto) pero que tuerce la cara cuando ayudar al avance social no está sustentado con un fin publicitario. Guarden las luces, los colores y los mensajes de igualdad. Ya se han retratado, pero no ahora, lo han hecho desde hace mucho tiempo.

No puedo negar lo que me molesta que, desde el origen de los tiempos, la sexualidad de las personas haya trascendido a la opinión pública, permitiendo que ciudadanía y la política pudieran dar su opinión con el único objetivo de buscar soluciones a un problema que crearon quienes no entendieron la normalidad de la situación, dando pie a las etiquetas, a las discriminaciones, al dolor y a la ansiedad de las personas que creyeron ser distintas.

Y es que, aunque llevo años reflexionando sobre esta pregunta, sigo sin entender porqué la clase política cree tener la potestad para decidir, por ejemplo, si una persona trans lo es o no, si una pareja homosexual puede adoptar o no, o si la bisexualidad es indecisión o no.

Disculpen, señorías a las que les han dado un atril para representar a una sociedad que pide a gritos un avance que ustedes no son capaces de dar, no es un problema de estado con quién me acuesto, si me siento hombre o mujer, si la sanidad pública debe pagar las operaciones de resignación de sexo. Los problemas reales son otros, el resto los han creado ustedes y lo que es peor, han querido mantener el pensamiento social de que realmente estas cuestiones eran conflictivas y negativas para la sociedad, cuando lo único negativo para la humanidad es un pensamiento arcaico sin capacidad de evolucionar.

«¿Por qué se tuvo que votar si en España se podían casar dos personas del mismo sexo?»

¿Por qué se tuvo que votar, con la negativa del Partido Popular, en el año 2005, si en España se podían casar dos personas del mismo sexo? Me refiero, ¿por qué hemos aceptado como sociedad esa potestad por parte de la política? Es deleznable y triste que haya países en los que la ley que lleva en España casi dos décadas, sea un anhelo utópico sin futuro. Triste, pero cierto.

Aunque en nuestro país tampoco damos pasos agigantados, ¿por qué tiene que votar el Parlamento una ley para que las personas trans puedan cambiar su género del DNI sin necesidad de pasar por psiquiatría? La política, la sociedad, la humanidad no entiende que lo que las personas trans sienten no es un capricho, no es un problema, es una necesidad.

Basta ya de creernos capaces de juzgar, opinar o señalar a las personas por lo que son, porque, en primer lugar no nos afecta y en segundo tampoco nos incumbe. Pese a esto, sí es motivo de pleno parlamentario la búsqueda de una ley que ampare el trabajo de las personas trans, muchas, en riesgo de pobreza extrema, terminan dedicándose a la prostitución y, según un estudio, una de cada diez no tiene techo. Todo por haber alimentado el odio y el rechazo desde la educación. Una lacra que muchas personas conseguimos quitarnos con el paso del tiempo, pero otras no.

Estamos en el Mundo para ser personas libres y felices. No nacimos para dar explicaciones. Tampoco para poner etiquetas, ni mucho menos para juzgar lo que otras personas son o sienten. Que los colores del orgullo se extiendan por todo el Mundo, que entren en aquellas casas donde creen que la libertad es ir a tomar cervezas por Madrid, que se cuelen en los lugares donde elegir tu camino es motivo de rechazo, que aparezcan en la historia como una igualdad que se ganó luchando. No estamos en este Mundo para encajar, nacimos para ser, lo que sintamos, pero ser, y eso nadie lo puede poner en duda.

Estudiante de Periodismo en la Universidad de La Laguna. "La mejor noticia no es la que se da primero, sino, muchas veces, la que se da mejor", Gabriel García Márquez.

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