La Real Academia recoge acepciones machistas como 'fácil' para referirse a la mujer. Foto: PULL

El idioma no excluye. La gente, sí

Opinión

El español es un idioma que lleva siglos evolucionando de una manera arbitraria, pero que a la hora de otorgarle un sentido gramatical no supone una tarea costosa y que nunca falla si se hace bien. Por supuesto, la morfología no es una ciencia exacta como las matemáticas, aunque eso no quita que muchos puristas la queramos conservar fruto del respeto que transmite conocer toda su evolución. Un avance que ya ha pasado por épocas de analfabetismo, momentos gloriosos como la generación del 27 y distintas etapas históricas con sociedades dispares.

La lingüística es un tema complejo y abstracto que si profundizamos en su uso caeríamos en una conversación casi filosófica. Aunque no nos dispersemos, mi objetivo es negar el sentido del lenguaje inclusivo y su inutilidad a la hora de expresarnos. Puede que mi mensaje sea controvertido, pero te invito a leer hasta el final antes de asociar mi nombre a términos como fascista, opresor o retrógrado.

Muchos políticos se han sumado a la iniciativa de la inclusión formando un circo de humillación al castellano. “Amigos, amigas y amigues” decía en un tono alegre el pasado verano Manuela Carmena, presidenta del Ayuntamiento de Madrid. No voy a negar que me impactó e incluso creí no estar al día de los cambios que se habían producido en mi lengua, ya que un sustantivo acabado en -e cuando ya posee la -o para hablar en un entorno unisex no concuerda con la norma consensuada desde la época de los romanos cuando nuestra lengua máter comenzó a derivar en el castellano. Dice que es a tono reivindicativo porque estamos en una sociedad machista, afirmación que no me atrevo a cuestionar. Sin embargo, el debate morfológico debe estar al margen y luchar para que la sociedad, por ejemplo, no considere a algunas mujeres “fáciles” y así la RAE pueda suprimir esa acepción.

Lo importante es el significado


El debate debería estar en el sentido de las palabras porque es lo único que puede cambiar con una evolución social. Prueba de ello es el latín. Con cinco declinaciones, en la primera recogía las palabras femeninas y “los trabajos de hombres”, como podía ser el de marinero (que curiosamente acababa en -a siendo su enunciado el siguiente: nauta, ae). Claro está que es algo impensable en nuestros días, porque a pesar de los polémicos roles de género, el lenguaje ya no requiere esa distinción a la hora de colectivizar las palabras.

Muchos estarán pensando,“habla de los orígenes y no dice que el latín tenía neutro”. Cierto, pero casi todos los casos (formas sintácticas en las que se presentaban las palabras) terminaban o en -a, vocal exclusiva del femenino en la actualidad y en –um. Este último es curioso porque si nos paramos a pensar, no existe ninguna palabra que acabe en -m en español. El motivo es que acabó desapareciendo porque casi nadie la pronunciaba. En cuanto a la -u se abrió a -o porque resultaba, al parecer, más cómodo de articular.

Debemos olvidar las equis en medio de las palabras, vocales que inventan significados, arrobas impronunciables y redundancias de decir la palabra en masculino y femenino abogando por una economía del lenguaje. Una cosa más, las palabras “poeta” y “héroe” tienen femenino, no basta con utilizar un determinante. Decir poetisa y heroína sí es lenguaje inclusivo, todo lo demás es la carencia que tenemos de una sociedad que nos trate a todos como iguales. Dicho esto, solo queda esperar que les haya hecho reflexionar o, si por el contrario, no les ha valido para nada. Alea jacta est.

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