Cuando nada brilla bajo el sol

Opinión

Si me concedieran un deseo, pediría tener fe. Creer en ese algo que ofrece regocijo y refugio y que siempre te acompaña. Creer en Él, en ese en el que por pura rebeldía me negué a que existiera y a que ni siquiera se acercara a mi vida cuando apenas contaba ocho años. Me opuse a hacer la comunión, contrariamente a lo que solía ocurrir por aquellos tiempos.

Las ceremonias se hacían en el cole, en el Luther King en mi caso, y eran realmente bonitas. Con el coro, en el pabellón. Todo muy familiar, cercano. Creo recordar al padre Adán en una imagen borrosa pero risueña; no se llevaban los trajes de marinerito y pseudo boda de ahora, sino el uniforme de gala del colegio. Como menor de cuatro hermanos, había asistido a las suyas, y disfrutado de ellas. Sin embargo, dije que no. No sé si fue ahí cuando les dije a mis padres que no quería ser una Romero Melchor más y por eso tomaba mi decisión. Nada tenía que ver con mi fe cristiana. Solo era no cruzar el mismo puente que ellos.

Así que lo aparté. Con Él, cualquier creencia, cualquier algo más allá de lo terrenal en lo que depositar esperanza y sosiego. Qué decisiones tomamos a veces en este andar… No hace mucho leí algo así como que harían faltan dos vidas: una para practicar y otra para vivirla. Y aunque en esa segunda vida no hubiera vuelto a creer, al menos hubiera tratado de cultivar la fe en algo más. Y tal vez, no hubiera sido tan intransigente a la hora de impedir comulgar a mis hijos, estudiantes en un colegio católico. Más que negarme a que se adhirieran a la comunidad cristiana, hacía ascos a todo lo que lo rodeaba… Y ahora pienso si por negarles ese momento que ellos querían tener y yo había decidido por rebeldía no acometer, les he cerrado una puerta. De esas pocas que se abren cuando nada brilla bajo el sol.