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¡Cómo nos escandalizábamos el miércoles!

Opinión

Gabrielle López es una joven anglocanaria de 27 años que reside en Kensington, uno de los barrios más exclusivos de Londres. Se dedica a la banca y es una persona profundamente religiosa. Suele moverse en los círculos más distinguidos de Gran Bretaña, calzar zapatos de más de 900 euros y bolsos que superan las cuatro cifras. Toda una esnob a ojos de un ciudadano corriente. Un tanto excéntrica y clasista, tal vez. Conservadora, seguro. Pero la realidad dista bastante de estos prejuicios. En las pasadas elecciones generales de su país, Gabrielle votó al Partido Laborista de Ed Miliband. Un partido que, en España, etiquetaríamos como progresista. ¡Menuda contradicción! Aunque su voto no haya ayudado a desplazar a los conservadores a la oposición, siente que hizo lo correcto. Al fin y al cabo, nunca ha entendido el porqué una persona puede renunciar a sus valores de la noche a la mañana.

Por eso, la joven economista se levantaba esperanzada la mañana del pasado martes 8 de noviembre. «Tenía claro que Hillary Clinton (Partido Demócrata) iba a ganar las presidenciales norteamericanas. Iba a ser la primera mujer en la historia [en convertirse en presidenta de los Estados Unidos]…», comenta con un hilo de voz, casi entre susurros, tras el auricular del teléfono. Pero su ánimo se desvaneció nada más acceder a la versión digital de The New York Times. «Trump triumphs (Trump triunfa)», rezaba el titular principal. Gabrielle apenas recuerda lo que hizo el resto de aquella jornada. «Estaba conmocionada, paralizada y enfadada. ¿Cómo podía haber ganado el machista y xenófobo Donald Trump (Partido Republicano)?», expresa.

Algo que nadie parece entender


Tras la difusión de las imágenes de Trump celebrando su victoria o durante su visita a la Casa Blanca, su nuevo hogar desde el próximo 20 de enero, donde se reunió con Barack Obama, el mundo entero ha ido entendiendo que el magnate es ya el presidente americano. Y digo entendiendo, porque todavía son muchos los que se resisten a asumir los resultados.

Es verdad que Trump es un personaje provocador, arrogante, histriónico, propenso a proferir majaderías, con un aspecto que puede resultar bastante repelente. Pero, precisamente por esto, se hace más necesaria una explicación convincente de su inesperado triunfo, una interpretación algo más profunda que calificar de ignorantes e inmorales a sus votantes. No es argumento serio afirmar sencillamente que son estúpidos todos aquellos que no votan a los míos», escribían Javier Benegas y Juan M. Blanco en un artículo publicado ayer en Vozpópuli. «(La mayoría de analistas, politólogos y periodistas) se resisten a bajar de su nube, a analizar lo sucedido prescindiendo de sus preferencias y prejuicios», enfatizaban.

A lo largo de estos cuatro días, he podido escuchar conversaciones en cafeterías en las que sus interlocutores, escandalizados, se llevaban las manos al pecho con cierto temor en las miradas. «Estallará la III Guerra Mundial con Trump al mando del país más potente [militarmente hablando]», decían unos. «¿Y si construye de verdad un muro en la frontera con México?», se preguntaban otros. Si bien es cierto que no puedo aportar ninguna respuesta satisfactoria a estas cuestiones, sí que puedo traer a colación otras ideas que me han llegaban mientras esperaba mi turno en una charcutería: «Trump es muy ruidoso, pero será un buen presidente», comentaba un señor de unos cuarenta años de edad. «¡Por supuesto! Es más, todos saldremos beneficiados… ¡Sabe de negocios!», le respondía su esposa.

Un sinsentido


Cuando regresaba a casa, pasé por las puestas de una cervecería que está al final de mi calle. Los clientes también hablaban de Trump. «Nosotros (en referencia a los españoles) deberíamos poner un muro que nos separe de Marruecos», mascullaban. Al parecer, el discurso del republicano ha calado en nuestra sociedad. Una sociedad que, por cierto, ha mostrado paradójicamente un rechazo feroz al ya presidente electo, definiendo sus propuestas como un sinsentido. Con todo, me pregunto si nos hemos olvidado de que muy cerca de nosotros, en Ceuta y en Melilla, existe una auténtica valla que «tiene tres metros de alto, pura concertina, un grueso alambre de púas en espiral que corre en paralelo a lo largo de los 11,5 kilómetros de la triple valla española, y va acompañada de un foso de 2,5 metros de profundidad», tal y como podíamos leer en una pieza de El País hace unos meses. «Marruecos acaba de terminar de construir, a tan solo un puñado de metros de la alambrada melillense, su propia verja en su territorio (…) para el control de los flujos migratorios para España y Europa». ¿Nos escandalizamos con estas informaciones, tal vez, la mitad de lo que lo hacemos con las promesas de Trump? Sí, lo sé, seguro que argumentaremos que son cosas totalmente diferentes, que es mejor no comparar.

En lo que respecta a Gabrielle, no duda que la decisión del pueblo americano ha sido democrática, pero no por ello necesariamente correcta. Aún así, no olvida que Gandhi dijo una vez: «Puesto que yo soy imperfecto y necesito la tolerancia y la bondad de los demás, también he de tolerar los defectos del mundo hasta que pueda encontrar el secreto que me permita ponerles remedio». A nosotros, como sociedad y como humanidad, nos sigue faltando la reflexión y la humildad. En soberbia y en prejuicios ya somos expertos…


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