Parque Rural de Anaga. Foto: Turismo Tenerife

Cómo distanciarse

Opinión

Dé tres pasos atrás, espaciados, de espaldas, sin caerse. Deje caer sus brazos lánguidamente a un lado y otro del cuerpo que lo sostiene. Respire. Hondo, muy hondo. Sienta al diafragma hacerle cosquillas a la punta de sus costillas. Ahora, dé la vuelta como la leche que ondea en el cuenco de la mañana, y camine. Pie derecho, pie izquierdo, planta derecha, planta izquierda, inspire, espire, inspire, acelere el paso, asegúrese por la suela de sus zapatos de que no alza el vuelo y continúe. Desoiga los gritos que reclaman su presencia, ya quedaron lejos, invisibles, han tomado una colina de heno desde donde le lanzan sus dardos. No corra, las flechas pasarán a su lado como un susurro, ¿sabe declamar? Tal vez hoy le haga falta.

No mire atrás. La ciudad se aleja. Apenas quedarán rastros de ella en unos minutos. Mantenga la cabeza serena, a ser posible en blanco y sin titubear en el empeño que la lleva a seguir adelante. Desdibuje las portadas de los periódicos donde se habla de las decepciones que se suceden al año y de los amores imposibles, desoiga los mitos de desobediencia, impida que en su cabeza se entremezclen los gritos de un discurso vociferado, no acuda al timbre del móvil que le revela un vídeo del que sin verlo ya sabe su contenido, evite sonarse con las banderas y coja el pañuelo blanco que se colocó en la entrepierna. No vea a las tumbas removerse ni a las cunetas hambrientas, acalle a la moral cuando se enfrente a un asesinato y no ore por sus prójimos, tampoco implore por acuerdos, no vaya al muro, inmólese antes de ver otra foto… ¡No, no, NO! ¡No abra los enlaces! ¡¿Qué le he dicho?!

Jadea.

Ahora, enjuáguese el sudor con el dorso de sus brazos. La pasión nos revuelve las entrañas y apenas nos deja pensar con claridad, insistimos en retorcer las vísceras y el estruendo reverbera en la mente… Dejándonos inconscientes. Pero ha llegado, insistió, tiembla. Aquí está, alce la mirada: los macizos de Anaga se elevan y el viento lo recibe mordiéndole la mandíbula junto a una gota que se desliza arco abajo por su nariz. El frío gélido esculpe las líneas de su rostro, la deja desnuda y frágil, quebrado. Voy a dejar de sujetarle: tres, dos… Cae de rodillas mudo.

El tamborileo de su corazón acallará. Escuche el latido que resuena de la savia que palpita bajo tierra, y deje, ante los miedos que se revelan, que sus ojos se humedezcan. Tápese con las manos, Julio, y déjese llorar. Un minuto, dos, no más. Ábralos cuando lo crea conveniente, y se recostarán sobre el mullido moho de la corteza para que estos se sequen como láminas en blanco a la intemperie. El mundanal ruido queda lejos, ya solo queda esta voz en su cabeza.

Así uno toma distancia, y conciencia.

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