‘Biohackers’, la serie de Netflix que protagoniza la Biología sintética

Sociedad

En la clase de Biología de la Universidad de Friburgo (Alemania), el bullicio estudiantil contamina la sala. La profesora irrumpe en la escena, y una frase la protagoniza: «La biología sintética nos hace pasar de criaturas a seres creadores. No se trata solo del futuro de la Medicina, sino de la humanidad. Es nuestra responsabilidad construir el mundo del futuro». Así comienza Llegada, el primer episodio de Biohackers, la serie de ciencia ficción que Netflix emitió en 2020 y que el pasado 9 de julio estrenó su segunda temporada. Una producción alemana que fusiona biología y tecnología en una sola palabra: biohacking. 

La trama de esta pieza audiovisual, que descansa bajo el suspense, gira alrededor de Mia (Luna Wedler), su protagonista principal. Esta estudiante de Medicina consigue ingresar en la universidad alemana para cumplir su propósito: encontrar pruebas fehacientes de los experimentos ilegales que su profesora de Biología, la doctora Lorenz (Jessica Schwarz), realizó en el pasado con su familia. Los esfuerzos para buscar verdades y diluir incógnitas son rutina en la vida de la joven universitaria. Una cotidianidad impregnada, además, por el amor y humor propio de las tramas juveniles.

Cuando apelamos al concepto clave de esta producción audiovisual, el biohacking, hacemos referencia a la reciente tendencia científica que convierte a cualquier organismo vivo en objeto de experimento para alterarlo de forma física o mental. Y aunque la serie no sea trascendente en términos científicos, sí que invita a una reflexión clara: ¿hasta dónde podremos experimentar con la ciencia? ¿Qué conseguirá de nosotros? ¿Y nosotros de ella?

Mia (Luna Wedler), la protagonista, con un ratón fluorescente fruto de una modificación genética. Foto: SuperhumanTalks

«¿Qué podemos decir del futuro de las prácticas científicas clandestinas? ¿Qué pasará en los próximos 50 años?»


En la segunda temporada de este programa alemán, continúa la tensión experimentada en la primera. La joven Mia, tras una lucha incansable por mantener su verdad, despierta en un laboratorio con una profunda pérdida de memoria. No recuerda nada de su vida más reciente y pocas personas consiguen entenderla. La frustración contamina el pensamiento de sus amistades, quienes de forma colaborativa deciden ayudarla a encontrar el antídoto que sane sus funciones neurológicas.

Ole (Sebastian Jacob) en uno de sus experimentos biológicos para el control de objetos con su sistema cerebral. Foto: SuperhumanTalks

Los laboratorios, antídotos y las prácticas clandestinas que configuran la trama de Biohackers hacen que esta producción alemana no sea susceptible de ser retirada por la plataforma estadounidense. Su escaleta medida y cuidada crea un thriller tecnológico que atrapa. Y aunque la proyección de la ciencia no acapare el protagonismo que merece, nos acerca a un concepto científico que no todo el mundo conoce: la biología sintética.

Ya en 2018, con motivo de un Trabajo de Fin de Máster, María del Mar Cortés, por entonces estudiante de la ULL, se detuvo a analizar esta disciplina científica. La autora del estudio consideró escasa y poco novedosa la bibliografía española en referencia a esta rama, y así fue como construyó todo un relato científico bajo el título Biología sintética. Del biohacking al ‘hágaselo usted mismo’.

«¿Qué podemos decir del futuro de la biología sintética? ¿Qué pasará en los próximos 50 años?», se preguntó Cortés. «Las posibilidades son infinitas: nuevos productos farmacéuticos, combustibles verdes, nuevos medicamentos y vacunas contra enfermedades emergentes», expuso. Y dentro de esas investigaciones, la autora no olvida a los biohackers, grupos «que han hecho suya la biología sintética y que aplican la filosofía hacker de la informática a las ciencias biológicas».

Do-It-Yourself Biology, una práctica en la frontera de lo ético


En esa contracultura, que no ejerce su labor en industrias, instituciones u otros espacios especializados, es donde nace la biología casera y donde se fomenta un uso biotecnológico no especializado y democratizado de la ciencia. Es ahí donde surgen los riesgos: el biohacking, que incluye la mejora de la salud o fomento del transhumanismo con el pirateo del propio cuerpo; y el Do-It-Yourself Biology (DIYbio), que aboga por «la realización de la ciencia fuera de los laboratorios tradicionales».

Entre las víctimas de estas prácticas se encuentra la salud pública y el medio ambiente. Por ejemplo, la posible «liberación al medio de agentes biológicos producidos en laboratorios caseros» o las llamadas investigaciones de doble uso se convierten en amenaza para la sociedad. A pesar de ello, la autora nombró los condicionantes que impiden avanzar a quienes abanderen este movimiento científico: financiación, regularización (por la inexistencia de una «adaptación de licencias específicas para personas aficionadas») y la disponibilidad de materiales de calidad.

Aunque fundir el cuerpo con la tecnología parece estar escrito en la hoja de ruta de la evolución humana, la comunidad científica aboga por que el derecho a la manipulación de agentes biológicos no esté al alcance de cualquiera. El fallecimiento de Aaron Traywick tras una modificación genética casera así lo demostró. La regulación es una de las aristas presentes en el debate de esta reciente disciplina; sin embargo, hay quien, como Cortés, piensa que «demasiada regulación podría empujar a algunas personas o grupos a la clandestinidad, dificultando aún más su control».

Lo último sobre Sociedad

Ir a Top