Alexis Ravelo: «Mientras existan injusticias harán falta los justicieros»

Artes y Humanidades

Alexis Ravelo, nativo de Gran Canaria, es un autor de novela negra, microcuentos y relatos, tanto infantiles como juveniles. Además, ha escrito obras teatrales y guiones para programas infantiles de televisión e imparte talleres en diversos foros y academias. Asimismo, ha sido galardonado con el Premio Hammett en 2013, y se encuentra nominado al premio Ciudad de Santa Cruz 2018. El artista, que se halla de visita en la isla con motivo de la celebración del II Seminario Tenerife Noir de investigación del género negro, accede a nuestra propuesta de hacerle una entrevista en el Campus de Guajara de la Universidad de La Laguna. 

¿Cómo se empezó a sumergir en el mundo de la escritura? “Supongo que me inicié porque ya estaba introducido en el mundo de la lectura. Yo pienso que es más importante ser lector que escritor. Hasta que llegó un día en el que quise escribir libros en los que yo planteara las mismas preguntas que me planteaban otros autores con sus creaciones. La cosa va por ahí. Y a mí la literatura, la lectura, en general, me salvaron de muchísimas cosas que me dolían, que me hacían daño en la realidad, pues me planteaban preguntas sobre esa misma existencia que estaba sufriendo, y llegó un momento en que yo quise compartir también esas cuestiones con otros”.

En 2006 ingresó en la Asociación Canaria de Escritores, la cual abandonó dos años más tarde, en 2008, ¿por qué? “Porque ingresé cadáver, ja, ja, ja. Digamos que llega un momento en el que uno se da cuenta de que Sándor Márai tenía razón cuando decía aquello de que ‘los escritores no pueden cantar a coro’. Los escritores son solistas, si intentan cantar a coro uno escucha un montón de solos que suenan mal juntos. Cuando ingresé en aquella asociación pensaba que iba a ser una especie de colectivo colegial que aunaba a los autores pero para defenderse, digamos, socialmente de ciertas cosas, por ejemplo, cuál debe ser nuestro caché por una conferencia, defensa de los autores y tal. Al final, me di cuenta de que no se estaba hablando de ese tipo de cuestiones prácticas o pragmáticas, o legales o crematísticas, sino que se intentaba hablar de otras que normalmente debe solucionarse uno individualmente: sobre qué escribo o sobre cómo entiendo yo la literatura”.

¿Piensa que la literatura es algo que un escritor debe hacer en soledad? “Sí, es un camino que debe hacer uno solo. Entonces, este tipo de asociaciones gremiales son interesantes si se trabaja desde la independencia. El colectivismo en literatura, a mí por lo menos, no me funciona. No digo que no funcione sino que a mí no me es práctico. Yo hago mi caminito, luego es verdad que tengo grandes amigos que son escritores y escritoras, me llevo muy bien con ellas, uno puede venir a foros como este de hoy a debatir sobre el trabajo que hacemos pero mi quehacer es mío, no puedo ni hacer el de otros ni esperar que vengan a hacer el mío”.

«Todas mis novelas son políticas»


En ese mismo 2006 publicó su primera novela negra titulada Tres funerales para Eladio Monroy, ¿cómo se le ocurrió? “Llevaba varios años intentando escribir un libro que contara la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, contara mi territorio como Juan Rulfo contaba su Jalisco, o Julio Cortázar contaba Buenos Aires y París. Pero, claro, no soy ninguno de ellos y escribí dos novelas horribles que tuve que tirar a la basura. Y un día me relajé, y pensé: ‘voy a escribir simplemente, voy a hacer pequeñas pruebas de estilo, a ver qué sale’. Y sucedió Tres funerales para Eladio Monroy. Empezó con la descripción del bar Casablanca, de cómo llega Eladio Monroy allí… Fui creando personajes y, después, fue naciendo el argumento. Curiosamente, me fue saliendo una novela negra aunque no era mi intención. Pretendía escribir una realista, observando mi entorno, lo que había alrededor, lo que podía interesarle a cualquier lector. Entonces, tomé conciencia de eso, y digo, bueno, pues vamos a homenajear a los clásicos de género, tanto a los de fuera como a los clásicos para nosotros: los autores de la Transición”.

Varias de sus historias están ambientadas en su isla natal, Gran Canaria, y en la isla de La Palma. En esta última podemos observar su compromiso con la historia isleña, ¿qué otros episodios desearías narrar? “¡Uy!, hay muchos episodios que desearía narrar. Por ejemplo, Los milagros prohibidos no es una novela negra, es, claramente, política. Aunque todas mis novelas son políticas pero esa sí que lo es. Narra la epopeya de gente justa en un mundo injusto. Y, por ejemplo, hay un suceso absolutamente maravilloso, y que contiene una novela: la fuga de Villa Cisneros. Hacia finales del 36, en otoño, se envía a este sitio una serie de presos políticos que estaban en las cárceles flotantes y se les envía a un campo a trabajar en lo que en aquel momento se llama Río de Oro. Estos tipos, junto con algunos de los soldados que los estaban custodiando, se sublevaron contra los mandos militares. Sublevaron la guarnición, secuestraron el correíllo Viera y Clavijo, lo piratearon. Al final se juntaron como unos cien tipos. Se fugan, roban el barco que era emblemático para los fascistas, porque era el que había llevado a Franco de Tenerife a Gran Canaria el 17 de julio del 36 y llegan al Senegal, después van pasando de Argel a Alicante e intentan formar el batallón de Canarias”.

No se suele comentar este episodio en clases de historia, y es algo bastante importante, ¿no? “Es un hecho muy singular. Esto ocurre en la primavera de 1937 y para el bando republicano es una inyección de energía, de ánimo, que en la retaguardia franquista ocurra algo así. Incluso, Dolores Ibárruri, la Pasionaria, le dice a de Llano por la radio: ‘cierra la jaula Queipo, que se te vuelan los canarios’. Fue muy gracioso. Es de esos sucesos que me gustaría contar. Y luego hay otro que es muy reciente en el tiempo, en los años 80 en Canarias. El momento es en el que confluyen las luchas portuarias con todavía algunos resabios del MPAIAC. Es de esos momentos que me parecen interesantes, pero todavía no he encontrado una buena historia para contarlo”.

Son momentos históricos que la gente de fuera desconoce. “¡Claro! Lo de Villa Cisneros, por ejemplo, lo contó Cecilia Domínguez Luis en alguna novela junto a Álvaro MArcos Arvelo en una novela que se llamaba El sueño polar de golondrinas. Y yo, incluso, tengo un pequeño libro para niños en el que cuento una parte de esa fuga. Pero es un suceso que merece atención y que es muy significativo. Además, es muy bonito porque claro, las historias de la Guerra Civil, normalmente, terminan mal pero este episodio finaliza bien. Ganaban los buenos”.

«Si metes un muerto, la historia es siempre mucho más vendible de cara a un editor»


¿De qué manera piensa que lo local puede convertirse en una historia universal? “Buscando la anécdota universal en lo local. Además, yo creo que solo a través de lo más cercano se puede encontrar lo universal. Durante muchos años , sobre todo los escritores de provincia, que somos muy brutos, tendimos a confundir lo cosmopolita con lo universal. Porque una historia transcurra en Nueva York o en París, no es más universal que porque ocurra en Agaete o en Güímar. En el fondo, ¿de qué hablamos? Del amor y de la muerte, la amistad, la traición, la lealtad… Yo creo que lo que hay que tener es el hocico lo suficientemente afinado para olerte donde están los temas de calidad. Cuando lees a Juan Rulfo lo entiendes muy claramente. Sus personajes hablan en la lengua de su zona, tratan siempre pequeños dramas rurales, pero tienen un correlato con sucesos globales, e incluso, históricos. Por ejemplo, la revolución mexicana está ahí, pero está tratada de tal manera que es cualquier situación de desencanto o de opresión, de anhelo de libertad desencantado, por la realidad que luego se impone después de una ilusión… No necesitaba salir de allí, ni que sus protagonistas hablaran en inglés o en francés para contar aquello”.

Bien, ahora hablaremos del género negro, del cual usted es un referente. ¿Cómo y cuándo se empezó a interesar por este tipo de literatura? “Lo cierto es que es un género que había leído como otros en la adolescencia. Tampoco me volvía muy loco. En realidad mis lecturas de adolescencia iban hacia Franz Kafka, Cortázar, Virginia Woolf. Es verdad que ellos no hicieron policíaco en su vida, pero sí que había leído a los clásicos, a Dashiell Hammett, Raymond Chandler. Tuve suerte y me cayeron en las manos textos de autores como Patricia Highsmith, Mempo Giardinelli, Jean Patrick Manchette, Leonardo Sciascia,… 

¿Qué pensó tras escribir su primera novela negra? «Cuando Tres funerales para Eladio Monroy me salió negra, me di cuenta de que el género tenía sus ventajas: yo podía hablar. Quería hablar de injusticias, de opresiones, todo estaba ahí, y era porque había trabajado el género negro. Este tiene una ventaja maravillosa y es que te permite hablar del ser humano individual debido a que es una novela sobre la moralidad. Los personajes  están solos en un mundo donde Dios no se manifiesta, es decir, se tienen que sacar las castañas del fuego y vérselas con su libre albedrío. Por otro lado, puede tener siempre una lectura social, podía contar cómo es la sociedad más allá de los velos de la ideología. Yo soy un autor muy marxista, esto hay que decirlo siempre. O marxiano, parece más exacto. A parte, luego tenía una ventaja muy pragmática, muy crematística, a los lectores les gusta el género, nos atrae el semen y la sangre”.

Sí, a los lectores les gusta aquello que es siniestro y misterioso. “Nos divertimos mucho cuando las historias son truculentas y, como los editores no son tontos, será mucho más fácil que un editor te acepte un texto que es de género que aquel que no lo es. Si metes un muerto, la historia es siempre mucho más vendible de cara a un editor. Muchas veces me he visto en situaciones en las que quiero hablar de cosas que no tienen nada que ver con la novela negra, pero finalmente lo conviertes y así la gente se acerca y debate sobre ello. Al final, un muerto, muchas veces, es una excusa. Hay un escritor, amigo de Cataluña, que se llama Carlos Zanón, que el otro día dio una entrevista y dijo algo que yo siempre he pensado y luego lo odié por pisármelo, ja, ja, ja. Dijo: ‘La novela negra es Galdós con dos hostias’. Usamos la violencia para hablar de la sociedad de la misma manera que lo hacía Galdós, por ejemplo en Fortunata y Jacinta o en Misericordia”.  

«Son novelas escritas con las tripas»


Esa crítica social que nos menciona, es una de las características más destacables del género negro. Muchas personas ven este tipo de novelas como una ficción norteamericana, pero no es difícil encontrar en nuestras calles problemas de crímenes, robos o drogas.  ¿Cómo cree que ayudan sus novelas a ‘quitar esa venda de los ojos’ que tienen muchas personas? “Cuando escribo novela negra siempre hay sucesos muy violentos, delincuentes de baja estofa, muy cutres. Pero para mí eso es una excusa para hablar de los otros criminales que me preocupan más, los de cuello blanco. En este país nos están robando a todos. Yo siempre pongo el siguiente ejemplo, es un hecho violento que un tipo le pegue un tirón a una señora viejita y le robe el bolso. Eso es violencia, es un crimen. Respecto a ese tipo, podemos correr detrás de él, lo podemos detener, podemos juzgarlo, podemos castigarlo, podemos indagar en los motivos por los que cualquier tipo comete un acto como ese. Puede ser un malnacido, pero también puede ser un tipo que tenga un hijo al que le tenga que comprar medicinas, no lo sabemos. Pero bueno, el tío tiene rostro, tiene nombre, por lo que podemos juzgarlo”.

 ¿Pero qué pasa con aquellos que son anónimos? “Pasa que si encontramos a esa misma señora detrás de un gran supermercado junto a otras grandes masas de depauperados que están esperando a que salgan las comidas, que se van a caducar y que van arrojarse a los contenedores para tirarse esa comida y llevársela a casa, eso también es un hecho violento en mi opinión. Pero los culpables de esa violencia no tienen rostro, no tienen carnet de identidad, no sabemos quiénes son. Siempre es una gran corporación, está en otro lado, además, es irresponsable, nunca tiene la culpa. A ese es al que quiero yo desenmascarar con mis novelas. Utilizo la otra violencia, la más explícita como excusa para hablar de aquella otra, de la que quiero que tome conciencia mi lector. Digamos que son historias escritas con las tripas para que a la gente, también, les revuelva las entrañas y piensen que lo que se les está contando desde el discurso oficial a lo mejor no es tan cierto”.

Otra de las características de este tipo de género, es que utiliza un lenguaje muy sencillo, ¿cree que no es necesario utilizar un lenguaje complejo para llegar a la emotividad de la gente? “Claro que no es necesario. De hecho, esa sencillez de estilo cuesta mucho trabajo. Cuando leemos textos que emplean un léxico muy sencillo es porque tienen muchísimo trabajo detrás. Y, yo lo digo, pero a mi me cuesta mucho trabajar así. Digamos que la poesía no está en utilizar esdrújulas, sino en utilizar bien las palabras llanas. Hay grandiosos autores a los que amamos que nunca utilizaron una palabra que no hubieran pronunciado en una conversación, y estoy hablando de Jorge Luis Borges, de Gabriel García Márquez. Esos autores que no son capaces de hacer poesías si no utilizan esas palabras, a mí esos autores me parecen bastante vagos, ja, ja, ja. Me encantan los juegos de palabras y me gusta trabajar con el lenguaje, por ejemplo, cuando escribo microrrelatos  tiendo a lo metalingüístico.

¿Podría se este lenguaje la consecuencia de que en un principio este tipo de obras estuviesen dirigidas al proletariado? «Tú dijiste que la novela negra está pensada para un público proletario, bien, pues yo te quito el adjetivo. La novela está pensada para un público proletario. Es un género eminentemente popular desde su nacimiento. Cervantes o quien escribiera el Lazarillo no estaban pensando en un lector excesivamente culto. ¿Qué ocurre? Desde finales del XIX, y a lo largo del siglo XX, cada vez más autores la van intelectualizando, pensemos en Marcel Proust, James Joyce… Igual que en el teatro se llega al metateatro, o a la metaliteratura, hay esa ruptura de la cuarta pared, de experimentación fantástica, pero en el fondo sigue siendo un género eminentemente popular. Nunca debería olvidar el novelista que el principal objetivo es el gozo de quien lo lee a través del relato”.

«Las novelas representativas de la Transición son de género negro»


Seguro que es usted conocedor de los prejuicios que las élites culturales y la sociedad tiene sobre la novela negra, ¿cómo piensa que se podrían eliminar estos prejuicios? “Simplemente divulgando buenas novelas. A mí siempre me dicen: ‘¿Pero esta novela es negra o no es negra?’. Y le digo ‘mira, una novela es buena o mala, pregúntame eso’. Una vez me pasó una cosa muy triste. Estaba trabajando en mi siguiente escrito cuando me llamó un editor y me dijo: ‘oye, ¿estás con la siguiente novela?’. A lo que le dije que sí y me preguntó: ‘¿y esta es negra o es literaria?’. Me acordé de su familia hasta la cuarta generación porque, que yo sepa, todos mis libros, aunque son mera escritura, tienen una intención literaria. Y me planteé: ‘¿si se hubiese tratado de una novela histórica me habría preguntado lo mismo?’. Pero cuando escribes novela negra te siguen preguntando eso».

Parece que no hay manera de solucionarlo… “Supongo que es una política de hechos consumados la que nos va a hacer perder del todo los complejos entorno a esto. Si examinas la novela española de la Transición muchas de las más representativas son de género negro. Las de Vázquez Montalbán, como La rosa de Alejandría, Los mares del sur. González Ledesma tiene una maravillosa que recomiendo, Crónica sentimental en rojo. O las de Andreu Martín, como Prótesis. A mí me parece gran literatura, al margen de que sean novelas negras o no. Eso solo por ceñirnos a España y a la época contemporánea”.

«Es tiempo de cosecha negra»


Y desde su punto de vista como autor, ¿en qué estado cree que se encuentra el género negro? “Pues mira, siguen saliendo novelas estupendas. Se han violado muchas fronteras entre subgéneros, ya que dentro de este hay un montón de familias y hay un mogollón de orientaciones. No obstante, hemos conseguido algo muy bueno, que es perder la centralidad. En el panorama de la novela negra española  hemos perdido aquel ánimo en el que todas las historias ocurrían en Madrid o Barcelona. Ahora a los escritores de provincia se nos lee sin ningún complejo. Lo que sí que nos está haciendo falta, y  por eso vienen bien seminarios como este, es cierta crítica que separa el grano de la paja que distinga entre novela policíaca de novela negra. Nos van faltando esas cosas como ocurre en el Congreso de Salamanca. Además, ya se está empezando a haber una bibliografía pasiva entorno a los últimos caminos contemporáneos que se están tomando en el país, y yo creo que va a funcionar bien”.

¿Podríamos decir que la novela negra tiene un buen futuro? “Por lo general, lo veo desde un punto de vista positivo y, junto a autores que hacen policíaca, siguen apareciendo escritores que hacen negra de manera muy interesante. Quizás nos falta recordar, como dicen siempre nuestros hermanos hispanoamericanos, que la novela negra debe ser una novela política. Cuando vas a un congreso en Hispanoamérica, todas las mesas comienzan con esa frase. Hay que entender en nuestro país que es un género político y en España, durante la Transición, lo fue. Deberíamos darnos cuenta de que es un momento en el que es necesario que vuelva a serlo. Este tiempo que les ha tocado vivir a ustedes, este tiempo convulso en que hemos perdido la ilusión por muchas cosas es tiempo de novela negra. Es tiempo de cosecha negra y de analizar lo que nos está pasando a través de relatos como estos. A falta de buenos ensayos, tenemos malas novelas”.

Mencionaba el seminario y con respecto a él querría saber, ¿qué le hizo decidirse a participar en él? “Pues que me llamaron, ja, ja, ja. No, en realidad fue una participación muy gentil por parte de Javier Rivero Grandoso. Además, no me lo podía perder porque me tocaba estar con Alicia Giménez, que es una de las maestras del género en España. Una veterana de las buenas. Para mí, darme un salto a Tenerife siempre es un gustazo y más para esto. O sea, que poder estar compartiendo mesa con una maestra como Alicia es una alegría siempre”.

«En este país hay cada vez más hijos de puta»


Recientemente ha publicado su último libro El peor de los tiempos. Por eso, nos gustaría saber ¿qué tal le va a Eladio Monroy? ¿Todavía le quedan más aventuras por vivir? “Todo el mundo me dice: ‘pero, ¡hombre! ¡Es que ya va para los sesenta!’. Da igual, la gente de sesenta ahora da mucha caña, ¿verdad? Yo creo que sí puesto que, como digo, mientras existan injusticias hacen falta los justicieros y Eladio es un justiciero  de esos que, además, hace justicia poética para mucha gente. Su trabajo es como el mío. Como escribió Horace McCoy en un libro sobre periodismo, ‘el periodismo consiste en llamar hijos de puta a los hijos de puta’. Entonces, como ya estos casi no pueden hacerlo, los pobrecitos, porque como el hijo de puta sea un contratante del periódico la jodiste, pues me dedico a hacerlo yo como puedo, entonces para eso está Eladio. En este país cada vez hay más hijos de puta”.

¿Cuáles son sus próximos proyectos? “Ahora mismo estoy trabajando en tres cosas distintas. Pero no te puedo hablar demasiado de ninguno de ellas porque uno de los proyectos está a mitad, otro estoy comenzando a documentarlo -y no sé si lo escribiré- y el otro está rondándome por ahí, ¿sabes? Todavía no tiene ni una página escrita, solo está en pensamiento. Lo que más avanzado llevo es una novela, que llevo desde el 2014 trabajando en ella a ratos, y que tiene que ver mucho con la prensa. Es una historia de falso culpable, pero claro, ¿qué pasa con ellos en la época de Twitter, de Internet? Cuando el editor del periódico te dice ‘ya contrastarás, publícalo ahora’, cuando se acusa de ser culpable a alguien que no lo es sin pruebas pero le manchamos la imagen. Y no te digo más porque me la copian”.

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